Réquiem por César Tovar (1994)
Escribir el epitafio de César Tovar es una
dolorosa casualidad. Es el precio a pagar por la admiración y la sublime
devoción profesadas desde niño, cuando me asomaba por el estadio Universitario
a verlo jugar. También por más tarde materializar el recóndito sueño de todo
periodista, de poder intimar alguna vez con los protagonistas de sus historias
cotidianas.
Pero si hay algo que puede servir de consuelo
en este momento, es no haber tenido que esperar hasta que falleciera ayer, para
recordar en más de una oportunidad, que fue el pelotero más excitante de su
generación. Como evocamos en la redacción al conocer la noticia, fue uno de
esos jugadores siempre dispuesto a hacer lo que su equipo necesitaba que
hiciera para ganar el juego. Fue esa la carta de presentación que lo identificó
hasta el último día de su vida a los 54 años de edad, por culpa de una
prolongada dolencia cardíaca.
Tovar debutó aquí con el uniforme de los Leones
del Caracas en el inconcluso campeonato 59-60, dando inicio a una prolongada
carrera local que se extendió hasta el torneo 84-85, incluyendo actuaciones con
los Tigres de Aragua y las Águilas del Zulia. Dejó su nombre escrito en la
mayoría de las categorías vitalicias: 25 campañas, 1224 imparables, 191 dobles,
39 triples, 635 carreras anotadas, 146 bases robadas, 4286 turnos al bate y un
average de .286.
El caraqueño que nació el 3 de julio 1940, no
era precisamente lo que podía calificarse como un prospecto de grandes
ligas, cuando firmó como potencial
segunda base con la organización de los Rojos de Cincinnati. No disponía con un
brazo como el de Roberto Clemente, ni con la habilidad para batear de Víctor Davalillo.
No era tan rápido como Dagoberto Campaneris, ni poseía el poder del bate de
Luis “Camaleón” García. Sus manos no eran tan suaves y seguras como las de Luis
Aparicio, pero estaba dispuesto a llegar a las mayores de cualquier manera.
El primer paso en esa dirección, lo dio Tovar
al comenzar a practicar en los jardines y en el resto de las posiciones del
infield, consciente de sus limitaciones. Tal como lo hizo otro jugador que
tenían los Rojos en sus sucursales, con más condiciones que César pero en el
fondo con las mismas limitaciones: Pete Rose.
“Nunca sabía en qué posición iba a jugar. Lo
único que sabía era que estaba en la alineación”, relataba en una de tantas
ocasiones que conversamos sobre su otra insignia, la versatilidad. “Por eso
tenía varios guantes. Para jugar en el cuadro y para jugar en el outfield.
Siempre estaba listo.”
Luego de un lustro deambulando por los equipos
menores de Cincinnati, Tovar fue enviado
a finales de 1964 a los Mellizos de Minnesota, a cambio del lanzador Jerry
Arrigo. Más tarde, el 12 de abril de 1965 se estrenó en la gran carpa en un
partido contra los Yanquis. ¿Cómo olvidarlo?
En la parte alta del noveno con dos outs y
Minneosta arriba 4 a 3, Tovar dejó caer en tercera base un globo de Joe
Pepitone para que los Yanquis igualaran la pizarra. El encuentro se extendió
dos actos más, y en la segunda mitad del undécimo, un sencillo de él mismo con
las bases llenas frente al cubano Pedro Ramos, remolcó la victoria para los
Mellizos 5 a 4.
A principios de mayo fue enviado de regreso a
las menores, aunque a partir de 1966 se convirtió en el mejor aliado que
pudieron tener Sam Mele, Carl Ermer, Billy Martin, Bill Rigney y Frank
Quillici, los cinco managers durante su estadía en Minnesota hasta la temporada
de 1972. En ese período, comúnmente aparece en cualquiera de los jardines, pero
a nadie le extraña verlo en la antesala por Harmon Killebrew, por Zoilo
Versalles o Leonardo Cárdenas en el campocorto, o por Rod Carew en la segunda
almohadilla.
Después de batear para .260 en 134 encuentros
en 1967, Tovar asimismo encabeza a la Americana con 649 turnos al bate, e
impone una marca para el circuito al aparecer en 164 encuentros: 74 en los
jardines, 70 en la tercera almohadilla, 36 en la intermedia y nueve en el
shortstop.
