Miguelito da los primeros pasos (2000)


Miguelito da los primeros pasos (2000)

No visitábamos el campamento primaveral de los Marlins en Viera desde 1994, apenas el segundo año de la franquicia en la Liga Nacional. Tiempo suficiente para que crecieran en su interior árboles y explanadas de grama bien cortada, que terminaron de una vez con la desolación que inundaba entonces los espacios.
-Debe estar en el campo de ligas menores, dijo Alex González, el venezolano campocorto de los Marlins, al preguntarle dónde podíamos encontrar a Miguel Ángel Cabrera. –No está muy retirado. Al llegar a aquel edificio, cruza a la derecha y vas a ver el campo.
“¡No tires. No tires!”, le gritaba Cabrera desde el campocorto al defensor de la segunda base, justo en el momento que ingresamos al complejo de cuatro terrenos, para verlo personalmente solo por segunda vez. El camarero había perdido un rodado por fracciones de segundos, y Cabrera pensó que no tenía oportunidad de retirar al corredor en la inicial y sí de hacer un tiro desviado que le permitiera colarse hasta intermedia. Siguió el consejo y se quedó con la pelota en la mano.
“A esa misma edad, Oswaldo Guillén también tenía esa actitud”, contó Manny Crespo, el Coordinador de infielders de toda la organización de los Marlins. “Fui el instructor de Guillén cuando estaba en las menores con los Padres de San Diego. Era el mismo temperamento que tiene Miguelito. Todo el tiempo pendiente de hacer algo que pueda hacer la diferencia en el juego”.

Cabrera solo tiene 16 años de edad y por primera vez se encuentra en el campamento primaveral de los Marlins, luego que Florida le entregara solo por su firma, una bonificación de un millón 800 mil dólares, la más alta pagada a un venezolano por una organización de grandes ligas y solo la tercera por encima del millón de dólares. Motivo por el cual, desde su llegada hace tres semanas se ha convertido en un espécimen “extraño”. Al punto que no pocos de los que se hallan a su alrededor, son ya especialistas en su rutina diaria.
“Como todos los demás se levanta todos los días antes de las seis de la mañana”, cuenta Crespo. “Dos horas más tarde tienen que estar en el campo. De aquí no salen hasta las cuatro de la tarde. Van para su habitación, se bañan y los espera la cena en el comedor. De allí salen para el salón de clases donde estudian inglés por media hora. Y de ahí para la cama. Tienen que entrar a su cuarto antes de las 11 de la noche. De lunes a domingo, y casi siempre bajo un sol como el que tenemos hoy. Inclemente. Si quieres llegar algún día arriba, hay que cumplir con esta rutina. Hasta un joven como Miguelito tiene que pasar por esto.”
“Es verdad, con el tiempo se hace rutina. Uno se acostumbra”, afirma Cabrera, solo después de tomar parte en el juego simulado entre los peloteros del equipo de novatos de los Marlins. “Esto es como un trabajo para uno, aunque yo lo tomo como un juego. Ya hay algunos que quieren irse para su casa. Uno se agota física y mentalmente, pero hay que darse ánimo para seguir adelante”.
Cabrera estampó su firma el 2 de julio de 1999 en la sala de su casa en Maracay. El documento se lo extendió Miguel Ángel García, el scout de los Marlins que se dejó convencer por sus habilidades, pero que luego también debió persuadir a sus jefes. De que aquellas destrezas eran poco comunes, y para que asimismo dieran el bono millonario, ante la inminencia de que otras organizaciones estaban dispuestas a elevar la oferta.
“Antes de venir este año nunca lo había visto”, dice Crespo de Cabrera. “Hay que estar de acuerdo en algo, lo tiene todo. Batea con fuerza, Tiene brazo y manos. Y sobre todo unos buenos pies. Alegres. De esos que no pisan fuerte. Cuando corre o camina, pareciera que está flotando”.
Observamos a Cabrera desde una torre que permite vigilar sin perder detalle, lo que acontece en los cuatro campos que están a su alrededor. Crespo pide permiso para atender la acción y tomar algunas notas. En ese instante, dos batazos salieron en dirección a Cabrera, uno tras otro. El primero hacia ese lugar detrás de la tercera base y a medio camino del campocorto, conocido como el hueco. Cabrera se deslizó a su derecha en el mismo estilo de Alex González para poder atrapar la bola, se levantó como un resorte y por dos pasos sacó al corredor en la primera almohadilla. El segundo fue un rolling de frente, pero lento que lo obligó a ir en su busca. Capturó la pelota en un bote pronto y por un paso eliminó al corredor en la inicial.
“Miguelito va a crecer un poco más”, asegura Crespo. “Me recuerda a Andrés Galarraga, que tenía tremendos pies y tremendas manos, pero todo el mundo de lo que hablaba era de su bate. El tiempo dirá dónde terminará jugando. Será cuestión de cómo vayan progresando sus habilidades. Lo mismo hay que decir del tiempo que tardará en llegar a las grandes ligas. Este año estará en la Liga de Novatos, y sólo él decidirá, cuándo llegará a los Marlins”.

