Oye, podía hacerlo todo (1993)




En un ambiente donde las reglas tácitas a seguir son impuestas desde los códigos de la fuerza física y la irreverencia juvenil, César Cedeño aún se pavonea a sus 42 años. Ciertamente, tiene cómo y con qué presumir de arriba abajo, que todavía es uno más de la manada a pesar de su “avanzada” edad. Una estatura cercana al metro con 90 centímetros y un peso que ronda los cien kilogramos, se lo permiten. Ninguno de esos jovencitos que van y vienen a su alrededor, osará desafiar su presencia y su autoridad. Aún a sabiendas de que ya no puede batear, correr y atrapar batazos en los jardines, con la misma habilidad con que lo hizo hasta hace poco. El que se atreva, puede costarle caro.
Entretanto, sus gritos no dejan de escucharse a pesar de los elevados decibeles de la algarabía que desborda las localidades del estadio Universitario desde tempranas horas de la tarde, ante la proximidad del primer juego de la temporada 93-94 entre los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes.
-¡La cintura, Richard. No te olvides de la cintura!, le indica Cedeño a Richard Hidalgo. -¡Gírala más. Gírala más. Así el swing será más rápido y la recta no te hará daño!.
Ya lleva cuatro años como instructor de ligas menores en la organización de los Astros de Houston, el mismo equipo donde pasó doce de sus 17 campañas en las grandes ligas. Los Astros le pidieron encarecidamente que viniera como coach de los Navegantes, para que siguiera los pasos del joven Brian Hunter. Houston espera que Hunter se transforme en un futuro inmediato, en su jardinero central y también en otra estrella del equipo.
“Pero también vine a seguir vigilando a los muchachos venezolanos de la organización”, explica. “Realmente, mi trabajo en Houston es con todos los jóvenes latinoamericanos. Aquí en el Magallanes están Richard Hidalgo, Melvin Mora, Henry Centeno, y ese cara de cangrejo que ves ahí, Raúl Chávez.. Tenía dos alternativas, ir a Arizona o venir a Venezuela. No lo pensé mucho y me vine para acá. Quería regresar. No venía desde la Serie del Caribe de 1970 cuando jugué en la tercera base y en el jardín derecho de los Tigres de Licey”.
Chávez es uno de los receptores del Magallanes y soporta de buen talante que Cedeño haya echo público el sobrenombre con que se conoce en la intimidad de la organización de los Astros. Su sonrisa cargada de confraternidad, estimula el propósito del quisqueyano de hablar de los planes de Houston para América Latina.
“En Houston hay un gran interés por el pelotero latinoamericano. Valoran su importancia y quieren que su desarrollo sea lo mejor posible”, indica. “Se les da clases de inglés, y se les asigna alguien como yo para que los ayude. No solo les hago observaciones sobre el juego y los defectos que deben corregir. La verdad es que para ellos soy como un padre. Les habló de las dificultades que deben enfrentar en Estados Unidos, y busco la forma de solucionarles todos los problemas que puedan presentárseles por su inexperiencia”.

