M y M (1981)




Si José Ignacio Cabrujas lo hubiese intentado, jamás escribe una historia tan perfecta. Ni siquiera con la imaginación de su llave Román Chalbaud, hubiese elaborado un guión cinematográfico como el de las vidas de Mickey Mantle y Willie Mays. Los más celebres peloteros de las mayores hace veinte años, y dos de los mejores jugadores de todos los tiempos. Será una obra más del destino, pero uno no deja de preguntarse, cómo pueden abrigar tantas coincidencias en sus existencias, dentro y fuera del terreno de juego.
Ambos nacieron en 1931 y ambos debutaron en Nueva York en 1951. Mantle con los Yanquis y Mays con los Gigantes. Sus apellidos comienzan por “M” y su primera Serie Mundial la jugaron en su primera temporada en las grandes ligas, uno contra el otro. Habitualmente defendieron el jardín central, y al final cuando sus condiciones comenzaron a mermar, fueron confinados a la primera base. En sus inicios fueron protegidos por dos de los managers más capaces, Mantle por Casey Stengel y Mays por Leo Durocher. Los dos fracasaron en su intento por darle caza al récord de 60 jonrones de Babe Ruth en una sola temporada, y en cuatro ocasiones encabezaron la categoría de los cuadrangulares en sus respectivas ligas. En dos oportunidades cada uno sobrepasó la meta de los 50 vuelacercas, y cada uno ingresó al Salón de la Fama en su  primera comparecencia ante el gran jurado de Cooperstown.
Ahora Mantle acaba de ser excluido de toda relación con el Béisbol Organizado luego de firmar un contrato como promotor del casino en un hotel en Atlantic City. Y adivinen, lo mismo ocurrió cinco años atrás con Mays, cuando en 1979 aceptó un cargo similar en una casa de juegos de la misma ciudad. ¿Quién tomó la medida? El mismo hombre en las dos coyunturas: el Comisionado Bowie Kuhn. Más coincidencias no pueden haber.

Paradójicamente, sus carreras provocaron las más enconadas controversias. Ni antes, ni después. Ni ahora mismo, existió una pareja de jugadores que se disputara el calificativo como el mejor y el más completo pelotero de sus días, como ocurrió con Mantle y Mays o Mays y Mantle, de acuerdo con el lado de la acera donde usted se encontrara. Hoy la interrogante continúa sin respuesta y es la mayor prueba de tanta semejanza. Pero lo invitamos a que trate de sumarse a cualquiera de los dos bandos, si no lo hizo ya. Aunque es probable que termine convencido que solo hay una diferencia entre ellos. Que Mantle es blanco y Mays es negro.

Al bate, Mantle tenía una ventaja sobre Mays: podía batear a las dos manos. Una habilidad que poseía desde los seis años, cuando su padre y su abuelo, dispuestos a convertirlo en una estrella del béisbol, le lanzaban pelotas a la zurda y a la derecha. En realidad, frente a ciertos lanzadores no hay diferencia, pero contra la mayoría de los pitchers sí existe una ventaja adicional. La curva natural siempre caía en la zona de poder del toletero de los Yanquis. Mickey consiguió sacarle el máximo provecho. Nunca esperaba un lanzamiento especial. Se preparaba para lo que viniera dentro de su agrado. Por ello era tan temible aún con el conteo en su contra. Dos strikes sin bolas. Dos strikes y una bola..
Mays solo bateaba a la derecha, pero nadie mejor que el jonronero de los Gigantes para adivinar el tipo de lanzamiento con que el pitcher contrario pensaba anularlo. Casi nunca fallaba. Si su predicción era la correcta, conectaba bien. Era una especie de sexto sentido, que aliado a su innata habilidad en el plato, lo convirtieron en el bateador más temido en las mayores ante un primer lanzamiento, o con la cuenta a su favor. No importaba tener una idea de con cuál envío lo podías minimizar. Así se tratara de la curva en gancho de Sandy Koufax, la recta pesada de Bob Gibson, la mortífera slider de Tom Seaver o el screwbol de Warren Spahn.
Mantle era peligroso con el conteo en contra porque el lanzador no hallaba qué tirarle. Excepto el clásico alto y adentro, o el bajo y afuera. Siempre tuvo un ángulo de visión superior, mientras que con Mays el pitcher podía darse el lujo de averiguar con qué clase de curva quizá lograría neutralizarlo. Aunque solo lo atraparía si Mays no estaba esperando esa misma curva.

