La última cosecha (1988)




El ruido es insoportable. Pareciera que todo el mundo quiere llegar primero, quién sabe a dónde, y la única manera de alcanzar el cometido es tocando la bocina de su automóvil por encima del estrépito de la corneta de los carros que están a su alrededor.
La conversación iniciada en la redacción está por convertirse en un acto de heroísmo.
-Todavía Barquisimeto no llega a estos niveles insoportables, comento.
-Gracias a Dios no, responde Alfonso Saer desde el asiento trasero.  
-Tal vez exagere un poco, entonces intenta colocar su sonora voz por encima del corneteo y el pistonear del amasijo de carros, que pretende salir de ese embudo en que está convertida la Plaza Venezuela y sus alrededores a esa hora de la tarde. –Pero no me extrañaría que Sojo terminara el año que viene como el segundo campocorto de los Azulejos de Toronto detrás de Tony Fernández. Tiene tres años como profesional y cada vez progresa más. Si jugara en Caracas en vez de Barquisimeto, sería el jugador más popular del campeonato.
-Seguro, es lo último que se me ocurre decir, ya rendido ante el barullo automotor, aliado con la falta de aire acondicionado en la unidad de El Nacional que nos conduce hasta el estadio Universitario.
Luis Sojo sonrió con modestia al contarle lo dicho por el narrador de los Cardenales de
Lara, el equipo que lo firmó originalmente en 1985. Aparentemente, no termina, o no quiere, digerir los cantos de la fama.
Cuando el autobús de los Cardenales, atascado en el tráfico delante de nosotros, se aparcó finalmente dentro del estadio y los peloteros pudieron descender, Sojo fue el único que tuvo un comité de bienvenida. Eran entre diez y quince personas. En su mayoría contemporáneos con él, provenientes de Petare donde todavía vive con sus padres y hermanos. La acogida no lo toma por sorpresa pero lo llena de complacencia. Son esos los afectos verdaderos. Los que nacen durante la infancia. En las calles y en la escuela del barrio.
“Lo único que puedo decir en este momento, es que si me dan la oportunidad de ir al entrenamiento de grandes ligas, voy a trabajar fuerte para ver qué pasa”, dice Sojo luego de saludar a su gente y ya uniformado y sentado en el banco de los Cardenales, a la espera de que La Guaira concluya su práctica de bateo para entrar al terreno. “Ahora, sinceramente pienso que debo volver al equipo AA. Pero si me llevan con el equipo grande, me van a ver”.
Fue escogido como el mejor pelotero de todas las sucursales de Toronto en la temporada de 1988, y el mejor paracorto de la Liga del Atlántico Sur donde jugó para el Myrtle Beach, clase A. Por ello, los Cardenales decidieron comenzar el campeonato con él en el shortstop, un lugar que parecía destinado para el joven de 23 años desde hace dos campañas.
“No me considero un short tan espectacular como Oswaldo Guillén o David Concepción”, reconoce Sojo, que en sus dos primeras temporadas con Lara debió multiplicarse para jugar en la tercera base, en la segunda, en el jardín izquierdo, en el derecho, y uno que otro partido como torpedero. “Pero todavía estoy aprendiendo. Empecé el campeonato un poco inseguro. Creo que fue la responsabilidad. Imagínate que ni siquiera hablaba con mis compañeros en el cuadro. Pero ya estoy más tranquilo. Más relajado. Lo único que quiero es que los batazos salgan en mi dirección”.
Estimado en la organización de los Azulejos como un campocorto natural, en las dos campañas anteriores, Sojo llegó a Barquisimeto para ver en esa posición a Alexis Infante, quien ya llegó a las mayores, y a José Escobar, un shortstop con un virtuoso guante que a ratos trae consigo el recuerdo del infranqueable Teodoro Obregón. Hoy la pareja está a sus lados. Infante en la antesala y Escobar en la intermedia. 
“Todavía necesito dominar más los rollings hacia delante”, confiesa. “Para eso cuento con la ayuda de José Martinez, el manager. También se dio cuenta y está pendiente de cada uno de mis movimientos para hacerme la observación que sea necesaria”.
“Nunca pensé que a estas alturas, el juego de Sojo ya estaría a ese nivel”, reconoce Martínez, un jugador suplente del infield en sus días de activo, y en el pasado reciente, también manager de campocortos del calibre de Oswaldo Guillén y de Argenis Salazar en los Tiburones de La Guaira.  “Sojo aún es muy joven y es mucho lo que tiene que aprender. Pero su proyección es de grandes ligas”.

