Vitico regresa al Caracas (1986)




Por enésima vez en el entrenamiento de cara a la próxima campaña, Pablo Moncerrat dirige con fuerza la bola hacia la parte derecha del campo. El joven toletero zurdo, practica con intensidad para remplazar al astro Antonio Armas en el jardín derecho de los Leones del Caracas, hasta que Armas se incorpore al equipo. No podía encontrar un mejor instructor de bateo para su propósito inmediato, que Víctor Davalillo.
“Pablo estaba bateando muy separado del home y no podía halar la bola hacia su mano”, explica Davalillo. “Siempre estaba bateando hacia el leftfield. Cuando tenga más experiencia y coja más peso, podrá ser un bateador de fuerza como el propio Antonio y como Andrés Galarraga”.
Este será uno de los papeles que estará representando Davalillo en su retorno al Caracas. Su reinstalación como un símbolo histórico de la novena será el rol principal, mientras prosigue con su desesperada carrera por conseguir su imparable mil 500 en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Una marca que probablemente quede a años luz de quienes pretendan alcanzarla. Le faltan 16 incogibles.
“No me gusta vivir de ilusiones. A esta edad ya no se puede estar soñando”, advierte Davalillo. “Hablé con Oscar y fuimos muy claros el uno con el otro. Voy a jugar únicamente por este campeonato. Llegue o no a los mil 500 hits, me retiro. No puedo engañarme más. Jugar ya me resulta muy difícil”.
Davalillo tiene 47 años. Una edad en que la mayoría de los peloteros profesionales, por no decir todos, disfruta del sosiego del retiro. También tiene tras sí una larga y exitosa carrera de casi tres décadas como jugador activo. Un patrimonio del que muy pocos pueden vanagloriase.

Aún así, esta mañana se hallaba tan nervioso como puede estarlo un novato, frente a la ansiedad que siempre provoca el primer día de trabajo. Cuando cerró la puerta de su casa al borde de la avenida Libertador, ya había fumado tres cigarrillos y bebido tres tazas de café negro. No era para menos tanta angustia. Después de diez años, regresaba al que fue su primer equipo profesional.
Desde hace tres años, los Leones estaban tras Davalillo. En principio, para satisfacer un deseo del desaparecido Oscar Prieto, junto con Pablo Morales patriarca del Caracas desde 1952.
“Antes de morir, el viejo le pidió a Oscarcito que me trajera al Caracas para que terminara aquí mi carrera”, cuenta Davalillo. “Pero no hubo manera de llegar a un acuerdo con los Tigres de Aragua. Sinceramente me complace mucho estar de nuevo con el equipo, usar otra vez este uniforme. Todo el mundo sabe que fue con los Leones que comencé, no recuerdo ya hace cuánto tiempo”, sonríe.
La campaña anterior, Davalillo solo tomó 46 turnos al bate para conectar nueve imparables. Nada parece indicar que esa cantidad vaya aumentar de manera considerable con los Leones. “No puedo aspirar a ser un regular en este equipo”, reconoce Víctor.  “Si el manager me pone a jugar todos los días estaré listo. Para eso llevo el uniforme. Pero sé donde estoy parado”.
Manuel González fue ascendido a coach principal del Caracas, y sostiene que Davalillo va ayudar a los Leones mucho más de lo que pueda cualquiera imaginarse. “Desde hace tiempo buscábamos a un bateador emergente zurdo y Vitico está hecho a la medida para ese papel”, asegura González mientras observa cómo Davalillo reparte batazos en todas las direcciones del campo Sierra Maestra en la UCV, sede de las prácticas del Caracas.
“También puede ayudarnos en la primera base si Galarraga no se reporta a tiempo. Vitico lo mejor que ha hecho toda su vida es batear y todavía puede hacerlo. Si no lo crees, míralo. Bueno, y aparte de todo eso, está toda la ayuda que pueda darnos especialmente con los jugadores jóvenes como Moncerrat y como Uribe. Allí donde tú lo ves, está señalándole a todos, cualquier detalle. A los nuevos y a los viejos”, apunta el coach.
“Será un gran compañero”, confía el torpedero Héctor Rincones, quien jugó con Davalillo en los Tigres. “A mí siempre me ayudó mucho. Creo que es el más indicado para decirte qué estas haciendo mal, y qué estas haciendo bien. Nadie más aquí tiene más experiencia. Me alegra mucho tenerlo nuevamente como compañero”.