“Su trato es de maravilla”, asegura Hidalgo, el jardinero que ya estuvo bajo los cuidados de Cedeño en 1992, cuando jugó con el Quad City en la Liga del Golfo clase A. “Me ha ayudado en todo, y especialmente con el inglés. No sabía una sola palabra y no encontraba cómo comunicarme con la gente, con los coaches y mis compañeros norteamericanos”.
Hidalgo es uno de los tres venezolanos que eventualmente pudieran estar en la alineación regular de los Astros a finales de la presente década. Los otros dos son la primera base Roberto Petagine y el outfielder Bob Abreu, ambos con los Leones del Caracas.
“Para mí, y lo digo con la mayor sinceridad, el de los venezolanos es en estos momentos uno de los grupos de latinoamericanos que más fuerte trabaja”, opina Cedeño. “Eso es muy importante porque allá, el latino para llegar a las grandes ligas y después mantenerse arriba, tiene que trabajar y producir el doble. Además, no hay que olvidar la oportunidad que puede llegar en cualquiera de las otras organizaciones. Siempre hay gente siguiendo a los prospectos de los demás. Por eso estos tres muchachos son bien vistos por los Astros”.
Hidalgo es el más joven del trío señalado por Cedeño. También es considerado el más completo de todos. Lanza y batea a la derecha, y luego que este año bateó para .270 con 10 jonrones y 55 empujadas en el Asheville clase A, la gerencia del Magallanes resolvió que compartiera el jardín izquierdo con José Malavé.
“En mi proyección, Hidalgo pudiera estar en las grandes ligas en tres o cuatro años más”, afirma Cedeño. “Es lo que se conoce como un pelotero completo. Corre muy bien. Batea para promedio, y lo que es mejor, desde los jardines lanza duro y con precisión. Podría ser un bateador de 270 o 280, con 15 o 20 jonrones. Es una proyección conservadora. Si su talento se desarrolla esos números serán superiores. En mucho dependerá de nosotros los técnicos”.
-¿Quién sigue?, pregunta luego de tirar la práctica de bateo al último grupo conformado por los novatos de los Navegantes.
“Kelly ha subido como la espuma”, cuenta refiriéndose a Abreu. “En este momento no tiene ningún problema para llegar. No debe fallar y en un par de años debería estar arriba con los Astros”.
Después de un lento comienzo con el Osceola clase A, Abreu, que lanza a la derecha y batea a la zurda, terminó con un promedio en bateo de .283, al conectar para .321 en los tres últimos meses de la campaña.
“Te lo estoy diciendo. Sube como la espuma. Él puede batear por todos los espacios del del campo y es un jardinero que ha progresado mucho. No podemos olvidar que Houston lo firmó como un jugador del cuadro”.
Mientras, Abreu lamenta que los dos años anteriores no haya podido coincidir con Cedeño en las granjas de los Astros.
“En todo. Me ha ayudado en todo”, comentó el joven de los Leones. “¿Sabías que Houston me firmó como un shortstop, y cuando decidieron hacerme jardinero, Cedeño fue quien me ayudó? Pasó horas y horas dándome flys. Después me hizo ajustes en mi estilo de bateo. Fue él quien me dijo que levantara el pie derecho al momento de hacer el swing”.
El último de la lista es Petagine, el primera base que lanza y batea a la zurda, electo Más Valioso de la Liga de Texas AA en 1993, luego de conectar para .334, más 90 carreras empujadas y 15 cuadrangulares.
Cedeño mueve la cabeza en señal de aprobación.
“No sé exactamente cuándo, pero en cualquier momento llegará a las grandes ligas”, presagia. “Particularmente estoy muy orgulloso de ese muchacho. Supongo que comenzará el próximo año en triple A, pero si termina en Houston, no te extrañe”.
Hidalgo, Abreu y Petagine fueron firmados por los Astros a través de Andrés Reiner, el scout de la organización que vive en Valencia. Reiner los evaluó en función del tipo de pelotero que podría tener un éxito seguro si efectúa la mitad de sus juegos en un parque como el de los Astros.
“Al menos como bateadores, los tres están hechos a la medida de ese estadio”, asegura Cedeño. “Recuerda que es un parque construido para los pitchers. Allí no funcionan los bateadores de poder porque es muy difícil conectar jonrones. Allí funcionan los bateadores de líneas que pueden correr”.
La marca de más vuelacercas para un bateador de los Astros en una sola campaña, son los 37 de Jim Wynn en 1967. El propio Wynn en otra ocasión, y Glenn Davis en tres más, son los únicos en superar la barrera de los 30 cuadrangulares. Este año, nadie llegó siquiera a los 25.

