2 de octubre, tarde de ponches


 2 de octubre, tarde de ponches


Estas líneas están llenas de nostalgia. Nostalgia por los años 60 cuando éramos adolescentes, esa etapa vital en la que disfrutamos de nuestra afición por el beisbol, como en ninguna de las vividas más adelante y  hasta el presente. No podía ser de otra manera. Nos pasa a todos. A esa edad, el tiempo solo es ocupado por preocupaciones inherentes a ese instante: los estudios, las novias, y por supuesto en nuestro caso, el beisbol. El de aquí y el de allá. Es por ello, que la apreciación que tenemos del juego suele ser distorsionada: no hay peloteros, equipos y momentos, como los de “nuestra época”, que no es otra que la transcurrida entretanto éramos jóvenes. Entendible hasta cierto punto, pero vaya  pretensión. Dónde quedan Babe Ruth, Ken Griffey y Mike Trout. ¿Será que sus números y su talento son una invención?  Y por estos lados, qué hacemos con Miguel Cabrera y John Santana. En qué lugar de la historia quedaron o quedarán sus memorias. ¿Dónde los ubicamos? Brecha generacional lo llaman los sicólogos.

Entre los rasgos que retrata a nuestra generación está la radio. Era el primer recurso –quizás el único- que teníamos a la mano para saber qué ocurría al instante en el terreno de juego. La televisión no había volcado su atención hacia los deportes como lo haría luego. También los periódicos y una que otra publicación especializada. Por ello, fue en la radio en lo que primero que pensé al organizar en la mente las notas que leerán más delante, a partir de lo acontecido el 2 de octubre de 1963 y el 2 de octubre de 1968.

Entonces los juegos de la Serie Mundial siempre era de tarde, y el primero se celebraba el primer miércoles después de la última fecha de la campaña regular. Aquel 2 de octubre de 1963, al principio tuve la intención de sacar el radio a las escaleras del bloque 5 del edificio Arrate, en la Calle Real del Parado de María para seguir el encuentro con Víctor Ruido o Luis Guerra. Pero desistí de sus compañías. Quizá el origen de esa actitud se forjó a esa temprana edad,  en la que en la psiquis se forma el carácter y se instalan frustraciones y complejos que nos acompañarán el resto de nuestras vidas, como afirman los discípulos de Sigmund Freud. Pero es que en los instantes especiales me gustaba, y todavía me agrada, estar solo. 

Así que esa tarde, a eso de las 12 del mediodía, después de cerrar la puerta de mi cuarto para que nada y nadie interrumpiera mi ritual, me dispuse a escuchar en el radio Phillips de la casa, el primer juego de las Series Mundiales de esos dos años, a través de la Cabalgata Deportiva Gillette en las voces de Buck Canel, Felo Ramírez y Musiú Lacavalerie. 

Y aquí si voy a entrar en materia. En esos dos desafíos inaugurales del que entonces se llamaba clásico de octubre, por una extraordinaria casualidad temporal, se establecieron los récords con más ponches para un pitcher en un juego de la serie. En la de 1963, los 15 de Sandy Koufax, y en la de 1968, los 17 de Bob Gibson. Conociendo mi fervor publico por Koufax, y por qué no, por Gibson, ya saben por dónde va este relato, como apunté al comienzo, cargado de melancolía beisbolera.

Fueron dos actuaciones –luego lo supe a través de remembranzas de ambos lanzadores- en las que los dos procuraron en lo posible marcar pauta. De enseñarle al equipo contrario, las dificultades que tendrían por delante. Con los Dodgers de Los Ángeles, a Koufax le correspondió enfrentar a unos Yanquis de Nueva York que eran la imagen de la invencibilidad, como lo sugerían sus cuatro títulos seguidos en la Americana, el último con un registro de 104 ganados y 57 perdidos, y 10 juegos de ventaja sobre el segundo lugar. Amén de su corazón ofensivo donde sobresalían los bates de Mickey Mantle, Roger Maris y Elston Howard. 7 a 5 fue el dictamen de los apostadores a favor de los Yanquis.