El campo Sierra Maestra se halla ubicado detrás del Hospital Clínico de la Universidad Central. Desde que los Leones anunciaron que sería aquí donde entrenarían camino al campeonato 86-87, desde muy temprano sus adyacencias son invadidas por curiosos aficionados para presenciar la primera práctica. La mayoría sabe quién es Víctor Davalillo, pero pocos habían nacido cuando se estrenó con los Leones en el torneo 57-58. Llegó de la mano de Pompeyo Davalillo, su hermano mayor.
“Pompeyo fue quien me trajo para que me viera el Negro Prieto”, rememora Víctor. “Ya me había visto lanzar en una serie amistosa contra los profesionales. Como entonces los lanzadores zurdos no abundaban, me firmó”.
“Pompeyo no quería que Vitico saltara al profesional”, interviene Antonio Torres, el otro coach de los Leones, y quien será su compañero de cuarto cuando el equipo esté de gira. “Decía que era muy pequeño. Pero le recordamos que él también  lo era y había podido llegar a las grandes ligas. Se convenció. Sin embargo, quien le dio la oportunidad fue Alejandro “El Mocho” Hernández, al incluirlo en la selección de amateurs que iban a jugar contra los profesionales. Yo lo vi  pegar dos jonrones. Uno por aquí y otro por allá”, explica Torres señalando en dirección de los jardines izquierdo y derecho.
Davalillo regresa luego de consumir su turno en la ronda de la práctica de bateo. Trata de recordar. Se quita la gorra e introduce sus dedos entre los cabellos.
“Nunca me aproveché por ser el hermano menor de Pompeyo, que entonces era un pelotero de respeto. Él y Alfonso Carrasquel eran las estrellas de este equipo”, aclara. “Pero nunca me dejé llevar por eso. Siempre he sido un profesional, y rápidamente me di cuenta que eso de nada sirve si no se tienen condiciones. Afortunadamente desde que comencé todo me salió bien y fui un buen bateador. Sin ser jactancioso, allí están los libros para comprobarlo”.
El Caracas no tardó en sacarle el máximo provecho al toletero que suma dieciocho temporadas con promedios superiores a los .300 puntos y cuatro coronas de bateo en su haber, más que cualquiera que haya pasado por la Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Durante sus cinco primeras campañas es empleado en el doble rol de jardinero y pitcher. El torneo 61-62 es la más genuina expresión de esa múltiple habilidad. Como lanzador, Davalillo terminó con récord de 10 ganados y 4 perdidos. Desde el plato conectó para .408 con 56 hits en 138 oportunidades. Pierde la corona ofensiva por no tener el mínimo de turnos exigidos por las reglas de entonces.
“En las menores comenzaron a meterme en la cabeza que debía aprovechar más mi habilidad para batear y mi velocidad en las bases”, cuenta Davalillo, quien firmó originalmente con la organización de los Rojos de Cincinnati. “Tony Pacheco, Napoleón Reyes y Regino Otero, la gente de la organización que estaba en los Sugar Kings, me convencieron”.
Entre 1962 y 1964, Davalillo ganó el título de bateo en la Liga Internacional AAA con un average de .346 puntos. Del mismo modo, las coronas de los campeonatos 62-63 con .400 y 63-64 con .351 en la liga local. En 1963 se estrena en las ligas mayores con los Indios de Cleveland.
Sin embargo, también es recordado por la combinación que formó con César Tovar, entonces el otro gran ídolo de los Leones. Roger Craig, el actual manager de los Gigantes de San Francisco, y que aquí estuvo al frente de los Tigres de Aragua, dijo una vez que tenía más de veinte años en el béisbol profesional, como jugador, como coach y como manager, y que nunca había visto algo parecido. “Se entendían con tanta perfección, que llegué a creer que se leían el pensamiento”, repite Craig a donde quiera que va.
“Eso comenzó cuando Regino vino a dirigir al Caracas”, recuerda Víctor. “Por supuesto, César y yo nos dimos cuenta rápidamente cuáles eran nuestras características y las condiciones del otro. Tovar bateaba primero y yo segundo. Nos entendimos y Regino nos dio toda la confianza para hacer lo que quisiéramos. Si César estaba en primera, lo dejaba robar y después lo llevaba hasta tercera con cualquier cosa. Y si estábamos en segunda y primera, nos íbamos al robo. Lo mismo pasaba en el outfield. Conocíamos a todos los bateadores y nunca dimos la cómica buscando batazos”.

