El hombre que guardó el “13” (2007)


Hacia donde se dirigiese la mirada, allí estaba el “13”. Incluso, hasta con un guiño de amabilidad. Pretendiendo desvirtuar el maleficio que se le atribuye al número por estas latitudes. Rojo escarlata sobre un fondo blanco, se hallaba en los pasillos de los tres pisos del Great American Park. En las paredes de los ascensores. En las oficinas del personal administrativo. En las taquillas donde los aficionados compraban y retiraban entradas para el juego. En el vestuario, del equipo de la casa y del equipo visitante. En la sala de prensa. En las casetas de radio y televisión. En los dugouts. En las tiendas de recuerdos. En los puestos de comida rápida. En los senderos que circundan el estadio. En pendones que asomaban majestuosos desde las alturas de los palcos de terreno. Por todas partes.
Tal vez después de mucho tiempo, los Rojos de Cincinnati habían decidido homenajear a uno de sus peloteros más emblemáticos de sus años dorados en el transcurrir de la década de los 70, con el más representativo de los gestos que un equipo puede ofrecer a sus jugadores: retirar de su nómina para siempre, el número que lució sobre su espalda. Y por lo apreciado al llegar aquí, los Rojos no querían que uno solo de los habitantes de la ciudad, no supiera que ese número era el ”13” de David Concepción.
“Si no me quieren en el Salón de la Fama, todavía me quieren en Cincinnati”, intentó Concepción ironizar al cruzarnos en el aeropuerto de Maiquetía, minutos antes de abordar cada quien el avión que nos traería hasta acá. Pero el doble sentido, de ninguna manera iba en serio. El hombre estaba realmente emocionado. Feliz, porque por primera vez en mucho tiempo, su paso destacado por las grandes ligas, volvería a ser recordado.
“Hace un mes que me avisaron”, contó apresurado. “Pero no me explicaron nada. No sé con qué me voy a encontrar allá. Lo único que sé, es que me van a retirar el número. Ya era hora”, bromeó, y con su esposa y sus hijos, se perdió por el túnel que los conduciría hasta el reactor de American Airlines que esperaba por ellos en la pista.

Es increíble cómo las escenas pueden repetirse en el tiempo. Estoy en Cincinnati, finales de agosto de 2007. Apenas atravesé la puerta del hotel, regresé al aeropuerto Simón Bolívar. Pero en marzo de 1989. El mismo feliz alboroto. Pancartas. Cámaras fotográficas. Hasta la misma gente, con casi veinte años más y hasta con nietos.
“Son mis amigos de toda la vida allá en Maracay”, explicó Concepción al encontrarnos de nuevo. “Amigos en las malas y en las buenas. Aquella vez fueron a recibirme después de tomar la decisión de retirarme. Fue una decisión dura y difícil porque pensaba que podía jugar un año más. Quería completar veinte años en las grandes ligas. Fueron a recibirme y también a consolarme. Ahora están aquí para compartir este momento con nosotros. No me acordaba que habías estado en Maiquetía aquel día”.
Inesperadamente, hizo su aparición en el lobby del hotel, el más afamado personaje de Maracay y sus alrededores, Miguel Cabrera. El  toletero, y el resto del equipo de los Marlins de Florida, estaban alojados allí para celebrar tres juegos con los Rojos.
“Yo fui el que le pedí a los Rojos que retiraran el número de David en esta serie contra nosotros”, bromeó y todos celebraron la ocurrencia. “Cómo no voy a estar aquí con mi otro papá”.
Pero ni siquiera la sola presencia de Cabrera con su prestigio de estrella de las ligas mayores, consiguió sacar a Concepción del centro de atención de los presentes. En realidad, el joven de 24 años llegó para sumarse a la corte de admiradores. Todos querían una foto con David para la posteridad en medio de un instante tan significativo. No encontraba cómo atender tanta demanda. Hasta un matrimonio en sus bien vividos cincuenta años, que juraba haber cenado con él durante la Serie Mundial de 1975 contra los Medias Rojas de Boston, rogaba por unos minutos de su compañía.
Fue por eso, que al ver llegar a los funcionarios de los Rojos que vinieron a buscarlo para ir al estadio a cumplir con parte de los actos protocolares, Concepción por poco sale en carrera del hotel.