Las dudas surgidas alrededor del espacio donde Cabrera mejor pueda desplegar sus recursos defensivos, radican en su estatura de un metro con 88 centímetros. En plena adolescencia, aún se espera que crezca un poco más. Cuando los Marlins lo vieron por primera vez, era un  campocorto.
“Todo va a depender de mis desplazamientos”, opina Miguel Ángel que nació en la capital del estado Aragua, el 18 de abril de 1983. “Siempre he jugado en el shortstop. También en la tercera, y a veces hasta lanzaba. Pero mi posición es el short. En tercera me siento incómodo. Ahora, si pierdo terreno en los desplazamientos, me pasó para la tercera”.
El primer manager de Cabrera en el Béisbol Organizado será Kevin Boles, hijo de John Boles el piloto de los Marlins.
“Es un verdadero placer tener a un pelotero, y a un joven como él, con nosotros”, afirma entusiasmado el novel estratega que dirigirá a Miguel Ángel en los Marlins de Melbourne en la Liga del Golfo de Florida.
“Desde que llegó aquí, Miguel ha estado listo para trabajar desde las siete de la mañana. Hace caso y escucha lo que le dice la gente. Especialmente los coaches. Pero lo vamos a llevar poco a poco. No hay ningún apuro. Queremos mantenerlo fuera del alcance de las lesiones, y especialmente, enseñarle que no tiene por qué hacer un esfuerzo más allá del que debe hacer en un momento dado del juego. Es muy impulsivo y quiere hacerlo todo. Hay que controlarlo”.

