Ahí esta Sandy


¡Ahí está Sandy! (1996)

Solo Dios sabe cómo se me ocurrió asomarme por esa ventana. No acostumbro levantarme intermitentemente mientras escribo. Me siento ante la computadora o la máquina de escribir, y hasta que no termino, no me detengo. Sobre todo, si se trata de escribir para el periódico y su edición del siguiente día. Pero me asomé no sé a qué, y allí, siguiendo los envíos del pitcher dominicano Pedro Astacio, había alguien en una pose que resultó familiar.
-¡Boris, ahí está Sandy Koufax!, grité y Boris Mizrahi corrió en busca de su cámara fotográfica.
-¿Dónde, dónde?
-Ven, por este lado. Mirá, allá está.
La expedición por los campos de entrenamiento había comenzado en Arizona el 11 de marzo, y al llegar a Vero Beach, en todo momento Boris mantuvo cerca su cámara, para no dejar escapar instantes que podían ser memorables. Como el que teníamos por delante.
-Qué vamos hacer, preguntó Boris.
-No sé, respondí ya turbado.
-Bueno, vamos rápido antes de que se vaya.
Erguido hasta su metro y 88 centímetros de estatura, Koufax no llevaba el uniforme azul y blanco de los Dodgers con su nombre y el 32 en la espalda. Ha perdido unos diez kilogramos desde que se retiró en 1966 y ya tiene 60 años. Su cabello está completamente gris, aunque la calvicie se ha detenido. Lucía una franela blanca, pantalones verdes a la altura de las rodillas, un par de zapatos de lona blancos, y uno de esos lentes para el sol que tan de moda están entre los peloteros, ocultaban sus ojos.
En realidad, podía pasar por cualquiera de los cientos de aficionados que merodeaban por el campamento. Menos para Humberto Acosta, que en estas tres décadas de frenética admiración, guarda más de doscientas fotos suyas.
Sandy en blanco y negro. Sandy a color. Sandy en close up. Sandy en primer plano. Sandy en gran primer plano. Sandy con el equipo de básquetbol de la Universidad de Cincinnati. Sandy en el salón de clases de la escuela de arquitectura de la Universidad de Columbia. Sandy con Don Drysdale. Sandy de pie. Sandy sentado. Sandy riendo. Sandy encolerizado.Sandy bateando. Sandy corriendo. Sandy abrazado por sus compañeros luego de una de sus victorias. Sandy con sus compañeros en la tradicional foto del equipo. Sandy con el manager Walter Alston pidiéndole la bola después de un mal día. Sandy con la gorra levantada y de medio lado. Sandy en acción. Sandy con el brazo izquierdo sumergido en hielo. Sandy en el Salón de la Fama como el inmortal más joven en llegar a Cooperstown. Sandy con la mano en la cintura, tal cual como estaba parado mientras veía a Astacio.
¿Cómo no iba a reconocerlo así estuviera de espalda?