Sojo fue firmado para los Cardenales en 1985 por Domingo Carrasquel, el gerente deportivo. Aunque una pequeña confusión estuvo a un paso de evitar que diera el salto con el Lara.
“Tenía unos diez años jugando béisbol, con el Titania y las Águilas aquí en Caracas, cuando Ángel Vílchez me recomendó para los Cardenales”, cuenta el infielder que nació en Caracas el 6 de enero de 1966. “Yo no quería ir para Barquisimeto. Pero Vílchez insistió tanto, que fui pero sin ningún compromiso. Cuando llegué había más de cien aspirantes y me regresé. No pensé que podía tener alguna oportunidad. Sin embargo, me volvieron a llamar después de formarme un tremendo zaperoco. De ahí en adelante todo cambió. De los cien primeros quedamos siete. Y de los siete uno, que fui yo”.
Tiene que marcharse por unos minutos para cumplir con la práctica del cuadro que dirige César Tovar, el nuevo instructor de los Cardenales. Los rodados se repiten en todas las direcciones. A la derecha, a la izquierda, de frente. Tovar no descansa y Sojo mucho menos.
“Luis tiene varios puntos buenos y por eso pienso que llegará a las grandes ligas”, aseguró Tovar más tarde y empieza a enumerarlos. “Primero, trabaja. Demasiado. Le doy veinte rollings, y si sigo, puedo darle hasta cien. Por eso le digo que se vaya para el outfield  y se entretenga recogiendo pelotas. Segundo, juega con pimienta. Tercero, piensa. Sabe que en este juego hay que usar la cabeza. Que no todo es condiciones. Y cuarto, y el más importante de todos, oye y sigue los consejos”.
En sus dos primeras campañas con Lara a partir de la 86-87, Sojo terminó con promedios en bateo por encima de los .300 puntos. La semana pasada llegó a completar una cadena de trece juegos consecutivos con al menos un imparable, detenida el jueves en Valencia por los lanzadores del Magallanes.
“Sojo no tiene nada que envidiarle nada a nadie, pero tiene que aprender un poco más”, sugiere Tovar. “Hay cosas como la habladera en las bases que debe superar. Tiene la mala costumbre de oír lo que le dicen los infielders del otro equipo. Tiene que entender que solo quieren distraerlo. Recuerdo un catcher que tenían los Tigres de Detroit que se llamaba Bill Freehan. Cada vez que llegaba al home me decía, mi bateador favorito. Lo único que buscaba era sacarme de concentración. Luis tiene que evitar esas tentaciones”.
No lo comentó, pero quizás en su fuero interno, Tovar se vea reflejado en Sojo. Como él es caraqueño y sin una habilidad natural para defender una posición en particular. Lo que lo obligó a esforzarse más que todo el mundo para jugar en todas. Solo así pudo permanecer doce años en las grandes ligas.

Con una fructífera cosecha de campocortos venezolanos exportados a las ligas mayores, con Alfonso Carrasquel, Luis Aparicio, David Concepción y Oswaldo Guillén a la cabeza, las comparaciones no se hacen esperar. Hay quienes por los momentos aseguran, que Sojo es idéntico al Concepción de sus primeras temporadas con los Tigres de Aragua, a finales de la década de los 60. Como era de esperarse, a Sojo le encanta la semejanza.
“Cuando digo que siempre fui fanático de David y de los Tigres, y que venía a este estadio a verlo jugar, la gente realmente piensa que lo imito”, reacciona Luis. “Claro que me gusta que lo piensen y lo digan. Me llena de orgullo, pero en verdad no trato de copiarlo. Mis movimientos, mi estilo, son naturales. Son míos”.
Rubén Mijares, el comentarista radial de los Cardenales que sigue la carrera de Sojo desde su primer juego con Lara, no es muy dado a los elogios. Sin embargo, ve en el torpedero mucho del instinto que distinguió a Concepción.
“Tiene ese instinto para jugar a la pelota que poseía David. Además tiene las manos y el brazo que se le exige a un shortstop”, asegura el periodista. “No obstante, tiene que ponerle punto final a unos problemas. Creo que debe explotar más sus recursos. Por ejemplo, el otro día con un corredor en tercera trató de halar la bola. ¿Por qué no intenta darle a la pelota contra el suelo y pasarla por encima de la cabeza del tercera base? Él puede hacerlo”.
En medio de la cuarta semana de la ronda eliminatoria, Sojo permanecía al frente de los bateadores con 26 hits y conectados y un average de .310, un nivel ofensivo nada sorpresivo para un bateador que viene de terminar con .289 en clase A, contando entre sus 155 inatrapables, 32 extrabases.
“Sojo debería esperar más conteo. Generalmente tiende a tirarle al primer lanzamiento que le hacen”, advierte Mijares. “Pero también debo decir que hace contacto. Un bateador que le pega con frecuencia a la bola, termina subiendo el promedio. Él es como Dámaso Blanco, sobre quien se ha arrojado un mito por su supuesto mal bateo. Eso es mentira. Dámaso hacía mucho contacto. Busca sus promedios para que te des cuenta que no eran tan bajos”.
En su primera temporada con los Cardenales, Sojo fue el primero del equipo con un promedio de .326 en 41 encuentros. La siguiente la culminó con .310 en cincuenta desafíos, un average que solo fue aventajado entre los integrantes de la escuadra por Cecil Fielder con .389 y por Fred Manrique con .311. Aún así, remolcó 30 carreras.
“El bateo está bien en líneas generales”, dice Sojo de regreso a la cueva. “Aunque reconozco que me desespero con corredores en base. No es nervio. Más bien son las ganas de moverlos de cualquier manera. Si me abren con curva, me voy de cabeza. Pero de todas formas, creo que soy mejor bateador cuando tengo dos strikes”.