Hay que estar muy atento para no confundir a Cedeño como un jugador del Magallanes. Su aspecto no es precisamente el de un coach agotado por el duro trabajo previo a los partidos. Su cabeza está afeitada al rape, y a su alrededor luce una cinta amarilla similar a la empleada por los tenistas para evitar que el sudor de la frente caiga en sus ojos.
Un par de pequeños lentes de sol completan el atuendo. Entonces recordamos que fue uno de esos peloteros precoces. Cuando Houston lo firmó no había cumplido los 17 años de edad. A los 19 ya tenía puesto un uniforme de grandes ligas que no se quitaría hasta la fecha de su retiro.
Hidalgo tiene 18 años de edad. Abreu 19 y Petagine 22.
-¡Ufff!, exclama.
Uno no sabe por qué. Si por su celebrada precocidad, o porque sus pupilos al parecer, deberán esperar un poco más de lo que le correspondió aguardar a él, para subir hasta la gran carpa.
“Sí, yo tenía la habilidad suficiente para llegar tan joven a las grandes ligas”, asegura Cedeño. “Pero también trabajé muy duro para conseguirlo. Como lo estoy haciendo con los muchachos, entonces hubo mucha gente que me ayudó. Tony Pacheco, Leo Posada, Hub Kittle. Mira, tenía problemas con los pitcheos lentos y Kittle me los corrigió. Por eso pude establecerme enseguida que llegué”.
Cedeño subió de dos en dos las escaleras hacia la gran carpa. En 1968 se estrenó con el Covington y terminó con el Cocoa. Pasó todo 1969 con el Península, y en 1970 fue promovido al Oklahoma City en la Asociación Americana AAA. A mediados de junio, fue llamado a las mayores, y en noventa encuentros bateó para .310 con 7 cuadrangulares y 42 empujadas.
“En ese momento los Astros corrieron un riesgo conmigo”, afirma. “Al llegar, ya el equipo estaba fuera de competencia. A más de diez juegos del primer lugar. Pero me quedé y más nunca regresé a las menores”.
De una buena vez, el manager Harry Walter colocó a Cedeño en el jardín central. Un lugar que era propiedad de Jimmy Wynn desde seis campañas atrás. El episodio lo recordamos muy bien, porque en aquellos tiempos no había como hoy tantos peloteros latinoamericanos con el calificativo de estrellas en las ligas mayores, y aquel joven que nació en Santo Domingo el 25 de febrero de 1951, fue presentado, ni más ni menos, como una versión del mismísimo Willie Mays.
Hasta el presente, el único latino colocado así de cerca de Mays, es el boricua Roberto Clemente. Según los rumores que corrían por los parques de la Liga Nacional, Cedeño podía hacerlo todo en grado superlativo. Un comentario de Luis Aparicio, luego de verlo en unos entrenamientos primaverales, resultó elocuente. “Corre tan rápido, que parece que va a salirse del uniforme”, dijo el campocorto venezolano que está en el Salón de la Fama.
“Me molestaban mucho esas comparaciones”, asegura el coach de los Navegantes. “Cómo te iban a comparar con alguien que había jugado más de veinte años en las grandes ligas, y que había dejado todos esos números. Sobre mi cabeza sentía un peso tan grande como este estadio”.
El toletero derecho bateó para .320 en 1972 y 1973, y en 1974 empujó 102 carreras, despachó 26 vuelacercas y robó 57 bases. Y en cada una de esas campañas asistió al Juego de Estrellas.
“Pero los periodistas insistían en que podía dar mucho más”, rememora. “Llegué a un punto en que me sentí frustrado. Oye, lo estaba dando todo y terminaba cansado cada juego.¿Sabes que si no terminas el juego cansado no has hecho tu trabajo? Bueno, yo terminaba cansado y esa gente seguía diciendo que no era suficiente. Por eso no creo que sea conveniente hacer comparaciones con nadie”.
Cedeño tomó parte en otro Juego de Estrellas, ganó cinco Guantes de Oro, dos veces fue líder de la Liga Nacional en dobles, robó 550 almohadillas y en el libro particular de los Astros, es el primero de todos los tiempos en anotadas, tubeyes, extrabases y bases robadas. Es el segundo en turnos al bate,  imparables y  total de bases alcanzadas por sus batazos. Es tercero en juegos, jonrones, empujadas y promedio de slugging.
La carrera de Cedeño se extendió entre 1970 y 1986, con paradas finales en Cincinnati con los Rojos, en San Luis con los Cardenales y en Los Ángeles con los Dodgers. Una época en la que le tocó compartir con ilustres del juego como Willie Mays, Henry Aaron, Roberto Clemente, Willie McCovey, Willie Stargell, Pete Rose, Joe Morgan, Johnny Bench, Tany Pérez, Billy Williams, Lou Brock, Bobby Bonds, Orlando Cepeda, Dave Parker, Dave Winfield, David Concepción y Steve Garvey entre otros.

La cinta amarilla que rodea la cabeza de Cedeño está empapada. Si la exprimiera pudiera llenar un vaso completo con su sudor. Está extenuado, pero igualmente entusiasmado con el espectáculo que tiene frente a sus ojos. Todavía falta una hora para que comience el encuentro, y ya el Universitario está de bote en bote para presenciar el primer encuentro entre los eternos rivales del béisbol profesional venezolano.
“En mi país nunca pude estar en un juego como este”, cuenta. “Allá también hay una gran rivalidad como ésta. Entre Licey y Escogido, los equipos de Santo Domingo, la capital. Yo jugaba con las Estrellas Orientales, de Santiago de los Caballeros. Pero ahora estoy con el Magallanes. Espero que esta noche nos vaya bien”.
Quien lo haya conocido dos décadas atrás, notará que de aquella altivez juvenil solo queda un remanente. Una actitud, que al igual que su cuerpo al correr, parecía salir de su uniforme. La postura podía percibirse en su caminar. En su mirada penetrante y a ratos amenazante. Fue el recurso que tuvo a la mano para tratar de conseguir un rincón en la sociedad que no dejó de verlo como un intruso. Aún con un talento sobrenatural como el suyo. 
-Oye, detiene Cedeño su paso hacia la cueva de los Navegantes. –Yo podía hacerlo todo. Si el manager necesitaba un jonrón, conectaba un jonrón. Si necesitaba que me robara una base, me robaba la base. Si necesitaba que tocara la bola para embasarme, tocaba y me embasaba. O si quería que tocara para sacrificarme, me sacrificaba. También podía conectar un fly de sacrificio para empujar una carrera decisiva. Si tenía que anotar la carrera del empate o de la victoria desde la primera base, la anotaba. Si tenía que hacer una atrapada contra la pared, la hacía. Si había que hacer un tiro al home para que el corredor que estaba en segundo no anotara, yo hacía ese tiro. Sí, estuve en la élite de las grandes ligas. Y estoy satisfecho con todo lo que hice, porque cuando me retiré, estaba cansado.
Semejante rosario de habilidades no está de más para contar esta historia, pensamos mientras seguimos su camino hasta la cueva de la derecha. Pero en rigor no hacía falta. Lo conocíamos muy bien.
-Richard, quiero escuchar a Cheo Feliciano mientras me sacó este sudor del cuerpo, dice Cedeño y el rostro se ilumina con la sonrisa que solo ofrece a los suyos. –Préstame la cinta.

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