No quise salir de la habitación hasta ver mi maleta extraviada en el vuelo entre San Juan y Nueva York. Por ello, debí apresurarme para llegar a tiempo a la rueda de prensa que ofrecieron los Rojos para hablar del agasajo. El estadio se encuentra a unos diez minutos a pie, pero preferí pagar un taxi para no perder un solo detalle de la reunión.
Solo que aquello no fue una rueda de prensa común y corriente. O al menos con la formalidad que supone un evento de esa trascendencia. Sorpresa. Claro está, allí estaba Concepción y parte de la directiva del conjunto. Pero también estaban, el manager Sparky Anderson, el catcher Johnny Bench, el camarero Joe Morgan, el toletero cubano Tany Pérez, el jonronero George Foster, el temible bateador Lee May, el veloz jardinero Ken Griffey padre. Dios mío, solo faltaba Pete Rose.
Por ello quien haya estado entre la una y las dos de la tarde de ese sábado en el Salón Crosley del estadio Great American Ball, vio cómo los periodistas asistentes, muchos de ellos en los cuarenta y los cincuenta años de edad, de paltó y corbata algunos, salieron de allí convertidos en aficionados juveniles, postrados ante la sola presencia, los recuerdos y las ocurrencias de los héroes de la ya vieja “Gran Maquinaria Roja de Cincinnati”, el terror de los Liga Nacional durante el lejano decenio de los 70 del siglo pasado. Al principio se preservó el buen juicio. Hasta que preguntas y respuestas degeneraron en el más puro toma y dame de las profundidades de vestuario. Solo faltaron las malas palabras. Para beneplácito de los presentes.

-Al principio, David n o tenía compañero de cuarto, inició Pérez lo que sería el fin del fundamento original de aquel cónclave mágico. –Se la pasaba llorando y yo era el único que lo escuchaba. Todos lo regañaban. Bench, May, Pete Rose. Todos lo tenían a monte. No tuve más remedio que acogerlo y convertirme en su protector. Hoy estoy convencido, que de no haber sido por mí, no hubiese podido llegar hasta donde llegó, y en este momento, no le estarían retirando el 13. Ah, otra cosa. No bateaba.
Concepción le arrebató el micrófono pero no hallaba cómo responder. Las risas del auditorio no se lo permitían.
-Cuando el séptimo bateador del lineup batea sobre 300 o cerca como yo, cómo serán los bateadores de la parte alta de la alineación, intentó Concepción, sentado entre Bench y Pérez, una explicación al juicio que de él había hecho Pérez. –Mi problema era, que nunca encontraba gente en base. ¿Cómo iba a empujar más carreras? Ahora Tany, ¿por qué no hablamos de tu defensa, en tercera y en primera?
-Tany, no digas nada, lo interrumpió Bench cuando trató de contestar. –Tany, estamos hablando de defensa. ¿Cuántos Guantes de oro ganó David? Cinco, ¿verdad? ¿Cuántos Guantes de oro ganó Morgan? Cinco, ¿verdad? ¿Cuántos Guantes de Oro gané yo? Diez, ¿verdad? ¿Cuántos Guantes de Oro ganaste, Tany? Ni uno, Tany. Ni uno. Así que deja a Dave tranquilo. Oigan, nuestra línea central era tan buena, que nadie notó lo malo que eran Tany en primera y Rose en tercera.
-Gracias Johnny, dijo Concepción, pero cuando iba a proseguir, Anderson levantó la voz.
-Un momento muchachos, trató de poner orden el patriarca de 77 años. -¿Qué va a pensar toda esta gente de nosotros?  ¿Qué clase de familia es esta? No vamos a lavar los trapos sucios fuera de casa. Alguno de ustedes sabe cuántos años tienen los Rojos. 138. Es decir, que en todo este tiempo, solo a ocho peloteros del equipo le han retirado el número y uno de ellos es Dave. Hombre, piensen en el significado de todo lo que está pasando hoy aquí, sonrió.
Lo mejor de todo, es que aquel toma y dame parecía seguir la directriz de un libreto escrito por alguien. Pero no. Aquello era pura improvisación sobre la marcha, y una prueba más de que aquellos Rojos que alcanzaron seis coronas divisionales, cuatro banderines de la Liga Nacional y dos Serie Mundiales entre 1970 y 1979, fueron una dinastía como pocas. También eran una gran familia como sugería Anderson, medio en serio medio en broma.. Sin embargo, Concepción tomó de nuevo la palabra para mantener el inesperado espíritu de aquella atmósfera.
-Sí, para mi fue un placer formar parte de la Gran Maquinaria Roja, confesó. –Sin embargo, sin mí, nunca hubiese podido ser el equipo que fue. Tany hizo de Morgan una estrella, pero yo lo llevé hasta el Salón de la Fama.
Quizás porque Concepción era el actor principal, sus compañeros respaldaron con una sonrisa indulgente su comentario, pero enseguida Morgan se hizo del micrófono.
-Johnny, Tany, Rose y yo, opacamos a Griffey, a Foster y a David, dijo el camarero, Más Valioso de la Liga Nacional en 1975 y 1976.-Pero es verdad, sin ellos nunca hubiésemos podido ser el equipo que fuimos.
Rob Butcher, el director de Relaciones Públicas de los Rojos y maestro de ceremonia, se levantó de su asiento para sugerir que todo había concluido, pero Concepción se valió de su privilegiada condición del honrado de la ocasión para decir algo más.
-Tany Pérez fue mi compañero de cuarto, dijo. –A él y a Sparky Anderson, les doy las gracias por hacer de mí un mejor pelotero y una mejor persona. Y a mis otros compañeros, les doy las gracias por hacerme más fácil jugar béisbol.
Todavía no podía creer, que a menos de tres metros de distancia habían estado ante mí, los mismos tipos que observé por televisión derrotar a los Medias Rojas en la Serie Mundial de 1975, la más emotiva y recordada de la historia. Y en la siguiente aplastar en cuatro juegos a los Yanquis de Nueva York. El otoño empezaba a manifestarse y regresé caminando al hotel para disfrutar el aire fresco de la tarde. Había tiempo para dormir un rato antes de volver al estadio a hacer algunas entrevistas para el artículo, presenciar el acto de retiro del “13”, y si me entusiasmaba ver el partido entre los Rojos y los Marlins.

