Réquiem para Tom Seaver de un periodista venezolano





Foto: @nbcnew 

No fui un devoto fiel de Tom Seaver. Mi devoción pública y notoria está y estará reservada por siempre para Sandy Koufax, con Roberto Clemente tratando de alcanzar con cierto éxito, un espacio en mi pequeño altar. Aunque como veremos más adelante, hubo instantes temporales en que la vida de los tres llegó a entrecruzarse, no tan inesperadamente. Pero cuando este miércoles supe de la muerte de Seaver a los 75 años de edad con su mente destruida por el Alzheimer, no pude evitar esa pena que solo se experimenta por alguien o algo, por quien se tiene afecto. Aún sin conocerlo personalmente y a tantos kilómetros de distancia. Es la clase de afecto que solo los aficionados al beisbol solemos tener por los peloteros.

Mientras Seaver lanzó en las grandes ligas por veinte largas temporadas entre 1967 y 1986, no costaba mucho sentir admiración por él. No por casualidad su nombre está íntimamente unido al reconocimiento como uno de los grandes pitchers de cualquier época. Sin embargo, apenas me enteré de su adiós, vinieron a mi mente un par instantes de su vida, que siempre me provocaron perplejidad y admiración. El primero tuvo que ver con la circunstancia que rodeó su arribo a las ligas mayores. El otro, en cómo se valió de su talento y un cerebro privilegiado, para someter a uno de los bateadores más notables de su tiempo.

No cabía la menor duda de que Seaver algún día llegaría a las grandes ligas. Por sus recursos que alguien calificó de enciclopédicos, y por su exuberante personalidad. De que pese a su corta edad, para él no había obstáculo insalvable en su camino. Sobre todo cuando, con aquella elegancia inconfundible, con aquel garbo, se hallaba en dificultades sobre la lomita. Sin embargo, en 1966 firmó con los Mets de Nueva York, literalmente por un golpe de suerte. O para ser más exactos, gracias a una lotería. Sí, una lotería.

Mientras estudiaba en la Universidad del Sur de California y era su lanzador estelar, firmó con los Bravos de Atlanta por 51 mil dólares, deslumbrados con sus 100 ponches en 100 entradas más récord de 10 ganados y 2 perdidos en 1965. Vaya uno a saber, si inocente o intencionalmente para asegurar al prospecto. Solo que las reglas de entonces, prohibían que un pelotero fuese firmado entretanto la temporada se hallara en progreso. Así que el Comisionado William Eckert anuló el acuerdo e hizo de Seaver agente libre, cuando la figura contractual ni siquiera estaba en el horizonte de las relaciones laborales entre peloteros y dueños de equipos.

Eckert invitó a las organizaciones interesadas a participar en una subasta por el lanzador. Solo acudieron los Indios de Cleveland, los Filis de Filadelfia y los Mets de Nueva York. La lotería tuvo lugar el 3 de abril con cada conjunto colocando su nombre en un papel antes de depositarlo en un sombrero. El de los Mets fue el escogido. Los Indios se quedaron con las ganas de ver a Seaver en una misma rotación de abridores con San McDowell, Sonny Siebert y el cubano Luis Tiant. Y los Filis sin el deseo de poder contemplarlo al lado de Jim Bunning y Chris Short.

Seaver firmó con los Mets el 3 de abril de 1966. Le dieron 10 mil dólares más por sobre el bono que había recibido de los Bravos, y enseguida fue instalado en Jacksonville, la sucursal AAA de la organización en la Liga Internacional. Allí cerró con 12-12, 4 blanqueos y 188 ponches. Al año siguiente fue promovido a las mayores.

El otro episodio tuvo como protagonista a Roberto Clemente. No me tomé la molestia de buscar a otro bateador, pero no dejo de maravillarme con el cómo Seaver complicó la vida al autor de tres mil imparables y cuatro coronas de bateo. En 65 turnos al bate, Clemente tuvo un promedio de .242 con 15 imparables. Entre ellos un par de jonrones, pero a cambio recibió 21 ponches y solo tres bases por bolas, ninguna intencional. Hubo varias manifestaciones de ese dominio, pero ninguna como la del 28 de abril de 1971 en el desaparecido estadio Shea, hogar de los Mets. 