Los Tigres de Detroit a los que le tocó medir fuerzas a Gibson desde la lomita de los Cardenales de San Luis, no tenían el aura de imbatibilidad de los Yanquis,  aunque igualmente contaban con una ofensiva comandada por Al Kaline, Willie Horton y Norman Cash, que había servido para pasear por la Americana y ganar el gallardete con doce juegos de ventaja. Sin embargo, también disponían de un arma adicional nada despreciable: Dennis McLain, su pitcher cabecera que había ganado 31 juegos. Una cantidad de victorias para un solo lanzador que no se veían en las mayores desde que Dizzy Dean tuvo 30 con los Cardenales en 1934, y que nunca más se ha admirado en la gran carpa.

“Salí para ese juego con una idea fija en mente”, contó Koufax. “Demostrarme a mí mismo, a mis compañeros de equipo, y a los mismos Yanquis, que solo eran un equipo de beisbol conformado por peloteros. No un equipo de superhombres”.

“Nuestro equipo era un buen equipo”, recordaba Gibson. “Tú no ganas dos campeonatos consecutivos como lo habíamos hecho nosotros, si no dispones de los hombres indispensables. Tanto en 1967 y 1968 ganamos con relativa facilidad. Sin embargo, existía la creencia que el Detroit contaba con la ventaja por tener a Dennis McLain. Y Dennis McLain era el abridor del primer juego en San Luis. Yo también había tenido una gran temporada, pero hacerlo tan bien o mejor que McLain, fue para mí un punto de honor. Sobre todo porque el juego era en San Luis”.

En 1963 mi eterna idolatría por Koufax ya había echado sus primeras raíces. En verdad, cualquiera se hubiese dejado cautivar por un lanzador que venía de encabezar a la Liga Nacional con 25 victorias, 11 blanqueos, 1.88 de efectividad y 306 ponches en 311 entradas. Pero como sucedía con los aficionados de mi generación, los Yanquis eran los Yanquis. Así que encendí el radio embargado por cierto temor. Una suerte de sensación derrotista.

Sería un gesto de hipocresía imperdonable si digo que Gibson ocupó el lugar que Koufax conserva en mi corazón, solo que en 1968 –apenas dos años del retiro de Sandy- Gibson mejor no podía encarnar el arquetipo del pitcher número 1 de toda la gran carpa, aún con el peso de McLain y sus treinta triunfos. “Solo” ganó 22 encuentros. Ni siquiera fue el tope en la Nacional ese año. Pero eso era solo un espejismo. A veces trato de pensar en otra campaña que siquiera haya podido equipararse con aquella del 68. Gibson completó 28 de sus 34 aperturas, fue el primero de la liga con 268 abanicados y una increíble efectividad de 1.12 en 305 innings, la más reducida de la historia entre los pitchers con trescientos o más entradas. Hubo un momento en que colgó 45 ceros consecutivos, y en un período de cien entradas, apenas permitió tres carreras limpias. Nunca dejó el juego en medio de un episodio.

El 2 de octubre de 1963 pude poner todos los sentidos en el juego. No había nada más importante. Hasta hace solo unos días vivía con la angustia de saber qué me esperaba en mi primer año de bachillerato en el liceo Pedro Emilio Coll. Pero la convulsión política que soportaba el país en un año de elecciones presidenciales , llevó al gobierno de Rómulo Betancourt a suspender las clases hasta enero del 64. Me había despertado muy temprano para ir en busca de El Nacional, que abrió su cuerpo deportivo con un título sugerente: “Koufax y Ford abren hoy la serie. Los Yanquis favoritos”. De esa portada todavía guardo una copia fotostática. 

Me estiré en la cama y escuché cómo Whitey Ford, otro emblema de la invulnerabilidad de los Yanquis, y que ese año sumó 24 victorias para comandar a la Americana, retiró a los Dodgers en el primer inning sin que le sacaran la pelota del cuadro. Ponchó a Maury Willis, salió de Jim Gilliam con un rodado e igualmente abanicó a Willie Davis. Koufax no se quedó atrás. Guillotinó a Tony Kubek, a Bobby Richardson y a Tom Tresh. Se afirmó entre bastidores, que el ponche a Richardson representó el aviso tangible, de que a los Yanquis les esperaba una dura tarde. En la temporada regular, Richardson solo se ponchó 22 veces en 539 turnos, y Koufax lo acababa de ponchar en la primera ocasión que lo tuvo por delante. Quienes tuvieron ese mal presagio no se equivocaron.