Si existe un lugar sobre la Tierra, donde al llegar se tiene la más absoluta certeza de haber entrado al Paraíso, ese rincón es Dodgertown. Aunque lo que se percibe al traspasar el umbral, no sea un estado de gracia accesible a todo mortal.
-¡Dios mío, gracias por abrirme las puertas del cielo sin merecerlo!
No. Para que ese caudal de emociones lo eleve hasta lo más parecido a la euforia, tiene que ser un aficionado al béisbol. Sin embargo, ser solo fanático del juego no basta. Necesariamente, debe ser un devoto de los Dodgres. Solo así creerá, sin el menor asomo de duda, que en realidad está en el paraíso terrenal.
Ahora si.
-¡Dios mío, gracias por abrirme las puertas del cielo sin merecerlo!
Dodgertown es un espacio de algo más de siete mil metros, enclavado en la pequeña población de Vero Beach. A la orilla del Atlántico sobre la costa oeste del estado de Florida. Desde 1948 sirve de campamento a la organización de los Dodgers durante los entrenamientos primaverales previos a la temporada de grandes ligas.
Dispone de cuatro campos, uno para cada conjunto del sistema. Desde clase “A” hasta las ligas mayores. Aparte, cuenta con el estadio Holman, donde hasta 10 mil personas pueden presenciar los juegos de exhibición, sin contar con otros entretenimientos. Todo dentro de una mini ciudad, construida para que los jugadores transcurran en la máxima comodidad posible, las seis semanas de práctica. Desde cabañas que sirven de habitación, hasta piscinas, canchas de tenis, salas de juego y un bar para beber un trago sin exceso antes  de ir a dormir.
Y a pesar de ello, nada se compara con la máxima recompensa que obtienen los aficionados por estar allí. Estratégicamente distribuidos, hay senderos que se conectan entre sí y conducen a todos los espacios del campamento. Es en ese ir y venir, que uno se puede tropezar con el catcher Mike Piazza, el primera base Eric Karros, con el manager Tom Lasorda, y hasta presenciar el inesperado adiestramiento que cualquiera de los lanzadores del equipo, recibe del mismísimo Sandy Koufax. Aunque no es todo. También puede detenerse ante ellos, hacerles cualquier pregunta, o tan solo estrechar su mano. Política de puertas abiertas.

Llegamos a Vero Beach la noche del martes 26 de marzo. La excursión para cubrir las prácticas previas a la campaña de 1996 para El Nacional estaba por concluir. Interesaba lo que pasaría finalmente con el catcher Carlos Hernández y el jardinero Roger Cedeño, a pocas horas del anuncio de la nómina definitiva de los Dodgers para el partido inaugural.
-Los dos se quedarán, afirmó el manager Tom Lasorda en su tradicional tono diplomático. –Roger aún es muy joven. Pero debería ser uno de nuestros tres jardineros regulares. En este equipo, nadie es más rápido que él. Ni Delino DeShields. El puesto es suyo y solo él lo retendrá o lo perderá. Espero que responda a la confianza que le hemos brindado.
El de Hernández era un tema que contenía cierta sensibilidad para un periodista venezolano. Desde hace tres años, se había esparcido la creencia de que Mike Piazza era el catcher titular de los Dodgres, en menoscabo de Hernández, solo por ser ahijado de Lasorda. Un prejuicio que el propio Piazza se había encargado de derribar al ser electo Novato del Año de la Liga Nacional en 1993, y coleccionar un promedio de 30 jonrones y 100 carreras empujadas en cada una de las tres últimas temporadas, entre otros pormenores.
-Carlos continuará como nuestro segundo catcher, respondió Lasorda. –Lo ha sido desde 1992 y no hay motivo para que no siga allí este año. En toda la Liga Nacional, no existe un segundo catcher como él. Mike es incansable. Pero saber que Carlos está en el banco, listo para cualquier emergencia, te permite dormir tranquilo.
Cedeño no estaba tan confiado en quedarse. Tuvimos la percepción, de que el origen de su incertidumbre se hallaba en la inseguridad de sus 21 años de edad. En cambio Hernández, seguro estaba de no poder desplazar a Piazza. No obstante, lo embargaba una pesada frustración. En pocos días cumpliría 28 años, está con los Dodgers desde 1990 y todavía no ha conseguido jugar en más de 69 encuentros en una sola temporada. Convencido estaba, de que podía ser el receptor regular de cualquier otro equipo de grandes ligas, pero que los Dodgers no lo dejarían ir.