Mientras Mays se instaló de una buena vez en el espacioso jardín central del viejo Polo Grounds, Mantle debió ir al derecho del Yankee Stadium porque Joe DiMaggio todavía patrullaba el bosque central aquel año de 1951. Desde el primer día, Willie dio la impresión de estar en esa posición desde que tuvo uso de razón. Parecía que había nacido y crecido allí mismo, mientras los fanáticos quedaban estupefactos por la forma en que iba tras los  batazos en esa inmensa pradera. Era una demostración de absoluta seguridad que alcanzó su clímax en el octavo inning del primer juego de la Serie Mundial de 1954 ante los Indios de Cleveland. Aprovechando la enorme extensión del Polo Grounds por esa zona, corrió de espaldas al home para decapitar una línea tendida de Vic Wertz, para enseguida virarse sin pestañear y completar una doble matanza con el corredor que se encontraba en la primera base. Desde entonces la gráfica del  lance, forma parte de la iconografía del clásico de octubre.
Mantle debió recibir indicaciones de Stengel, quien pasó horas y horas dándole batazos en todas las direcciones. Tenía defectos en la arrancada y poseía la mala costumbre de correr hacia atrás mirando hacia el suelo y no a la pelota sobre sus hombros. Sin embargo, en los tiros a las bases, ostentaba el instinto de la oportunidad. Siempre fue un maestro en los disparos cortos a las almohadillas, aprovechando los relevos expertos de los torpederos Phil Rizzuto y Tony Kubek, y de los camareros Billy Martin y Bobby Richardson.
Mays tenía predilección por los tiros largos que muchas veces lo dejaron desarmado. Como ocurrió en la Serie Mundial de 1962, cuando los Yanquis le corrieron las bases con cierta libertad, al descubrir una pequeña demora en sus disparos a las almohadillas con un determinado tipo de elevados. Nadie en la Liga Nacional había abusado tanto de Willie como los Yanquis en esa serie, donde se produjo un célebre pisa y corre de Roger Maris de segunda para tercera, con un globo corto entre el center y el rightfield que había tomado Mays.

En las bases los dos mostraban la misma velocidad: un promedio de tres segundos y fracción de home a la primera almohadilla. No obstante, existía una notable diferencia en la forma en que cada uno sacaba partido de esa otra virtud. Mays fue siempre más libre en las bases. Por eso estafó más almohadillas y cometió más errores mientras estaba en circulación. Desde su arribo a la gran carpa, fue impulsado por Durocher, un piloto cultor del juego personalista, del si tienes un recurso, explótalo al máximo. Así pudo encabezar cuatro años el departamento de bases robadas y concluir con 338 almohadillas capturadas durante su carrera.
Para la agilidad que podía desplegar, Mantle fue un corredor conservador. Tuvo que someterse a la estrategia de Stengel, que al contrario de Durocher, le ordenaba ir en busca de la base extra, solo cuando tuviera la absoluta seguridad de que llegaría a salvo. Por eso, muy pocos recuerdan a Mantle puesto out en las almohadillas. Por no arriesgar, su tope de bases robadas fueron sus 21 en 1959 y su cantidad de por vida solo fue de 153 estafadas.