Entretanto patrulla el jardín central, Davalillo gana dos coronas más de bateo con los Leones en las campañas 67-68 y 70-71 con promedios de .395 y .379. Durante su reinado, el Caracas gana cinco coronas. No obstante, a pocos meses del comienzo de la campaña 76-77, es vendido a los Tigres. El hombre de la calle se sintió burlado. Se indigna por la manera que sale del conjunto con su alter ego, Tovar.
“Me dolió mucho, pero lo tomé con calma. Como deben tomarlo los profesionales”, prosigue Davalillo a intervalos, evocando su vida pasada con el Caracas. “Nunca me he podido explicar qué fue lo que ocurrió. Uno siempre escucha rumores que vienen de la oficina, y a la hora de la verdad, uno es el último en enterarse. Pero lo tomé con tranquilidad. Uno se acostumbra a esas cosas. En los Estados Unidos, te cambian, te bajan a las menores, te dejan en libertad. Y qué se puede hacer. Nada. Fíjate, jugué para los Indios, los Angelinos, los Cardenales, los Piratas, los Atléticos, con los Dodgers, y aquí estoy todavía. En este negocio hay que acatar las normas”.
En realidad, con la salida de Davalillo y de Tovar, los  Leones estaban dándole paso a la nueva generación. La de Antonio Armas, Baudilio Díaz, Jesús Marcano Trillo, quienes en compañía de Gonzalo Márquez, ensamblaron una novena capaz de ganar cuatro banderines entre 1977 y 1982.
Con los Tigres, Davalillo mantuvo su habitual ritmo de bateo. No gana más títulos de la categoría, pero en la campaña 79-80 conecta para un promedio de .339 con 100 hits, una marca para un solo torneo todavía vigente. Todo hasta hace un par de semanas cuando la gerencia del Aargua lo dejó en libertad.
“Fue una situación que no pude aceptar. Creo que nadie la aceptaría”, cuenta. “Los Tigres me ofrecieron un cargo como coach y jugador, pero me rebajaron el sueldo. No era lógico. Nadie lo permite. Preferí irme”, explica el pelotero que llegó a ser acusado de enfrentar al manager Jim Fregosi porque éste no lo puso a jugar con más frecuencia durante el campeonato pasado.
“Nunca he sido un renegado y tampoco lo seré en este club”, asegura. “Y nunca he tratado de estar por encima del manager. Él es quien manda y en la alineación solo pueden estar nueve. No pueden jugar todos. Eso es imposible. Si juego, muy bien.  Si me quedó en el banco, desde ahí trataré de ayudar. Los hombres que están sentados también colaboran. Señalan errores, ayudan a colocar a los outfielders, al cuadro. Le adivinan la seña al contrario”.
Davalillo no deja de mirar hacia el grupo que toma práctica de bateo. Detrás de Moncerrat viene Jorge Uribe, el otro jardinero que el Caracas espera emplear con mayor regularidad, y un prospecto que aún no ha sido firmado de nombre Jesús González.
“Me gustaría continuar como coach, como instructor de bateo, y hasta como manager”, enumera Davalillo algunas de sus aspiraciones futuras, y que ya ha dirigido a los Nacionales en la Liga de Verano. “Cuando uno se mete a pelotero siempre aspira a llegar a algo. Yo lo he conseguido aunque pienso que todavía puedo dar de mí, un  granito de arena desde otro puesto”.

Pareciera que en Davalillo el tiempo se ha detenido. La única señal del paso de los años, está en unas arrugas que empiezan a asomarse en su rostro. Conserva los mismos 70 kilogramos de peso que exhibía en sus temporadas estelares y sus movimientos tienen la misma gracia de antaño. Hasta el bate que utiliza es el mismo. No ha cambiado el modelo que tanto le gusta. Pesado como el que emplea Armas para poder conectar sus jonrones monumentales,  y tan largo que parece medir el metro y 70 centímetros de su estatura. Antes de volver a casa, pide que alguien le lance una práctica de bateo adicional. Manuel González se ofrece.
-Vamos a ver si me acuerdo, sonríe el antiguo pitcher, todavía un hombrón a sus 54 años. –Sí, todavía tengo la recta pesada, advierte al calentar el brazo.
-Por el medio, sugiere Davalillo. –Como aquella recta que te metí por allá, cuando estabas con el Pampero, señala hacia la parte derecha del campo.
-No me acuerdo.
-Yo sí. Acuérdate.
-Veinte pelotas y nos vamos, Manuel. –Por el medio. Solo quiero halarlas hacia el right, insiste.
Levanta el pie derecho al ver venir la pelota, ¡bam!
Levanta el pie derecho, ¡bam!
Otra vez, ¡bam!
-Si sigues así, vas a llegar a los mil quinientos hits en un mes, sonríe González empapado en sudor.
-Dios te oiga, replica Davalillo camino a las duchas.
Para que el regreso al Caracas tuviese la majestad y la dignidad que merecería alguien como Víctor Davalillo después de una ausencia tan prolongada, el gerente general Oscar Prieto Párraga dio órdenes precisas a Jacinto “El Loro” Betancourt, el hombre que cuida el vestuario de los Leones desde la década de los 50. Apenas entró, Betancourt le entregó el uniforme con el número “2” en la espalda. El mismo que lució durante toda su primea etapa en el Caracas.
“Lo tenía guardado. Nadie lo usó desde que se fue hace diez años”, juró “El Loro”.

Comentarios

  1. Amigo, te escribí en tuiter hace unos días solicitándote ayuda en una cuestión personal relacionada con Víctor Davalillo, si pudieras escribirme a mi dirección de correo electrónico, para expresarte mi asunto y ver si puedes auxiliarme. Saludos desde Xalapa, Veracruz, México.

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  2. En relación al otro comentario, me puedes escribir a ohsicomono0@gmail.com gracias!!

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