A continuación se precipitaron una serie de hechos que influyeron en el desarrollo del partido. En la alta del segundo acto con un out, el gigante Frank Howard pescó una recta de la que Ford se arrepintió de lanzar cuando aún no había llegado la pelota al plato. La bola pasó por encima de la cabeza de Mantle antes caer en los monumentos del jardín central del Yankee Stadium. Aún así, Howard no consiguió pasar de la segunda base. Fue el doble más largo y contundente de la historia. Un sencillo de Bill Skowron envió a Howard hasta el home con la primera carrera de los Dodgers. El corpulento Howard parecía que nunca iba a arribar al plato.

Siguió un sencillo de Dick Tracewski, y con corredores en segunda y primera, fue a batear John Roseboro. En la campaña solo había dado nueve cuadrangulares, pero el manager Ralph Houk dejó que Ford lo enfrentara por tratarse de un bateador zurdo. Roseboro depositó un batazo en las gradas del bosque derecho para un jonrón. Con la pizarra 4 a 0. De allí en adelante todo fue Koufax y más Koufax.

El zurdo de Los Ángeles ponchó a los primeros cinco bateadores de los Yanquis para sentar un nuevo registro: Tony Kubek, Bobby Richardson, Tom Tresh, Mickey Mantle y Roger Maris. La cadena se cortó cuando Elston Howard entregó el tercer out del segundo con un foul a la mascota del receptor Roseboro. Los cuatro primeros tramos fueron de una perfección absoluta. 12 bateadores, 12 retirados. Nueve ponches. Entretanto, el primer imparable lo aceptó en el quinto, episodio donde se vio en serios apuros.

Los Dodgers se despegaron 5 a 0 en el tercero con un imparable impulsor de Bill Skowron, pero en el quinto de los Yanquis con dos outs y las bases limpias, Howard largó un sencillo. Si hubo una entrada en la que los Yanquis pudieron cambiar su destino, fue en esa quinta. Joe Pepitone  igualmente largó un sencillo, y con hombres en segunda y primera, Clete Boyer conectó un rodado por el medio del cuadro. Antes de que la pelota siguiera hacia el jardín central, el camarero Dick Tracewski se lanzó de cabeza y detuvo el trayecto de la pelota. Las bases se llenaron pero Koufax ponchó al emergente Héctor López para terminar con la amenaza. El de Tracewski fue el lance defensivo del encuentro y tal vez de toda la serie.

Era manifiesto el agotamiento de Koufax. Sobre todo porque venía de una larga campaña en la que tuvo cuarenta aperturas, veinte juegos completos y más de 300 innings. Perdió el ritmo habitual, y en el sexto con un out, dio bases por bolas seguidas a Richardson y a Tresh, aunque sacó fuerzas para eliminar a Mantle y a Maris con elevados dentro del infield. En el octavo con un hombre en primera, abanicó a Richardson por tercera vez y se preparó para enfrentar a Tresh. Con una ventaja cinco rayitas, apeló al recurso que recomendaba la pizarra, colocar los envíos sobre la zona de strike. En el peor de los casos, por caso un jonrón, aún continuaría al frente. Eso fue lo que ocurrió. Tresh sacó la bola por el jardín izquierdo y Nueva York se acercó 5 a 2.

Con el ponche a Richardson, Koufax igualó la marca previa de 14 abanicados, hasta esa tarde en poder de Carl Erskine, antiguo compañero de Koufax con los Dodgers en Brooklyn. Erskine se hallaba en las tribunas. Su registro se remontaba a la Serie Mundial de 1953. La posibilidad de superarla ya parecía esfumarse en la segunda mitad del noveno, con dos outs y un corredor en la inicial, Joe Pepitone por sencillo. Entonces el veterano Harry Brigh emergió del dugout de los Yanquis y Koufax lo anestesió para su ponche número 15.