Trasladando el contexto de una familia tradicional al campamento de los Marlins, Cabrera personifica al más pequeño de la casa. Al menor de los hijos. Al consentido por sus padres y los hermanos mayores. Sus compañeros, no mucho mayores que él, lo llaman “El Niño”. Crespo lo llama “El Bebecito” o “Miguelito”, y Miguel Ángel llama a Crespo “El Abuelito”.
“Me han tratado demasiado bien”, asegura el torpedero que ya tuvo oportunidad de aparecer en un juego durante la temporada 99-00 con los Tigres de Aragua, el conjunto que lo firmó en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional. En cuatro turnos dio un imparable.
“Pero recibo un trato igual al que reciben los demás”, continúa. “Con Alex González también he compartido. Me ha invitado a cenar varias veces y me da consejos. Que tengo que fajarme, y que escuche a quien tengo que escuchar”.
Las recompensas materiales y profesionales que tiene Cabrera en su futuro, son ajenas a la mayoría de las personas. Ni hablar de quienes tienen su edad, que en la mayoría de los casos aún se encuentran transitando por la secundaria. Sin embargo, dar un paso como el que dio, tiene su costo. En su caso, tener que separarse de una familia donde ha contado desde el día en que nació con un significativo cuidado. Ni más ni menos, sus padres estuvieron en Viera hasta la semana pasada.
“Me hacen mucha falta”, dice Cabrera de Miguel Ángel y Gregoria, sus progenitores. “Desde que se fueron para Venezuela, hablamos casi todos los días por teléfono. Mi papá siempre me dice lo mismo. Que debo aprender a superar los malos momentos. Y sobre todo, si llegan cuando uno está lejos de la familia. Que no hay que hacerle demasiado cerebro a los problemas”.
Antes de Cabrera, solo el jardinero Jackson Melián y el catcher José Salas habían recibido más de un millón de dólares únicamente por firmar para jugar como profesionales. Melián obtuvo un millón 600 mil de los Yanquis de Nueva York en 1996, y Salas un millón 300 mil dólares de los Bravos de Atlanta en 1997. Como a ellos, a Cabrera la vida se le vio trastocada de un día para otro. Entre sus planes estaba seguir en la universidad la carrera de ingeniería.
“Antes de firmar terminé el bachillerato”, explica Miguel Ángel. “Fue una condición que pusimos. Me gustaría estudiar ingeniería, pero aquí no hay tiempo para eso. Creo que tendría 12 o 13 años, cuando le dije a mi papá que quería ser pelotero. Estuvo de acuerdo y prometió ayudarme. Siempre y cuando yo pusiere todo de mi parte para jugar bien”.
Una leyenda que corre por todo Maracay desde la firma de Cabrera, cuenta que sus condiciones a todas luces sobre naturales para jugar béisbol, vienen de Gregoria, una destacada jugadora de softbol. Cabrera se ríe y prefiere no hacer comentarios, mucho menos en las páginas de un periódico. Es el mismo caso de dos célebres peloteros cuyo talento siempre fue atribuido a los genes traspasados por sus madres, los toleteros Roberto Clemente y Ken Griffey Jr. 
“Esos valores heredados de los padres, también lo ayudarán mucho”, asegura Crespo. “Tendrá que compartir con muchachos que tienen dos o tres años más que él, y a esa edad, esa diferencia es considerable. Pero se va adaptar. Además, aquí tenemos a  varios peloteros venezolanos que le facilitarán las cosas. Uno de ellos es Alex González. No va a compartir mucho tiempo con él, pero mientras duren los entrenamientos, puede resultar de gran ayuda para Miguelito”.
Dejando a un lado el cuento que se escucha en todo Aragua, la madre de Miguel en varias ocasiones representó al estado en competencias nacionales de softbol femenino, mientras que sus tíos David y José Torres, jugaron pelota profesional con los Tigres y los Cardenales de Lara. David fue un jugador del cuadro y José un lanzador.
La primera oportunidad que tuvimos de ver a Cabrera en persona fue el pasado mes de enero, durante el “Juego de la Confraternidad” organizado en el estadio Universitario de Caracas para recoger fondos para las víctimas de la tragedia del estado Vargas, en diciembre. La atención de la concurrencia y de los periodistas desde el palco, se hallaba concentrada en las celebridades presentes en el terreno. Desde el presidente Hugo Chávez y Luis Aparicio, pasando por  David Concepción y Omar Vizquel, al invitado especial, el jonronero Dave Winfield. Hasta que vimos aquel  lance inolvidable.
Chávez se encontraba como corredor en la primera base y Concepción dio un roletazo por segunda donde estaba Cabrera. Miguel Ángel atrapó la bola, y de espaldas a la base, se la pasó entre sus piernas a Luis Sojo que entró para forzar a Chávez en la intermedia. La gente aplaudió y aplaudió, aunque la mayoría no sabía a ciencia cierta, quién era ese que había actuado con tanta desfachatez.
-Siempre invento cuando estoy jugando, dijo Cabrera al recordarle el lance. –Esa la inventé y me salió bien.
Salimos del campamento de los Marlins rumbo a nuestra base de operaciones en Orlando. Durante la hora del recorrido no dejamos de pensar en las palabras de Manny Crespo: “Miguelito llegará a las grandes ligas cuando él quiera”-
¿Estará en lo cierto, o fue solo uno de esos cumplidos de mera cortesía que se repiten solo de la boca para afuera?

Comentarios

  1. Maestro leo que lo cita como Miguel Ángel y según tengo entendido es José Miguel Cabrera el nombre de este extraordinario pelotero.
    Saludos y mis respetos para usted.

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