Réquiem para Joe Morgan de Humberto Acosta


                     Foto: Margarita Sánchez  


Réquiem para Joe Morgan de Humberto Acosta


Esta historia la he relatado en múltiples ocasiones, pero no el capítulo dedicado a Joe Morgan. Aquel sábado por la mañana de finales de marzo de 1972, me había aposentado en el lobby del hotel Caracas Hilton con la ilusión de que Roberto Clemente me firmara la pelota que había comprado en la víspera. Pero como Clemente había salido muy temprano a dar una vuelta por Caracas y visitar unos amigos, no me quedó otra alternativa que sentarme a esperarlo pacientemente. 

Los Piratas de Pittsburgh y los Rojos de Cincinnati se hallaban en el país para celebrar una serie de tres juegos de exhibición. En realidad no me movía otro propósito que conseguir el autógrafo del puertorriqueño, solo que al ver cómo los integrantes de los equipos salían del ascensor y daban vueltas alrededor de la recepción, me entusiasmé con la posibilidad de lograr sus firmas. Era una manera muy sutil de cubrir las espaldas, en caso de que Clemente no apareciera. 

Johnny Bench. Tany Pérez, Willie Stargell, Manuel Sanguillén, Pete Rose, Richie Hebner, Bob Robertson, Dock Ellis, Bob Veale, Richie Zisk, Hal McRae, Bruce Kison, Al Oliver, Gene Clines. Todos, o casi todos, atendieron mi solicitud. “Espero que lograr la de Roberto Clemente, resulte igual de sencillo”, pensé.

No recuerdo si volví a mi asiento mientras aguardaba por Clemente, cuando de repente vi una cara conocida. Conocida porque entonces era un furibundo coleccionista de barajitas. Era Joe Morgan, con esa sonrisa de felicidad que siempre lo acompañó. Era la última adquisición de los Rojos, obtenido en diciembre de los Astros de Houston, en un cambio múltiple donde hubo dos nombres claves, Lee May, el toletero y primera base que había ido a Houston, y el propio Morgan. Me levanté y fui a su encuentro. Lo que no podía creer, no podía imaginar, era que fuese tan pequeño. Aún estoy seguro que era de mi tamaño.

“¿Por este enano es que los Rojos cambiaron a Lee May?”, pensé entretanto Morgan autografiaba mi pelota. 

No es que sea un erudito en la materia, pero pocas veces, por no decir nunca antes ni después, he hecho un juicio tan equivocado por no decir injusto. Solo me consuela el haberlo hecho en la intimidad de mi pensamiento. No quiero pensar que lo hubiese publicado en las páginas de El Nacional, Meridiano o Líder, periódicos para los que trabajaría más adelante.

Mi exabrupto alcanzó dimensiones bíblicas como decía Gabriel García Márquez, solo meses después. Esa temporada de 1972, Morgan fue líder de la Liga Nacional con 122 anotadas, 115 boletos y un lustroso promedio de OBP de .417 puntos, mientras era clave para el triunfo de los Rojos en la Nacional. Y eso fue solo el comienzo. En 1975 y 1976, cundo “La Gran Maquinaria Roja” se paseó impunemente por la liga y la Serie Mundial, Morgan fue elegido como el “Más Valioso” en ambas campañas, sin importarle a los cronistas electores, que en ese mismo equipo estaban el cátcher Johnny Bench, el incansable hiteador Pete Rose, los jonroneros Tany Pérez y George Foster, el excelso jardinero César Gerónimo y David Concepción. No quiero extenderme mucho, pero entre 1972 y 1977, en cuatro ocasiones, Morgan fue el primero de la liga en promedio en base con averages por encima de los elitescos .400 puntos, y en otras seis ocasiones consiguió más de cien boletos y en dos terminó en el tope de la categoría. Ah, y llegó al Salón de la Fama. 

¡Qué vergüenza Humberto Acosta!

Y no porque Morgan haya fallecido el lunes a los 77 años de edad, tras sufrir un ataque al corazón lo voy a mencionar en procura de una enmienda. Pero las veces que me han preguntado cuál sería mi equipo ideal en las ligas mayores, en serio nunca, he titubeado en colocar a Joe Morgan en la segunda base y a David Concepción en el campocorto. Siempre he contado con una excusa formidable a la mano. Entre los dos, y en Cincinnati, ganaron con diez “Guantes de oro”, cinco para cada uno. 

Joe no merezco disculpa alguna por haberte subestimado por tu “escasa” estatura de un metro setenta centimetros. Descansa en paz.


Nota: al final de la tarde, cuando ya emprendía mi regreso a casa, apareció Roberto Clemente y me firmó la pelota.

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