-Oye, Sandy, ¿qué puedes enseñarle tú a este?, le gritó a Koufax, Dave Wallace ascendido este año al cargo de instructor de lanzadores de los Dodgers. -¿Qué puedes enseñarle? ¿Es cierto que sabés algo sobre pitcheo?
Sin apartar la vista de Astacio, Koufax disfrutaba con el doble sentido de las palabras de Wallace. Podía percibirse relajado. Haciendo algo a lo que no estaba obligado, aunque era evidente que experimentaba placer. Y con la licencia que le otorgaba ser Sandy Koufax, ¿quién se atrevería a rechazar el más simple de sus consejos?
La escena se desarrollaba a un lado del módulo donde los Dodgers de Los Ángeles tienen dispuesto el vestidor de los peloteros y un restaurant que se vanagloria de servir los platos más exquisitos y la atención más esmerada, de cualquiera de los campamentos primaverales. Sin olvidar la sala de prensa dotada de todo lo necesario para cumplir a cabalidad con la labor periodística.   
      -El otro día me acordé de ti, nos había contado J.J.Villamil, a quien encontramos en Kissimee grabando entrevistas para Los Niños Cantores, la planta de televisión zuliana. -El lunes cuando llegué a Vero Beach estaba lloviendo. Tuve que meterme en la oficina de los Dodgers mientras escampaba. Y adivina, en eso pasó Sandy Koufax. Está mucho más delgado que cuando jugaba.
Al siguiente día hicimos la primera parada en Vero Beach, y por tercer año consecutivo creí que me marcharía con la frustración a cuestas de no ver a Koufax como si pudo J.J. Pero cuando regresamos ayer, Manolo Hernández Douen me dio una nueva esperanza de toparme con Sandy.
-La semana pasada estuvo aquí, contó Manolo que a medidaos de la década de los años 80, saltó de la redacción de Meridiano en Caracas, a la de La Opinión, un diario en español que circula en la ciudad de Los Ángeles. –No hablé con él. Pero aproveché que por aquí estaban Jim Palmer y Luis Tiant, y mandé una historia sobre lo que sería una rotación de pitcheo con todos esos tipos. Cada vez que veo a Koufax me acuerdo de ti Pero ya no está trabajando con los Dodgers. Ni siquiera se uniforma. Va por los campos hablando con los peloteros y firmando autógrafos. Quién quita que tengas suerte y venga mañana.
Estoy seguro que el encuentro con Koufax fue un hecho providencial. En nuestro itinerario no estaba prevista otra parada en Vero Beach, pero a Boris se le ocurrió seguir a Atlanta en carro y no en avión como estaba contemplado en la bitácora de viaje original.
 -Ya que estamos aquí, porque no esperamos para ver qué pasará con Carlos Hernández y Roger Cedeño, sugirió mi compañero que envía notas para El Aragueño de Maracay.
-Ese cuento es muy viejo, respondió la secretaria con un dejo de sorberbia, al pedirle credenciales de prensa solo por el miércoles 27 de marzo, porque la acreditación original se había extraviado quién sabe dónde. –Está bien, cedió tal vez porque los entrenamientos llegaban a su fin.
¿O sería la misma mano providencial que desvió el trayecto inicial?

