Por fin (1993)
¡Por
fin! (1993)
El campocorto Rafael Belliard y el camarero
Mark Lemke se cruzaron como un par de tijeras que se abren y se cierran. Solo
reaccionaron por instinto porque no valía la pena intentarlo. Eran las 5:28 de
la tarde de este sábado 2 de octubre en el reloj del Fulton County Stadium de
Atlanta, Georgia. Octavo inning.
La línea pasó violentamente entre los dos
infielders, sobre la segunda base en dirección al jardín central. Entonces, por
fin, Andrés Galarraga tuvo la agradable certeza de que el título de bateo de la Liga Nacional ya no podía
escapar de sus manos. Piso la primera almohadilla, hizo el clásico ademán de
seguir a la segunda, y regresó a la inicial donde lo esperaba el coach Ron
Hassey para ser el primero en felicitarlo.
En lo que resultó una formidable coincidencia,
el sencillo llegó justo en su aparición 502 en el plato, una cifra que se había
convertido en una obsesión para el toletero de los Rockies de Colorado. También
en una angustiosa referencia para todos los aficionados venezolanos desde
agosto, cuando Galarraga regresó por segunda vez de la lista de incapacitados,
para dar inicio a un último aliento y tratar de concluir la temporada al frente
de todos los bateadores del viejo circuito. A partir de ese día, todas las
mañanas nos hacíamos la misma pregunta: ¿ya alcanzó los turnos necesarios?
-Ahora sí puedo decir que soy el líder bate,
dijo Andrés sentado frente a su casillero en una íntima y silenciosa
celebración porque el objetivo principal no se había logrado: ganar el juego.
Los Bravos, en ese momento en medio de una frenética carrera por obtener el
banderín de la División Oeste ,
habían apabullado a los Rockies, 10
a 1.
-Estoy emocionado. Muy contento. Creo que
podré dormir tranquilo por primera vez en mucho tiempo. Sabía que Tony Gwynn no
podía alcanzarme, pero no quería celebrar hasta estar completamente seguro.
Incluso, cuando esta semana volví a aparecer adelante en los numeritos, no dije
nada. Uno no sabe lo que puede pasar. Pero ahora sí. Ya puedo decirlo, exclama
el primer venezolano en lograr un título de bateo en las ligas mayores.
Galarraga ya tenía un hit en tres turnos en el
juego, cuando fue a batear en el octavo con dos outs y un corredor en la
primera base. El derecho Jack Howell lo colocó en un strike sin bolas con una
recta que cayó en la esquina de adentro del home. El segundo lanzamiento fue
una curva y…
“Y me quedé atrás para esperarla, explicó
Andrés, que en ese instante con su imparable 174 de la campaña, subió su
promedio a .373. “Le di muy bien. Por poco le quito la cabeza al pitcher”,
sonrió.
El domingo, al término del calendario regular,
el nuevo monarca detuvo su promedio en .370, un average que solo han logrado en
la Liga Nacional
en los últimos 55 años, Stan Musial en
1948 con .376 y Gwynn en 1987 con .370. Al desafiarlo a recordar cuándo y
contra quién conectó el primero de sus 174 hits de esta campaña de 1993, Andrés
sonrió de nuevo. En verdad, un gesto que no le cuesta mucho. Solo que no estaba
dispuesto a dejarse sorprender fuera de base por ningún periodista con ínfulas
de enciclopedia andante.
“El primer hit lo di en el primer juego y en
el primer turno de la temporada”, afirmó con seguridad y precisión. “Fue en
Nueva York contra Dwight Gooden y los Mets. Fue importante porque fue el
primero en la historia de los Rockies. Un récord que nadie me podrá quitar.
Pero en ese momento por mi mente, no pasó nada que me pusiera a pensar en el
título de bateo”.
El partido inaugural, o un buen o mal
comienzo, no necesariamente determina por sí solo, una buena o una mala
campaña. Cuando Ted Williams bateó para .406 con los Medias Rojas de Boston en
1941, tuvo tres imparables en sus diez primeras visitas al plato. Cuando en
1961, Roger Maris rompió la marca de 60 jonrones de Babe Ruth, el primero de
sus 61 cuadrangulares con los Yanquis de Nueva York, no salió del parque hasta
la undécima fecha.
“Sin embargo, al dar el otro hit, sí tuve un
presentimiento”, asegura Galarraga, que aquella tarde del 5 de abril en el
estadio Shea, coleccionó dos de los cuatro imparables que el conjunto de
Colorado pudo dar ante Gooden. “Bueno, no es que pensé en ganar el título de
bateo. Pero sí pensé en la temporada de 1988 con los Expos, porque conecté un
doble en el primer juego”.
