Una primicia (1998)




-Señor Humberto, buenos días. Lo solicitan aquí en la recepción, escuché la voz familiar de Andreína.
-Sí, buenos días. Quién me solicita.
-El señor Carlos López.
-Dile que suba.
-Qué querrá Carlos López, pensé.
De cualquier manera, fue una visita afortunada. Ya eran las once de la mañana y la pantalla del computador continuaba en blanco. Suele pasar. No siempre hay de qué escribir. Al menos con la exigencia de un periódico que sale a la calle cada 24 horas. Una dificultad que se agiganta si la materia prima de la historia tiene que ver con béisbol.
Por jugarse día tras día, al contrario por ejemplo del fútbol donde habitualmente los desafíos van de domingo a domingo, la posibilidad de hallar un hecho noticioso en toda su extensión, se reduce a su mínima expresión. Sin embargo, Carlos López no solo era portador de una noticia. Esa mañana del 5 de noviembre de 1998, vino acompañado del bien más preciado por un periodista: una primicia.

-¿No te prometí que tú serías el primero en entrevistar a Francisquito?, fue lo primero que dijo al pararse frente al escritorio con su risa contagiosa. -¿Como que se te olvidó? Yo soy un hombre de palabra, y aquí lo tienes.
Ya tenía algunas referencias sobre él. Del propio Carlos, pero sobretodo de Graciano Ravelo. Un pitcher derecho con una recta que coqueteaba con las 90 millas por hora. Que guardaba cierto parecido con Ugueth Urbina y con Pedro Martínez. Y especialmente, que había recibido solo por su firma de parte de los Angelinos de California, un bono de 950 mil dólares.
Y como si tratara de esconderse detrás de Carlos, allí estaba Francisco Rodríguez. Con un cuerpo nada imponente. Descomunal como el de Jackson Melían o el de José Salas. Pero con una mirada que reflejaba seguridad en sí mismo, con un sutil toque de agresividad. Más bien de desconfianza. Un gesto contradictorio en alguien que todavía transita la adolescencia y dispone de un futuro promisorio como muy pocos jóvenes de su edad.
“Pero con nada de eso llegaré a las grandes ligas si no trabajo”, aclaró el joven de 16 años de edad cuyo pacto con los Angelinos se oficializó el pasado 24 de septiembre. “Los bonos no hacen a los peloteros. Así pasen del millón de dólares. Si no te preparas, no llegas. Por eso es que me estoy preparando.”
Es la tercera bonificación más alta entregada a un pelotero venezolano por una organización de ligas mayores en los últimos tres años. En 1996, los Yanquis de Nueva York le extendieron al jardinero Jackson Melián, un cheque por un millón 600 mil dólares. Los Bravos de Atlanta hicieron lo mismo con el catcher José Salas en 1997, al hacerse de su contrato por un millón 300 mil dólares.
“Más de veinte organizaciones de grandes ligas estuvieron detrás de mí”, dice Rodríguez sin el menor ápice de falsa modestia. “Todo comenzó el día que ponché a 14 bateadores de México en el Panamericano de Béisbol. En ese juego tiré una recta de 92 millas por hora en el séptimo inning. En ese momento, pensé que podía jugar béisbol profesional. Pero hay que trabajar para llegar hasta allá”, insiste.

Aparte de los Angelinos, los Rockies de Colorado y los Cascabeles de Arizona fueron los equipos que más pujaron por el lanzador que nació en Caracas el 7 de enero de 1982. Se supo que los Cascabeles llegaron a poner sobre la mesa de conversaciones, un millón de dólares.
“Ni yo ni mi familia podíamos meternos mucho en eso”, trata de explicar el por qué no tomó la oferta mayor hecha por Arizona. “Siempre dejé que los abogados hicieran su trabajo. Tengo que confiar en ellos. Aunque dieron menos dinero, los Angelinos ofrecieron otras cosas que también son importantes”.
López había dejado que Rodríguez lidiara solo con la entrevista. Leía sentado el periódico, cuando Francisco lo sacó de su ensimismamiento.
-¿Por qué no cuentas la anécdota cuando estuve en el campamento de Arizona?, dijo el lanzador, exhibiendo su primera sonrisa.
-Es un cuento buenísimo, asegura Carlos. –Para la prueba en Phoenix estaba la plana mayor de Arizona. Hasta el manager Buck Showalter. Y también estaba Omar Daal. ¿Cómo se te ocurre traer a ese carajito hasta aquí?, me dijo Omar. Se va asustar. Bueno, para echarte el cuento rápido, le dije que no se iba asustar nada. En menos de diez minutos estuvo listo para lanzar y tiró la recta, que todo el tiempo estuvo por encima de las 90 millas.
-Pero ese no es todo el cuento, le recuerda Rodríguez.
-Después Daal me preguntó, que cómo era posible que con ese tamaño y esos brazos tan flacos, Francisquito lanzara tan duro. ¿Qué fue lo que tú mismo le respondiste?
-Que en un juego de verdad, tiro todavía más duro, volvió a sonreír el pitcher.