Concepción lució por última vez en su espalda el “13” de los Rojos, el 2 de octubre de 1988. Día final de la temporada. Había visto desde el banco los dieciséis postreros encuentros del calendario. No volvió a ver acción desde el 15 de septiembre, en el mismo y ya demolido estadio River Front, cuando el manager Pete Rose lo envió a defender la primera base en el noveno inning contra los Astros de Houston.
Ya en el clubhouse, se quitó el uniforme y lo puso en manos de Bernie Stowe. Lo que no podía saber en ese preciso momento, era que no regresaría. Al menos como pelotero de la escuadra.
Y si hay alguien a quien Concepción debiera agradecerle desde entonces que ningún otro pelotero de Cincinnati llevara el “13”, es precisamente Stowe, el hombre que desde 1947 está a cargo del cuidado del vestidor de los Rojos, y quien en 1970 se lo entregó a cambio del 50.
“Cuando Dave me pidió el 13, le dijo que solo se lo daría con la autorización del jefe”, contó Stowe, que tiene como ayudantes a sus hijos Mark y Rick. “Ya sabe, el 13 no es bien visto entre nosotros. Aún los edificios no tienen pisos con ese número. Así eran las cosas entonces. No podía dárselo, sino me daban permiso”.
El jefe a quien se refiere Stowe era Sparky Anderson, que esa campaña de 1970 se estrenaba como piloto de los Rojos.
“Lo recuerdo muy bien. Como si fuera hoy”, comentó Anderson, que dirigió a Concepción y a los Rojos de 1970 a 1978. “A mí no me importaba mucho. No soy un hombre supersticioso, pero sí le pregunté a Bernie si no estaba confundido. Que tal vez Dave le había pedido el 30 y no el 13. Me aseguró que no. Que le había pedido el 13. Como Bernie insistió, fui a hablar con Dave y le dije, a mí no me importa qué número utilices. Puede ser el 10 mil. Lo único que quiero es, con el 13 o cualquier otro número, que tomes todos los rollings que salgan hacia donde tú estés. Teníamos mucha confianza en él. Solo tenía dos años de experiencia en las menores y 21 años de edad. El día inaugural de la temporada de 1970, lo puse en la alineación abridora”.
Sin embargo, el papel de Stowe en esta historia no se quedó en la campaña de novato de Concepción. Al saber que no volvería con los Rojos para la temporada de 1989, el “13” lo metió en su baúl personal, le pasó cuatro llaves y se sentó sobre el cofre. Solo lo abriría de nuevo al tener la más absoluta certeza de que nadie más podría llevarlo.
“Sí, lo guardé bajo llave”, ríe Stowe con nuestro ejercicio de imaginación, y quien fue primero, el muchacho de los mandados de los peloteros de los Rojos durante la segunda mitad de los 40. “Pero lo guardé con uniforme y todo. Y como había guardado su primer uniforme, el del 70. Como todo el mundo cuando concluye su primera campaña, Dave me dio el suyo. Siempre supe que sería un gran pelotero. Se lo di cuando se fue de aquí en 1988. Tengo entendido que se lo entregó a su esposa”.
Stowe estaba entre los invitados a estar junto a Concepción durante la ceremonia de retiro del “13” que se llevaría a cabo en algunos minutos. Su lugar estaba junto al de Robert Castellini, presidente del Cincinnati. No por casualidad, el abrazo más prolongado que recibiría el venezolano, fue el de Stowe.
“Siempre tuve el deseo de protegerlo”, comentó mientras terminaba de arreglarse para el acto. “Entonces Dave era muy joven y muy tímido. Siempre parecía estar asustado. Y usted sabe, no hablaba inglés y eso lo hacía sentirse inseguro. Por eso lo protegí y siempre dije “no” cada vez que alguien quiso que le diera el “13”. Y créalo, hubo varios. Sobre todo latinos como Dave, Supongo que para imitarlo. El último fue un muchacho de Venezuela, Ray Olmedo. Ese ha sido mi homenaje”, sonrió el anciano y pidió permiso para ir hasta el terreno.