Galarraga bateó para .291 en su segundo
regreso del departamento de los lesionados, aunque en medio de ese lapso
completó quince encuentros consecutivos con al menos un incogible, la racha más
prolongada de su carrera y del equipo este año. Fue escogido como el Jugador
del Mes en la Nacional ,
al batear para .382 con 5 jonrones, 23 carreras empujadas y .609 de slugging
durante todo septiembre.
En los últimos seis meses, el pelotero de 32
años de edad, ingresó en dos ocasiones a la lista de incapacitados, por más de
dos semanas en cada oportunidad. El 9 de mayo en Denver, se desgarró el muslo
de la pierna derecha al hacer un pisa y corre de segunda a tercera base ante
los Bravos. Y el 24 de julio también en Denver, la rodilla de esa misma pierna
resultó severamente lastimada, luego que Galarraga chocara con el camarero
Roberto Mejía, al ir ambos en busca de un elevado detrás de la primera
almohadilla, en un desafío contra los Cardenales de San Luis.
Cuando se lesionó por primera vez, Galarraga
bateaba para .395 con 47 hits en 119 turnos. Solo era aventajado por Barry
Bonds, el outfielder de los Gigantes de San Francisco, que mostraba un promedio
de .412. Y cuando se volvió a lastimar a mediados de julio, ya era el líder del
circuito con un average de .392, producto de 121 imparables en 309 visitas al
home.
“Al regresar del Juego de Estrellas en
Baltimore, comencé a pensar seriamente en el título de bateo”, recordó
Galarraga, que al reanudarse la temporada el 15 de julio, se encontraba en la
cima con un promedio de .391. “Como te conté en Miami, ni yo mismo lo creía.
Nunca he sido un bateador de altos promedios, pero saqué la cuenta y vi que
tenía un buen chance frente a un gran bateador como es Tony Gwynn”.
Lo que no esperaba Andrés, era tener que sacar
una segunda cuenta. Dos semanas más tarde de su encontronazo con Mejía, su
nombre desapareció del listado con los mejores bateadores para ese instante, al
no contar con el mínimo de apariciones legales exigidas hasta ese momento. No
volvió a la lista de competidores oficiales sino hasta el sol de hoy.
Antes y después de cada uno de los siguientes
encuentros a partir de su segundo retorno del rincón de los lesionados,
Galarraga debió pasar por el cuarto de Dave Cilladi, el trainer de los Rockies,
que lo preparó para enfrentar cada juego lo mejor posible. En un ritual que se
prolongaba unos quince minutos, Cilladi colocaba un vendaje en el mismo sentido
de los ligamentos que están alrededor de la rodilla. Luego se le adaptaba una
especie de bota ortopédica de metal, y solo así quedaba listo para salir al
terreno.
“Todo el crédito de su recuperación hay que
dárselo al Gran Gato”, dijo Cilladi, en un paréntesis de la sesión de
estiramiento y calentamiento de músculos que antecedió a la práctica de bateo
sabatina. “Durante el período de recuperación se sometió a todos los ejercicios
necesarios para poder recuperarse y llegar a tiempo. Lo vi soportar intensos
dolores y estuvo listo para regresar el 20 de agosto. Hicimos un cálculo, y si
quería tener una oportunidad para ganar el título de bateo, debía regresar a la
alineación ese día para al menos aparecer en cuarenta juegos”.
“La lesión del año pasado me ayudó mucho para
enfrentar las dos lesiones de esta temporada”, cuenta Andrés, que vio cómo su
mano derecha era fracturada por un pelotazo durante la segunda semana de la campaña
de 1992 con los Cardenales. “En parte, por eso pude regresar dos veces como si
no hubiera pasado nada. Fue como sacar algo positivo de algo negativo. Lo
primero que me aconsejaron Don Baylor y Amos Otis, fue que tomara las cosas con
calma. Como parte del juego que son las lesiones. Les hice caso. Cualquiera se
derrumba”, cuenta evocando a su manager y al instructor de bateo de los
Rockies.
Con la timidez de quien no ha sido invitado a
la fiesta, Jerry McMorris atravesó el vestuario y se detuvo frente al casillero
de Andrés Galarraga que aún no se despojaba del uniforme. Le extendió la mano y
dijo: “Felicitaciones”.
Tal vez McMorris no admire más a Galarraga que
cualquier otro fanático del juego, pero
ciertamente es un aficionado muy especial. Es el dueño de los Rockies de
Colorado.
“Felicitaciones también para tu familia y para
tu país”, agregó. “Voy a reunirme con Gebhard
para ver qué se puede hacer. Quiero que regreses porque este equipo está hecho
en base a ti, y me gustaría que continuara siendo así”.
Galarraga nos presentó, y entonces el hombre
de 50 años y también propietario de una gigantesca flota de camiones que
circula por Estados Unidos y Canadá, repitió sin dejar de mirar a Andrés: “Él
es un muchacho muy especial”.