En su actitud hacia el juego, Mays pareció superar a Mantle. Pero los seguidores de Mickey siempre sacarán a relucir su estoicismo. La infinidad de encuentros en los que salió al terreno con sus piernas severamente lastimadas, con vendas de los talones a las pantorrillas, y dispuesto a darlo todo por  el equipo. Para Mays el béisbol fue siempre una diversión y era esa la impresión que daba al verlo jugar. Realmente se divertía como hoy lo hace Pete Rose. A Willie no le hubiese importado quien hubiera sido su primer manager. Quiénes sus compañeros. Si perdía sus energías fuera del terreno, era porque estaba jugando con muchachos en la calle de un barrio. Fue esa disposición lo que lo mantuvo en acción hasta los 41 años de edad, sin importarle mucho lo  mal que lucía por la perdida de sus reflejos. ¿Quién no sintió pena por Mays en la Serie Mundial de 1973, cuando jugando con los Mets de Nueva York, un par de inofensivos globos cayeron a sus pies?
Mantle llegó al béisbol obligado por su padre, quien hizo de él un pelotero con la misma vehemencia con que un usted convierte a su vástago en médico, ingeniero o abogado. Mutt Mantle deseaba por encima de todas las cosas que su hijo jugara béisbol. La primera manifestación de esa ambición fue bautizarlo con el nombre de Mickey Cochrane, el catcher estelar de los Atléticos de Filadelfia y los Tigres de Detroit en los años 30, por quien el viejo Mantle sentía veneración. Un muchacho tímido, Mickey llegó con la obligación de complacer a su padre. Pero le gustaban los juegos rudos y se olvidaba fácilmente de su profesión. Gustaba lanzar “nudillos” en las prácticas, corriendo el riesgo de perjudicar su brazo de jardinero. Por ello, al principio requirió de la protección de Stengel, que lo regañaba y lo seguía a todas partes para evitar que se metiera en líos callejeros, como el famoso altercado en el club nocturno Copacabana. Entonces Mantle se vio involucrado en una famosa reyerta junto a su compañero Billy Martín.

Cuando Mantle llegó a los Yanquis, DiMaggio era la máxima estrella. Cuando Mays se presentó en los Gigantes, Monte Irvin era el número uno de la novena que más tarde se mudaría a San Francisco. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que cada uno por su lado se adueñara del papel principal. En la campaña siguiente al debut de Mantle, DiMaggio se había retirado. En cuanto a Irvin, también vivía los días finales de su carrera.
Al principio, Mantle fue atacado por la prensa y los aficionados de Nueva York, por su carácter retraído y a  ratos huraño. Nunca pudo igualar la gracia, el garbo y el donaire de la personalidad de DiMaggio. Pero su antecesor jamás fue tan temido en el plato como lo fue Mantle, quien exhibía el mismo poder letal desde ambos lados del home. Una tarde de abril de 1953 en Washington ante el zurdo Chuck Stobbs, Mantle envió una bola a una distancia de 565 pies por encima de las tribunas del jardín izquierdo. Otra noche de 1956 frente al derecho cubano Pedro Ramos, por poco se convierte en el primero en sacar la bola de Yankee Stadium. La pelota cayó en el tercer piso por el jardín derecho.

Mays fue más importante para los Gigantes, de lo que fue Mantle para los Yanquis. Entre 1958 y 1964, los Gigantes perdieron todos los juegos en que su estrella no participo. Era tal la confianza que se tenía en Mays, que cuando había dos outs y  Willie estaba debajo de un elevado, todos los jugadores abandonaban sus posiciones rumbo al dugout, seguros de que se quedaría con la pelota. Empero, en la alineación ofensiva fue un protegido. Siempre en el tercer turno. Primero Irvin y después el boricua Orlando Cepeda y Willie McCovey, cubrieron su espalda.
Mientras los Gigantes ganaban con Mays el gallardete de la Nacional solo en tres oportunidades, los Yanquis lo capturaron doce veces en la Americana entre 1951 y 1964. Una cuenta que debería rescatar la importancia de Mantle. Él era el protector,. Como lo demostró en 1961 cuando Maris derrumbó la marca de 60 jonrones de Babe Ruth.  Maris despachó 61 vuelacercas desde el tercer turno, y ni una sola vez, le dieron un boleto intencional para lanzarle a Mantle. Aún así, Mickey se las arregló para disparar 54 cuadrangulares, remolcar 128 carreras, anotar 132 y batear para .317. Como alguien dijo en una ocasión, para los Yanquis, Mantle era como tener dinero en el banco. Para los Gigantes, Mays era el mismo banco.