Dilia estaba más nerviosa que Concepción a la espera de la orden de ir a ocupar su puesto al lado de su esposo y sus tres hijos.  Aún así, fue capaz de evocar en detalle la historia del uniforme de la primera campaña de Concepción en las grandes ligas, que acababa de referir Stowe.
“Es verdad”, aseguró. “Un día, David se me presentó con una caja. Creo que quien merece tener esto eres tú, me dijo. Lo abrí, y adentro estaba el uniforme. Quien lo vea, no podrá creer que David lo utilizaba, De largo todavía debe quedarle bien, pero sería imposible que se lo pusiera. No sé, hoy debe tener treinta kilos más de los que pesaba en 1970. Es hermoso. Está intacto, y lo tenemos gracias a Bernie.”
Entrada la tarde de aquel 26 de agosto de 2007, Concepción tomó la mano de su esposa, y escoltados por el resto de la familia, ocuparon el sitio reservado para ellos frente al dugout de la derecha. Concepción estaba radiante. Dichoso y conmovido. Lucía un traje beige y una camisa blanca que hacía juego con su cabello recién cortado para la ocasión. Una corbata amarilla terminaba de darle un toque de perfección al contraste de colores.
“Él fue el mejor shortstop de su era, y ciertamente uno de los más grandes en la historia de nuestra franquicia”, escuchó Concepción cómo empezaba su discurso Castellini, asimismo dueño de los Rojos. “Por eso el “13” es desde hoy, el nuevo integrante de la galería. ¡Felicidades capitán!”.
El 13 de Concepción estaba ahora junto al 1 del manager Fred Hutchinson, el 5 del catcher Johnny Bench, el 8 del camarero Joe Morgan, el 10 del piloto Sparky Anderson, el 18 del primera base Ted Kluszewski, el 20 del jardinero Frank Robinson y el 24 del toletero Tany Pérez.

“Gracias”, intentó Concepción decir entre sollozos palabras de agradecimiento. “Toda mi carrera la viví con los Rojos, y a ellos les debo agradecer siempre el haberme dado la oportunidad de vivir en esta ciudad y de conocer a su gente. De hacer muchos amigos y de tener compañeros como Tany, Sparky, Johnny y Joe, George, Lee y Ken, que han venido hasta aquí para acompañarme en uno de los momentos más emocionantes, para mí y mi familia. Gracias, muchas gracias”.
Para ser justos, ya los Rojos habían homenajeado a Concepción en el pasado para evidenciar el aprecio que la organización tiene por él. En 1983 lo nombraron capitán y en 2000 fue electo al Salón de la Fama particular del conjunto. No era para menos. Es solo uno de los tres peloteros con 19 años de servicio en el equipo, es segundo de por vida con 2488 juegos y 8723 turnos al bate. Tercero con 2326 imparables, 389 dobles y 321 bases robadas. Es el quinto con 3114 bases alcanzadas con sus batazos y 993 carreras anotadas, y el sexto con 950 remolcadas.
Después de ver en la pantalla gigante del estadio, un video filmado en San Francisco donde Omar Vizquel lo felicitó y recordó que fue su fuente de inspiración, Concepción ascendió a la lomita para cumplir con el ritual tradicional de hacer el lanzamiento inaugural, del encuentro entre los Rojos y los Marlins. Hizo una pausa para mirar hacia la cueva de los Marlins. En primera fila, Miguel Cabrera levantó su gorra para saludarlo. Entonces tiró la pelota. El acto había concluido.



Comentarios

  1. Excelente reseña maestro Humberto!!! Muchísimas gracias por todo.

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