Yogi Berra había visto toda la exhibición de Koufax sentado en el dugout junto al instructor de lanzadores, Johnny Sain. 

“Puedo entender que haya ganado 25 juegos”, murmuró Berra sin dejar de mirar hacia el terreno donde sus compañeros amenazaban con llevar a Koufax en hombros hasta el vestuario. “Lo que no puedo entender es cómo pudo perder cinco”. Sain, uno de los coaches de pitcheo más prestigioso que ha existido en las mayores, sonrió y asintió con la cabeza.

Cuatro días más tarde, los Dodgers volvieron a derrotar a los Yanquis, 2 a 1 en el cuarto encuentro, con Koufax transitando todo el camino. Fue la culminación de la segunda barrida sufrida por los Yanquis en una Serie Mundial.    

El 2 de octubre de 1968 ya era un adolescente de 18 años a carta cabal. Sin embargo, en lo sucesivo mi interés por el beisbol empezó a sufrir algunas desviaciones vitales, inherentes a las horas que vivía. Mis inclinaciones se habían dirigido hacia las fiestas, las muchachas del liceo, las novias, hacia los cigarrillos, las idas al cine por las noches con los amigos de la cuadra, las cervezas de los viernes con los compañeros de trabajo, ir a visitar a Xiomara los domingos en Caricuao, hacia la política.

 Sin embargo ese día me embargaba cierto desaliento. No había superado la matemáticas del quinto año, lo que me impediría ir a los actos de graduación con todas las de la ley. No obstante, la profesora Alida García, madrina de la promoción de Humanidades, me sugirió que asistiera al acto  de entrega de diplomas en el auditorio de la Escuela Militar, como asimismo a la fiesta de graduación en el Club de Sub Oficiales en Coche. “Formas parte del grupo. A muchos no los verás más en tu vida. Ve. No faltes. No se volverá a repetir”.

Esa tarde del 2 de octubre del 68, Nícolo Aldrey, uno de mis condiscípulos más entrañables en el Pedro Emilio Coll, me invitó a jugar chapita con un palo de escoba en la terraza de su casa en El Cementerio, mientras escuchábamos el juego. No sé porqué, puedo recordarlo con tanta precisión. Pero los tres primeros innings los seguí en la voz del Musiú Lacavalerie, entusiasmado con el manifiesto dominio de Gibson sobre los Tigres desde el mismo primer episodio.

Al igual que Koufax cinco años atrás, Gibson, desde el primer momento, comenzó a quemar los bates de la fila ofensiva del Detroit, integrada por seis bateadores derechos y tres zurdos. Recta adentro, slider afuera. Sin la pausa habitual entre lanzamiento y lanzamiento, para que no tuviesen tiempo en tratar de adivinar con qué envío pretendían neutralizarlos. Recta adentro, slider afuera. El juego fue una copia al carbón de la actuación del abridor del San Luis durante la temporada regular. Ponchó a siete bateadores en los primeros tres capítulos y no permitió carreras. Recibió seis imparables, cinco sencillos. Cuatro episodios los retiró por la vía rápida, y  solo en uno tuvo a más de un corredor en circulación. Apenas una vez le pisaron la tercera base, y en dos oportunidades, los tres outs los alcanzó por la ruta del ponche.

En el cuarto tramo, Gibson tuvo el soporte indispensable cuando San Luis fabricó tres carreras ante McLain con sencillos impulsores de Mike Shannon y el dominicano Julián Javier. McLain no sobrevivió al quinto inning, mientras la cuarta y última rayita llegó en la baja del séptimo con un cuadrangular solitario de Lou Brock.

Entretanto en el noveno, Gibson dejó todo el gas que aún tenía para al menos alcanzar la marca de ponches de Koufax. Luego de un sencillo de Mickey Stanley, ponchó a Kaline por tercera oportunidad, mientras Cash se convirtió en la víctima 16 para así implantar un nuevo registro de anestesiados. En la pizarra del jardín central del estadio Bush, una reseña informaba a los 54.692 asistentes de la hazaña. En medio de la ovación, el cátcher Tim McCarver llegó hasta la lomita para decir a Gibson que viera la pizarra y supiera que ocurría.