Esa es la clase de sentimientos que se percibe
hacia el caraqueño en los Rockies, y es asimismo una de las poderosas razones
para que probablemente firme con Colorado un contrato millonario y multianual.
Basta saber qué prevalecerá, el corazón o la cabeza.
“Él ha sido realmente atento conmigo desde que
llegué al equipo”, reconoce Andrés una vez que McMorris continuara,
despidiéndose de los otros jugadores. “Eso no pasó en Montreal ni en San Luis.
Al dueño de los Cardenales nunca le vi la cara en todo el año que pasé allá.
Este señor es diferente. Tiene sus detalles. Ahora mismo me acaba de decir, que
no me preocupe por el carro que tengo en Denver. Me lo mandará a mi casa en
West Palm Beach en uno de sus camiones. Vamos a ver. No quiero declararme
agente libre. Quiero quedarme, pero ellos me ofrecieron un contrato por dos
años con una opción, y mis abogados
pidieron un por tres garantizado”. .
Galarraga estaba por abordar el autobús que lo
llevaría con el resto de sus compañeros al hotel Marriot Marquis en el centro
de la ciudad, cuando aparecieron una docena de periodistas locales armados de
cámaras de televisión, grabadores, lápices y libretas. Paciente y amablemente,
respondió una a una las preguntas que le fueron hechas.
“Siempre me preguntan lo mismo”, dijo en son
de broma. “Pero qué puedo hacer. Que cómo me siento. Que cómo comí hoy. Si me
duele la pierna. Y si es por televisión es peor. Me pongo muy nervioso. Me
defiendo bien con el inglés, pero a veces no encuentro la palabra correcta para
que me entiendan. Quiero que terminen y siguen preguntando”.
Es solo parte del precio que hay que pagar por
adueñarse del título de bateo de la Liga
Nacional con todas las posibilidades en contra. Pero el
asunto tiene su recompensa. El autobús estuvo todo el tiempo que fue necesario,
a la espera de la estrella del equipo.
Antes de partir, Galarraga le había pedido al
encargado del vestuario, que le trajera la botella de champaña que se enfriaba
desde el jueves, cuando los Rockies llegaron a Atlanta para jugar una serie de
tres partidos con los Bravos. Puso la
botella en nuestras manos y ordenó: “Llévatela. Yo los alcanzo para destaparla
esta noche y celebrar juntos”.
Galarraga nos alcanzó en el Champion, uno de
los bares del hotel Marriot Marquiss.
El jugador de béisbol había quedado en el
estadio de los Bravos. Lucía un impecable traje negro, acompañado de una camisa
blanca y una corbata de tonos rosados y azules. La pinta la complementaban unos
mocasines, también negros, que llevaba sin medias.
“Es la moda”, explicó. “Nunca me había vestido
así. Qué te parece. Flux sin medias”.
Todo esto ocurría en la puerta del bar, porque
el local prohibió el consumo de la botella de champaña por no salir de su
bodega. Sin embargo, el jefe de los mesoneros se presentó con varias copas para
no postergar el brindis prometido.
Una dama entra al local con su marido pero se
devuelve. Había identificado al pelotero. Llega hasta el grupo, pidió permiso y
extrajo de su cartera un pedazo de papel donde le pidió que colocara su firma. La galarragamanía en plena efervescencia.
“A veces me gustaría ser como Barry Bonds, que
tiene fama de ser el pelotero más antipático de todas las grandes ligas”,
apunta. “Pero no puedo. Es difícil estar tranquilo en un sitio sin que nadie se
te acerque. Ya no sé cuántas veces he explicado lo de los turnos que me
faltaban, y las que faltan. Pienso en lo que pasará cuando vuelva a Venezuela y
me da miedo. Pero cómo me gustaría andar tranquilamente por Sabana Grande o
pararme en una esquina de Chapellín. Allá la gente me trata con distancia, pero
yo sigo siendo el mismo. Son ellos los que cambian porque creen que uno es
diferente”.
La botella de champaña se vació en dos rondas.
Galarraga pide permiso para ir hasta el baño del Champion. Vuelve, y con un
dejo de vergüenza, rechaza una invitación a cenar en el restaurant del hotel.
Tiene un compromiso Así que llega la hora de los adioses. Va hacia un grupo de compañeros
que está en la barra con el gerente general Bob Gebhard. Abraza a algunos. A
otros solo estrecha sus manos. Luce turbado. Incómodo con la despedida.
“Las despedidas me ponen sentimental”,
confiesa. “Son siete meses que uno pasa con esta gente. Más tiempo que con la
familia. Nos vemos en Venezuela. Llegaré después del 15 de octubre, pero no más
allá del 25. Después que me opere la rodilla, iré a mi casa en West Palm Beach
por una semana. Cuando me recuperé me voy para Caracas”.
Saludos Humberto. Un placer leerte.
ResponderEliminar