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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Control, más control (1996)

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Compinche, hoy estabas duro, le dice al oído, Oswaldo Guillén a Wilson Álvarez., luego de su cuarta salida primaveral, ante los Yanquis de Nueva York aquí en Sarasota. Había un dejo de broma en el tono de Guillén. Pero también seriedad, porque minutos antes, el zurdo había repartido nueve ponches en apenas cinco entradas. Seis de ellos con el tercer strike cantado. “Lo mejor no fueron los ponches”, dijo sin embargo el as de la rotación de abridores de los Medias Blancas de Chicago. “Lo mejor fue que no regalé bases por bolas. El descontrol fue mi mayor problema el año pasado. Por eso estoy tan satisfecho con lo que acabo de hacer”. En medio de su labor, Álvarez aisló seis imparables y la única carrera de Nueva York fue sucia. Y conste que los Yanquis disponían en su alineación del veterano Tim Raines, el hábil dominicano Tony Fernández, y el prometedor novato panameño Rubén Rivera. “El problema de mi descontrol, no es tanto mecánico como mental”, explica Wilson,

Y Billy cuándo viene (1980)

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-¡Tooony!, gritó presurosa la anfitriona, derrochando amabilidad y una sonrisa contagiosa, al ver a Antonio Armas y su imponente corpulencia en la puerta del restaurant. Por un instante, la proverbial timidez de Armas, da paso a una arrogancia inocente de héroe de la ciudad. Una expresión de agradecimiento ilumina su rostro. -Me debes una, Tony. Hoy fui al Coliseo con mi bebé y no sacaste la bola. Pero adelante. ¿Cuántos son ustedes?, pregunta la chica más calmada, mientras guía al pequeño grupo al interior del lugar. -Cinco, respondió Armas. –Pero uno está por llegar. -Entonces por aquí. Aunque si quieren fumar, les tengo una mesa del otro lado. -No, aquí está bien, le insiste a la muchacha, de impecable uniforme a cuadros verdes y rojos, coronado por un pulcro delantal blanco y unos enormes y vivaces ojos azules. La chica promete regresar con el menú de ofertas y tomamos asiento. César Tovar y Graciano Ravelo se acomodan uno al lado del otro. Me colocó junto a Armas

¿Quién es ese? (1984)

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Fiel a la costumbre heredada de Rodolfo José Mauriello, el martes llegué temprano al estadio Universitario. Tal vez demasiado temprano. Eran las dos de la tarde cuando el automóvil de El Nacional me dejó en el estacionamiento del parque. Esa noche jugarían Caracas y Magallanes por vez primera en la campaña, una excusa formidable para justificar el madrugonazo. Pero aún así. A esa hora, buena aparte de los peloteros todavía está por llegar. Pasé por el vestuario de los Leones a saludar y a tomar café con Jacinto Betancourt, quien vive allí durante la temporada, y al salir al terreno percibí una inusual aglomeración de gente por los lados de la tercera base. El manager Buck Rodgers, Oscar Prieto, el coach Pompeyo Davalillo y el preparador físico Rafael Noriega, seguían con atención a un adolescente que en el campocorto recibía los rodados de los más variados calibres, que desde el home le servía Antonio Torres. El joven con el uniforme del Caracas los recogía todos. Los que Torre