El último día de esa campaña del 67 no pudo ser
más apasionante para Tovar. En realidad, para todo el equipo de los Mellizos.
Amanecieron compartiendo el primer lugar con los Medias Rojas de Boston y los
Tigres de Detroit. Cualquier cosa podía ocurrir. La más extravagante, la
necesidad de un juego extra entre dos de ellos. Detroit contra Boston o
Minnesota, porque los Mellizos y los Medias Rojas jugaban entre sí y uno sería
eliminado de la carrera por el gallardete. No obstante, no fue necesario
prolongar la agonía por otras 24 horas. Boston derrotó a Minnesota y Detroit
vio sucumbir su opción al caer frente a los Angelinos de California. La prensa
de Boston llamó el triunfo de los Medias Rojas, “El sueño imposible”.
Quizás el mayor homenaje que haya podido
recibir Tovar durante su paso por las mayores, lo obtuvo precisamente después
de esa campaña de 1967. De parte de Max Nicholas, un periodista de la sección
de deportes del Star de Minneapolis. Carl Yastrzemski fue elegido “Más Valioso”
de la Americana, una escogencia inapelable después de ver al toletero zurdo
encabezar la liga con 44 jonrones, 121 empujadas y .326 en bateo, para conducir
a los Medias Rojas hasta la corona. Con todo y la exhibición, Nicholas no creyó
en la indiscutible selección y su voto fue para Tovar, arrebatándole a Yastrzemski
la majestad de la unanimidad.
¿Qué había hecho Tovar para que pudiera
equipararse con la triple corona de Yastrzemski y convencer a Nicholas de votar
por él? A fin de cuentas, el único liderato individual capturado fue el de
turnos al bate después de tomar parte en cada uno de los 164 juegos del
calendario, una cantidad que no ha sido igualada desde entonces. Por otro lado,
en el seno de los mismos Mellizos, Killebrew aportó 44 vuelacercas y 113
remolcadas, y el cubano Tony Oliva y el panameño Rod Carew cerraron con
averages superiores al suyo. Solo que esa era una manera muy superficial de
apreciar el aporte y el valor del utility que conectó para .267.
“Fue por César Tovar que los Mellizos tuvieron
chance de ganar el banderín hasta el día final”, explicó Nicholas su decisión.
“Sin él, no hubiesen podido dar tanta batalla. Recuerden que solo terminaron un
juego por detrás de los Medias Rojas”.
Jack Lang, entonces presidente de la Asociación
de Cronistas de Beisbol de Estados Unidos, indignado pidió un voto de censura
contra Nicholas. La sugerencia que puso de manifiesto sus convicciones anti
democráticas, fue rechazada por todos los miembros de la corporación.
Quién quita que haya sido Billy Martin quien
insinuara a Nicholas prestar atención a lo que Tovar podía hacer en el terreno.
Martin y Tovar se conocieron en 1965, cuando el primero era coach de tercera
base de los Mellizos y Tovar hizo su primera aparición en las grandes ligas.
Pasarían juntos la próximas cuatro campañas, incluida la de 1969 cuando Martin
fue manager de Minnesota.
“Jugadores como Pepi aparecen cada cien años”,
nos dijo Martin de Tovar, una tarde de septiembre de 1980 en Oakland. “En
realidad, Pepi fue para mí, lo que yo fui para Casey Stengel cuando jugué para
él en los Yanquis. Hacía lo que yo quería. Cualquier cosa”.
No era un cumplido de mera cortesía para con su
antiguo pupilo, que en silencio escuchaba la conversación con el entonces
piloto de los Atléticos. Martin podía ser cualquier cosa, menos un diplomático.
“Fueron muchas las oportunidades en que Pepi se
partió el pecho por mí”, continuó el estratega, para quien Tovar también jugó
en los Rangers de Texas en 1975 y los Yanquis de Nueva York en 1976. “Hasta
pelotazos recibía. Y no con curvas lentas. Con las rectas más duras de la liga.
Pepi fue único”.
Si entonces hubo alguna duda en la sinceridad
de las palabras de Martin ese día, Antonio Armas se encargó de disiparlas.
“Cuando el jefe te nombra, lo hace con cariño,
le dijo a Tovar en ese instante, el principal toletero de los Atléticos a cargo
de Martin. “Para él, eres algo especial”.