-¡Vete de aquí!, lo increpó Gibson. -¡No me importa un carajo. Vete para tu puesto porque todavía falta un out!-

Sorprendido con la reacción de su lanzador, McCarver se colocó detrás del home para enfrentar a Horton, que se convirtió en el abanicado 17 con el tercer strike cantado por el principal Lou Gorman. Entonces sí, un Gibson sonreído corrió hacia sus compañeros que deseaban tocarlo siquiera. 

San Luis superó otra vez a los Tigres, 10 a 1, en la cuarta fecha detrás de un trabajo completo de Gibson. Y en el séptimo desafío el mismo Gibson se hallaba enfrascado en un duelo a cero con Mickey Lolich en seis innings completos. Solo que en el séptimo, Detroit  aprovechó un traspié con dos en base del jardinero central  Curt Flood al buscar un globo de Jim Northrup que debió ser el tercer out, y se transformó en un triple. Finalmente, Detroit triunfó 4 a 1 y conquistó el clásico.

La Serie Mundial de 1968 marcó un antes y un después en mi afición por el beisbol. O mejor, un alto en el camino. La del 68 fue la última temporada antes de que la Americana y la Nacional se partieran en dos para dar cabida a la segunda expansión de la historia, de veinte a veinticuatro conjuntos. Surgieron las Series de Campeonato, lo que postergó el comienzo de las Serie Mundial hasta mediados de octubre. 

Aparte, en enero comenzaría a trabajar como mensajero en el Banco Unión, y en la oficina no tendría ni tiempo ni espacio para seguir los juegos. Fue un cambio brusco en mis quehaceres cotidianos. Ciertamente, la vida empezó a complicarse. Lo que me obligó a verla desde otro ángulo, ya no tan placentero si cabe la expresión, lo que tiende a ser injusto. Sin embargo, tan hondo había calado el beisbol en mí en ese decenio de los años 60, que no tardaríamos mucho en reencontrarnos. Hasta el Sol de hoy.

Comentarios

  1. ¡Que precisión tan extraordinaria en tu relato sobre tus quehaceres cotidianos de esos 2 de Octubre del 63 y 68! . Efectivamente la radio era el único medio que teníamos los carajitos de los sesentas interesados en el Béisbol para escucharlo. Toda una década de insignes lanzadores y bateadores: Marichal 26-9, Perry, Lolich, Mc Clain( 31-6) tope de la Liga Americana y jugador mas valioso, Luis Tiant 21-9 ERA 1.60.Bob Gibson mas valioso y Cy Young(22--9) ERA1.12 Esa temporada del 68 influyó en cambio de la zona de strike. Tu Ídolo koufax todo un A-1 en picheo retirado en el 66 nunca lo vi lanzar porque soy 6 años mas joven que Tú. Esta remembranza de tu vida y los dos de octubre, provoca mucha hilaridad, me recuerda los juegos de chapita pelotica de goma en el tanque del "Arrate" y las colecciones de barajitas de Baseball. Te escuché decir una vez " El campeonato es del que llega primero" pero no por los juegos de grandes ligas tal vez te referías a la temporada del 68 en la LVBP donde Leones no se tituló campeón. Coincido: Terminada la Serie Mundial del 68, se abrió el compas para aspectos mas comerciales y mercantilistas dentro del Beisbol que aún predominan con mas intensidad.
    Vivimos la década de los 60s.La época super crema en picheo de Baseball de grandes Ligas.
    Tú artículo no tiene ningún desperdicio. Es tremendamente valioso, e histórico. Muy particular
    transmite reminiscencias de la vida, del acontecer social, y del deporte hace 60 años.
    Felicitaciones "Arrate -5-A que tú Psiques te de muchos mas artículos super buenos como este
    PS: ¿Si hubieses invitado a Victor y a Luis Guerra a escuchar el juego? Probablemente Koufax no hubiese abanicado 15 esa tarde del 2 de Octubre del 63. Fuiste muy Cabalístico para entonces
    Saludo Arrateño

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿QUÉ ES UN PROSPECTO DE GRANDES LIGAS?

El primer idolo

Bonds y el Magallanes (1993)