Pese a que la gerencia no ha dicho nada de manera oficial, se presume que de Toronto le llegó a Lara la orden expresa de colocar a Sojo en el campocorto.  Fernández se mantiene como el torpedero más espectacular de la Liga Americana, pero a los 27 años y una seria lesión en el hombro derecho desde hace dos meses, hay que tomar las previsiones que el caso amerita. Además de Sojo, hay otros dos dominicanos como Fernández que deben aspirar al trono, Manny Lee y Jimmy Kelly.
“Tomo esto con calma. La oportunidad tendrá que llegar algún día”, sostiene Luis. “Todavía estoy en una etapa de aprendizaje, de adaptación”.
Adaptación es una palabra común en la vida de Sojo. No solo se adaptó a defender la antesala de los Cardenales por las presencias en el campocorto de Infante y de Escobar entre 1986 y 1988, sino que en cuestión de horas, se acostumbró a actuar en el jardín izquierdo, un sector del campo que le era completamente ajeno.
Esto último ocurrió en la campaña 86-87. Una mañana el manager Oswaldo Virgil amaneció sin jardinero izquierdo porque Glenallen Hill se había lastimado una mano y su sustituto Omar Malavé también estaba indispuesto. Al llegar al parque, Virgil le ordenó a Sojo que buscara un guante de jardinero y se fuera hasta el outfield, a recibir elevados que él mismo le iba a servir.
“El que agarra rollings, también agarra flys”, fue lo que Virgil le dijo al novato, y a todo aquel que se le acercaba a preguntar por el experimento.
“Fue una prueba de confianza que no podía despreciar”, apunta Sojo. “Para triunfar en esto hay que tener esa confianza y yo la tengo. Pero insisto, todavía tengo mucho que aprender”.
Ese martes, Sojo se presentó al Universitario con apenas dos errores cometidos en 16 partidos, uno por quitarle indebidamente un elevado de foul a Infante en la tercera base. Sin embargo, en el quinto episodio, dos pecados del campocorto echaron por tierra el blanqueo que Don Gordon hilvanaba contra los Tiburones.
En ambos lances, Sojo intentó dobles matanzas a simple vista imposibles de concretar. En la primera, dejó escapar un rodado de Raúl Pérez Tovar. Después tiró mal al camarero Escobar. En el palco de prensa, percibimos como el rostro enrojecía de vergüenza después de todo lo escuchado por la tarde. Pero recordamos que allí estaba Tovar para que no ocurriera una segunda vez.
El par de marfiladas de ninguna manera acallaron al grupo sentado en las sillas de la izquierda, exactamente sobre la cueva de los Cardenales. El mismo que esperó a Sojo en la puerta del autobús en horas de la tarde. Luis debió sentirse halagado. Con la pequeña asistencia que había, los gritos de donde salía su nombre, se escuchaban en todos los confines del Universitario rumbo a la redacción.
Entretanto, abandonamos el estadio pensando en el discurso que tendría que soportar en el autobús, que esa misma noche lo llevaría hasta Valencia con el resto de sus compañeros.
Por fortuna, Luis Sojo sabe escuchar.   
         



Comentarios

Entradas populares de este blog

¿QUÉ ES UN PROSPECTO DE GRANDES LIGAS?

El primer idolo

Bonds y el Magallanes (1993)