La primera pelota de béisbol la tuvo Rodríguez entre sus manos a los cuatro años. A los seis, ya estaba en la escuela que tiene Graciano Ravelo en la calle 8 de El Valle, y de donde han salido algunos peloteros hasta las ligas mayores.
“Siempre quise ser pelotero, y uno de mis sueños fue siempre jugar con los Leones del Caracas”, asegura el joven que vive con sus padres en la Urbanización Kennedy en Las Adjuntas. “Todo el mundo trabajó para que eso pasara. Si no podía ir a practicar porque tenía clases, al salir del liceo mis amigos me daban batazos. Por eso, no solo tengo un compromiso conmigo. También lo tengo con todos ellos”.
Sin embargo, ningún deber está por encima del adquirido con Isabel Teresa y Juan Rodríguez, sus abuelos paternos. Como con Oswaldo y Germán Rodríguez, sus tíos.
“Todos están muy nerviosos con todo esto que está pasando conmigo desde que firmé en septiembre”, cuenta. “Están asustados con el viaje. Con que debo irme del país. Trato de convencerlos de que esto es lo que siempre he querido. Que fue el camino que escogí, y que además ellos me ayudaron a lograrlo”.
Rodríguez mide un metro con 81 centímetros. Una estatura que estaría por debajo de los patrones actuales en las grandes ligas para un lanzador derecho. Una carencia que se manifiesta un poco más con sus 73 kilogramos de peso. Una percepción de debilidad física que se borra al escuchar las comparaciones que se le hacen con Ugueth Urbina y el dominicano Pedro Martínez, dos de los mejores lanzadores ahora mismo en las mayores, ambos con los Expos de Montreal.
“Con Ugueth me comparan por la agresividad con que lanzo”, dice con inocultable aire de satisfacción al referirse al relevista. “Lo que pasa es que nunca he sentido miedo cuando estoy lanzando. Hay algunos que sufren de eso, pero yo no. Con presión es que demuestro de qué estoy hecho. Con Pedro me comparan por mi efectividad”.
Para ponernos sobre la pista de todo lo que envolvía a Rodríguez, Graciano se ocupó de ofrecernos pormenores de sus habilidades. No solo que era el as del pitcheo del equipo de la  escuela, sino que también jugaba en otras posiciones si la situación lo ameritaba.
“Ya tengo que dedicarme a lanzar, pero siempre he sido un pelotero completo”, afirma Francisco. “Soy rápido y puedo jugar en el outfield y en el shortstop. También puedo batear. Sin embargo, nunca me vieron en otro puesto. Supongo porque me conocieron como pitcher allá en México”.
“Su porvenir está en la lomita”, asegura Ravelo que igualmente anda en busca de talento para la organización de los Rangers de Texas. “No creo que haya tenido éxito en otra posición porque su mecánica como bateador no es la mejor. Ahora como shortstop era muy bueno. Tiene unas manos muy seguras. Su brazo es estupendo y él quería ser pitcher. Sin embargo, aparte del brazo, lo mejor que tienen es su disposición para el juego. Su seguridad en sí mismo. Para su corta edad es mucha, y eso es ya demasiado bueno. Nunca dejaré de lamentar no haberlo podido firmar para Texas. No teníamos tanto dinero para competir con las otras organizaciones”.
Dinero tampoco tenían los padres de Francisco, que no en pocas oportunidades, no tenían siquiera con qué pagar el pasaje para que atravesara la ciudad de Las Adjuntas hasta El Valle, pata lanzar un juego crucial.
“Los padres de los demás niños del equipo, recogían entre ellos para pagarle el autobús o el carrito por puesto”, recuerda Ravelo. “Con él, las posibilidades de ganar eran siempre enormes. Lo vamos a echar de menos, pero también vamos a ligar para que llegue lo más lejos posible. La noticia de la firma nos llenó de orgullo a todos en la escuela”. 

El viaje a México y la firma con los Angelinos, cortaron abruptamente los estudios de Rodríguez en el liceo Juan Lovera donde ya estaba en tercer año. Entretanto, piensa tomar un curso intensivo de inglés antes de presentarse al campamento primaveral de los Angelinos el año entrante.
“Ellos quieren que mi recta aumente hasta 94 millas”, cuenta. “También quieren que desarrolle el cambio y la curva. Sobre todo el cambio de velocidad. Que debo tirarlo a 88 millas para sacar a los bateadores de paso. Ellos son los que saben. Haré lo que me digan”.
La cámara y la meticulosidad de Jacobo Lezama por encontrar el ángulo más favorable para su fotografía, no logra sacar a Rodríguez de su proverbial pasividad. Tampoco lo incomoda. Lezama lo obligó a leer El Nacional. Lo colocó de pie. De lado.  Lo puso a firmar una pelota que uno no sabe de dónde salió. Le extrajo la sonrisa más amplia que iluminó su rostro mientras estuvo en la redacción, y hasta consiguió que posara a su lado para mañana contarle a los nietos que conoció a Francisco Rodríguez antes de llegar al estrellato.
“Solo he admirado a un pelotero. Al mejor de todos. Al más completo, Ken Griffey Jr., confiesa. “Como todavía es muy joven y estaré en la misma liga, a lo mejor alguna vez me enfrento con él.”
Y así como sueña medirse al formidable jardinero y bateador zurdo de los Marineros de Seattle, y por qué no, hasta poncharlo, Francisco se ve calentando el brazo al lado de Urbina en el bullpen de los Leones del Caracas.
“Si Dios quiere me gustaría jugar con el Caracas”, repite y dirige la mirada hacia donde está López. “Pero no sé cómo anda eso. Mis representantes no me han dicho nada. Me gustaría, pero si no es con el Caracas, que sea con un equipo que me permita desarrollarme”.
Nadie dispone del don divino para predecir quién llegará y quién no, a las grandes ligas. En el camino pueden presentarse los más variados e inimaginables obstáculos, que ni siquiera el talento natural, como todo indica posee Rodríguez, es una garantía absoluta de éxito. No obstante, la firme decisión de llegar, parece ser la vía más expedita. Aún para los menos dotados por la naturaleza. Allí están por ejemplo, Oswaldo Guillén y Omar Vizquel, hoy entre los campocortos más reputados de la gran carpa. Al menos en apariencia, sin la genialidad que los scouts le endosan a Francisco.
-Gracias, susurró y se marchó como llegó. Silenciosamente. Como para que nadie notara su presencia. Mañana sus números hablarán por él. 

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