Los números parecieron inclinar la balanza a favor de Mays. Sus 660 jonrones solo son superados en la lista de todos los tiempos por los 755 de Henry Aaron y los 714 de Babe Ruth, entretanto exhibe un  promedio de por vida de .302. Coleccionó 3283 imparables, en diez campañas terminó con average por encima de los .300, y en otras once temporadas concluyó con más de cien rayitas impulsadas.
Mantle no acumuló más de tres mil incogibles y su promedio vitalicio se detuvo en .298. Todo por culpa de las lesiones que lo acompañaron durante toda su carrera, provocando su retiro en 1968, cinco años antes que Mays decidiera decir adiós. Su primera herida grave la experimentó en el segundo partido de la Serie Mundial de 1951, cuando su rodilla derecha sufrió una torcedura después de caer al tratar de atrapar un elevado del propio Mays. Otra coincidencia que los une. De allí en adelante, prácticamente actuó adolorido hasta el día de su despedida. Sufrió catorce lesiones calificadas como severas en ambas rodillas, en uno de sus tobillos, en un pie, en el muslo de una de sus piernas, en la cadera, en las costillas, en su hombro y en su cuello.
Osteomielitis fue el mal que azotó los huesos de Mantle, pero no pudo impedirle descargar 536 jonrones, ganar la triple corona de bateo en 1956 con un promedio de .353 puntos, 52 cuadrangulares y 130 empujadas, ni que fuese elegido tres veces “Más Valioso”  de la Americana. Mays lo fue en dos oportunidades en la Nacional.

No obstante, los números no deberían emplearse como una fría comparación. No seríamos justos con Mantle. Nadie tiene la culpa de las lesiones que tanto lo disminuyeron. Si a ver vamos, actuarían como un punto a su favor. Solo que hay que asumirlas como parte del destino del pelotero. Asimismo, nadie puede saber a dónde hubiese llegado de estar completamente sano como Mays, aunque el tener tanta potencia a la zurda y a la derecha, pudo convertirlo en un  Babe Ruth.Y no es para evitar una discusión. Lo hemos dicho, es una duda eterna. Estéril. Porque si hay otra coincidencia entre Mantle y Mays, es que sus diferencias son imperceptibles. Por el contrario, sus similitudes, apreciables en demasía y sin mucho esfuerzo para el ojo experto.

La rivalidad entre ellos, con su batallón de feligreses detrás, es una marca indeleble que ha desafiado el tiempo. Tal vez solo comparable a la de Ted Williams y Joe DiMaggio, aunque solo admirados por lo que hacían como bateadores. Profunda en el imaginario de esa generación. Especialmente en la de hombres y mujeres que crecieron y vivieron atrapados por el culto al béisbol de las grandes ligas entre las décadas de los años 50 y 60, entusiasmados por un debate eterno: ¿quién es el pelotero más completo de las mayores: Mickey Mantle o Willie Mays, Willie Mays o Mickey Mantle? La militancia era obligatoria en uno de los dos bandos. No había términos medios. Una lealtad hacia el par de dioses del bosque central y hacia el emblema secular y divino que encarnaban: el jonrón. La misma fidelidad que en este momento no perdona la medida tomada por el Comisionado Bowie Kuhn por expulsar del beisbol a dos de sus más honorables representantes.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿QUÉ ES UN PROSPECTO DE GRANDES LIGAS?

El primer idolo

Bonds y el Magallanes (1993)