En 1968, Tovar se convirtió en el segundo
pelotero en la historia de la gran carpa
en tomar parte en las nueve posiciones en un mismo desafío, emulando a
Campaneris. Lo hizo contra los Atléticos, y en el primer inning obtuvo uno de
los logros que más lo enorgullecía, ponchó al jonronero Reggie Jackson. Aunque
a ratos se contradecía. Le encantaban los cinco encuentros en los cuales
Minneosta solo tuvo un imparable, surgido de su bate. Le arruinó sin hits ni
carreras a Barry Moore, Dave McNally, Miguel Cuéllar, Dick Bosman y a Jim
Hunter. Un registro que todavía comparte con Ed Milner.
Entretanto actúa aquí y allá, su ofensiva
mejora paulatinamente, hasta alcanzar la cima en 1970 y 1971, años en que es
seleccionado como el “Más Valioso” de los Mellizos en esas campañas. En el 70
batea para .300 y es el primero de la liga con 36 dobles y 13 triples. En el 71
conecta para .311 y es el primero del circuito con 204 imparables.
Tovar termina su carrera en las mayores con
paradas en Filadelfia con los Filis, en Texas con los Rangers, en Oakland con
los Atléticos y en Nueva York con los Yanquis. En 1488 encuentros cerró con un
average de por vida de .278, con 1564 incogibles, 253 dobles, 55 triples, 834
anotadas y 226 bases robadas.
No faltará quien sostenga que fue en la Liga
Venezolana de Beisbol Profesional, y en particular en su etapa con el Caracas,
donde Tovar ofreciera lo mejor de sí en compañía de Víctor Davalillo, con quien
integró una inolvidable dupla ofensiva.
“Estábamos muy compenetrados”, decía siempre
Tovar, que con Davalillo desde los dos primeros turnos de la alineación, llevó
al Caracas hasta los títulos de los campeonatos 61-62, 63-64, 66-67 y 67-68 con
el cubano Regino Otero, y 72-73 con el dominicano Oswaldo Virgil. “Regino Otero
dejaba que hiciéramos lo que queríamos. Sabíamos qué iba hacer el otro en
cualquier momento. Tocar la bola, bateo y corrido, robarse una base. Volvimos
loco a todo el mundo”.
Sin embargo, una de sus huellas más indelebles
las dejó fuera del campo. En el decenio de los 70, sacudió los cimientos
contractuales del beisbol profesional, al convertirse en el primer pelotero en
conseguir prestaciones sociales, de parte del Caracas, aliado con el abogado
Efraín Muñoz. Tovar concluyó como coach de las Águilas del Zulia y de los
Cardenales de Lara.
Habría que apreciarlo como una virtud, pero la
muerte suele estimular los recuerdos temporales más recónditos. En uno de los
primeros que acudió a la memoria, Tovar no apareció precisamente con el
uniforme del Caracas. Estaba de civil. Sonreído como siempre, de pantalones
negros acampanados, sostenidos por un grueso cinturón blanco. Los mocasines que
lleva también son blancos, como la franela ceñida al torso. Es domingo a media
mañana en el Universitario, y sus infaltables lentes oscuros, lo protegen del
sol y disimulan las huellas del trasnocho. Estaba descendiendo de un
Thunderbird rojo descapotado, mi carro preferido. Cierra la puerta e inicia el
trayecto que lo separa del estacionamiento a la entrada del vestuario,
acompañado por una multitud de niños. Van felices, forcejeando entre sí, por la
dicha de sentir los brazos del ídolo sobre sus hombros.
Las imágenes del primer encuentro con Tovar se
han evaporado con el tiempo, pero solo pudo ser el 28 de octubre de 1961, el
día de nuestra primera visita al Universitario. Entré por la puerta de las
gradas de la izquierda y debió estar allí en el infield de los Leones durante
la práctica, o quizás dentro de la jaula de bateo. Los periódicos de la época
ayudaron a revivir el recuerdo. El Caracas derrotó 7 a 4 al Pampero, y desde la
segunda base y el primer turno de la alineación, Tovar cooperó con dos dobles y
tres sencillos, dos carreras anotadas y una remolcada.
Fue allí dónde y cuándo, comenzó la admiración
que no permitió que estas líneas estuvieran libres del más mínimo asomo de
sentimiento, convirtiendo esta nota en una dolorosa casualidad.
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