-Quiebra la muñeca y suelta la pelota, indicaba Koufax a Astacio, con tanta suavidad y firmeza a la vez, como si al contrario de ser un instructor de lanzadores, fuese un maestro enseñándole a un niño tocar el violín. –Vamos. Siente el placer de que la pelota haga lo que tú quieres que haga. Bien. Muy bien. Así. Siéntela. Siente cómo rompe la curva.
A esa altura de la clase ya se habían incorporado más observadores. Como nosotros, seguían lo que sucedía en un silencio que podía cortarse con una navaja y así no perder un solo detalle de la disertación.  Solo Wallace se permitía interrumpir.
-Pedro, después de esto no puedes ganar menos de veinte juegos, dijo Wallace. –Es lo menos que puedes hacer para pagar por todo lo que Sandy está haciendo por ti. Hazle caso, hazle caso.
Antes de salir para los entrenamientos, Ángel Saldivia quiso saber allá en redacción del periódico, de dónde surgio la quintaesencia de mi afición por Koufax. Respondí que no era muy difícil admirarlo en aquellos años 60. Que era como admirar en los 90 a Greg Maddux o a Roger Clemens.
Entonces, el más desprevenido de los observadores no podía pasar por alto cómo entre 1961 y 1966, Koufax acumuló cinco lideratos consecutivos de efectividad, lanzó un juego perfecto y tres sin hits ni carreras, cuatro veces fue líder de la Nacional en ponches, en tres fue el más ganador con 25, 26 y 27  victorias, en otras dos fue el primero en innings y en juegos completos, en tres en blanqueos, en una en aperturas, ganó tres premios Cy Young unánimes, en una ocasión fue el Mas Valioso mientras los Dodgers obtenían tres banderines de liga.
En ese lapso, tuvo marca de 129-47, una efectividad de 2.19 y 1711 ponches en 1633 entradas, 35 blanqueos, 115 juegos completos en 211 aperturas, estableció marcas vigentes para la Nacional de 382 abanicados y 11 lechadas en una sola campaña. Todo con un brazo artrítico.
Koufax le pidió a Astacio que se detuviera. Quería mostrarle la mejor manera de sujetar la pelota según el tipo de lanzamiento que aspirara hacer. En otra pequeña muestra de su proverbial afán por la perfección, rodeó la pelota con sus largos dedos y esta dejó de ser una bola de béisbol para convertirse en una de golf. Literalmente, la esférica desapareció dentro de su mano izquierda. No era una  ilusión óptica ni una distorsión de la realidad. Como tampoco lo fue la desmedida elipse que describía su legendaria curva, gracias al efecto que podía darle con ese agarre envolvente. Astacio advierte que su mano no es tan grande como para conseguir el mismo resultado que pretende Koufax.
-No importa, sonríe Wallace, que repara en el desconcierto del quisqueyano. –Nadie tienen unos dedos como esos. Ramón Martínez es el pitcher con más victorias en este equipo desde 1990, y su mano cabe en una de Sandy. Solo hazle caso.
Koufax le devuelva la pelota y Astacio reanuda sus movimientos desde la lomita. Después de otros tres envíos que explotan en la mascota del catcher Tom Prince, Sandy sonríe de satisfacción. La maestría había terminado felizmente.

Era evidente que Koufax no estaba dispuesto a responder perguntas en medio de una entrevista formal. Sin embargo, antes de reunirse con su familia que aguardaba por él, dejó que una pequeña batería de aficionados lo rodeara.
 -Esconde la credencial, le dije a Boris para también poder acercarnos como un aficionado más.
Un señor entrado en años pidió que le autografiara la Guía de Medios de los Dodgers. Otro le extrajo una expresión de sorpresa al mostrarle una foto que él mismo le había tomado en el estadio de los Dodgers en 1964, y un par de jovencitos fueron empujados por su papá, para que les firmara una pelota. Entonces llegó nuestro turno. Sandy puso su brazo derecho sobre mi hombro, los dos sonreímos a la cámara que sostenía Boris y el momento quedó registrado para la posteridad..
No habían pasado más de quince minutos desde que dejé de escribir. La teoría de la Relatividad de Albert Eisntein vino a la memoria, porque no sé si fue un instante excesivamente breve, o excesivamente prolongado para ser verdad.


Comentarios

  1. Maestro, siempre he seguido con entusiasmo toda su admiración por Sandy Koufax.

    Sobre todo por la forma en que lo trata, reconociéndolo como su ídolo, al que no hace falta bajar el Olimpo. Es inevitable sentir afecto por el personaje.

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  2. No puedo imaginar cómo se sintió usted Don Humberto despues de esa foto! Un sueño hecho realidad! Fui abonado de los Leones del Caracas y siempre lo veía en el estadio pero nunca me atreví a pedir una foto cosa q ahora me arrepiento ya q no estoy en Venezuela! Mi respeto y admiración maestro y conocedor del Béisbol!

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