En cuatro visitas al plato lo abanicó en tres ocasiones. Siempre empleando la recta para el tercer strike, y en dos oportunidades cantado por el árbitro principal. Decía Clemente, que cuando Seaver colocaba su recta en un punto especial de la esquina de afuera de la zona de strike, era imposible pegarle a la bola. El dominio de la recta era su arma principal. La velocidad controlada. Al sufrir el tercer ponche, Clemente esperaba la recta, pero cuando pasó el bate, ya la pelota estaba en la mascota del cátcher Jerry Grote. Pero esa tarde, no solo fue Clemente la víctima. Los Piratas solo le conectaron tres imparables, ponchó a un total de 14 bateadores, no regaló pasaportes y ganó 1 a 0.

En su libro Historical Baseball Abstract publicado en 2001, Bill James ubica a Seaver como el sexto mejor lanzador de la historia, solo detrás de Walter Johnson, Lefty Grove, Grover Alexander, Cy Young y Warren Spahn. Para llegar a tamaña conclusión, James se valió de expresiones y fórmulas matemáticas que muy pocos entendemos y que no son otra cosa que la célebre y controversial sabermetría.

Equipado con una recta de cuatro costuras, slider, curva, cambio y un sublime control, Seaver ganó 311 juegos en las mayores con los Mets de Nueva York, los Rojos de Cincinnati, los Medias Blancas de Chicago y los Medias Rojas de Boston. Ponchó a 3640 bateadores en 4783 innings, completó 61 blanqueos, un sin hits ni carreras ante los Cardenales de San Luis, fue “Novato del Año” de la Nacional en 1967, obtuvo tres premios “Cy Young”, nueve veces consecutivas anestesió al menos a 200 toleteros, una tarde contra los Padres de San Diego ponchó a 10 bateadores consecutivos y a 19 en el encuentro para establecer un récord, tuvo una efectividad global de 2.86 y en cinco campañas sumó 20 o más victorias, contadas sus 25 en 1969 mientras guiaba a los Mets al primer banderín de su historia.

James sostiene que la manifestación de la grandeza de Seaver la expresa su promedio de ganados y perdidos más allá de los .600 puntos. Exactamente .603, a pesar de lanzar buena parte de su carrera para equipos con averages de ganados y perdidos, de .500 o menos puntos. O sea, con más derrotas que victorias.

El encuentro de Koufax con Seaver que referí al comienzo, no fue tan tangible como el vivido por Clemente. Digamos que fue virtual. Un azar. No creo que en las memorias de la gran carpa se encuentre un cambio de guardia como ese, tan premonitorio entre dos notables como lo fueron ellos. Koufax dejó el escenario de las grandes ligas en 1966. No había terminado de salir, cuando Seaver llegó en 1967, sin saber que llenaría un vacío tan profundo.  

Entretanto desarrollaba este homenaje personal, recordé que sí había visto personalmente a Seaver. En agosto de 1984 en Chicago, en medio del ingreso de Luis Aparicio al Salón de la Fama. Como parte de la celebración, los Medias Blancas rindieron un homenaje al campocorto venezolano en el derrumbado Comiskey Park. Mientras transcurría la ceremonia en el terreno, Seaver pasó a mi lado, camino al bullpen donde calentaría su brazo para enfrentar a los Rangers de Texas. Llevaba su chaqueta al hombro, cabizbajo. Su concentración era tal, que no reparó en el acto que tenía lugar en la zona del cuadro donde está el campocorto. Quedé pasmado con su sola presencia. Seguí su lento andar hasta que se perdió por el jardín de la izquierda.

Subí a las tribunas para presenciar el juego, aunque no pude cómo deseaba. Debimos abandonar el estadio para acompañar a Aparicio en otro homenaje en la ciudad y apenas pude ver a Seaver en acción por el corto espacio de cuatro capítulos. No sobrevivió al quinto inning, expulsado por un cuadrangular del toletero derecho Gary Ward por el rightfield.  Ante una recta en la esquina de afuera del plato. No pudo colocarla en ese punto donde según Roberto Clemente, era imposible pegarle a la pelota.

Adiós, Tom Seaver.


Comentarios

  1. Buenas tardes. Humberto me hiciste recordar aquellos Pantallazos en El Nacional en aquellos 80.
    Atentamente.
    Juan Pereira.

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  2. Gran recuerdo para Tom Seaver, un grande del baseball.

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  3. Grandes recuerdos de un periodista Grande Liga para un gran jugador HOF

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  4. Otro Pícher de la Super crema de los 60s

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