El día que Cañonero II mató al beisbol en la raya


El día que Cañonero II mató al beisbol en la raya 

Mi furor por los caballos se remontaba a mis días de infancia. Llenaba hojas con sus dibujos, de todos los tipos y colores. Blancos, negros, zainos, pintos, alazanes. De los periódicos y las revistas especializadas, recortaba sus fotografías y con ellas hacía competencias  en el piso de la casa, luego de fortalecer el papel con cinta plástica para que se desplazaran y no se arrugaran. Conocía sus nombres, su origen, sus tamaños y sus records. Y sobre todo a los caballos de los vaqueros, cuyas hazañas más famosas eran contadas en los suplementos del Llanero Solitario, Gene Autry y Roy Rogers. Escuchaba por radio y observaba por televisión sus competencias del fin de semana, primero en el hipódromo de El Paraíso y luego en La Rinconada. Literalmente los amaba. Pero ya para ese primer sábado de mayo de 1971, aquel entusiasmo equino estaba por extinguirse. El beisbol y los peloteros, con mi pública y eterna devoción por Sandy Koufax, se había apoderado de mi imaginario y no había espacio disponible para otro pasatiempo en mis pensamientos.

Sin embargo, y  para no ser tan injusto con la pasión que hizo de un purasangre mi primer ídolo deportivo –el bueno de Gradisco y sus 17 victorias consecutivas sin conocer la derrota- quiero pensar que todavía los caballos me despertaban algo de interés. Aunque para ser honesto, no tanto como para salir de la cama la mañana de ese sábado primero de mayo de 1971, pendiente de un potro y un jinete llegados desde Venezuela, que competirían esa tarde en el Derby de Kentucky, quizás la carrera más famosa del mundo: Cañonero II y Gustavo Ávila.

Apreciado desde una perspectiva que solo suena a excusa barata, ciertamente era un exabrupto no estar pendiente de lo que pudiera ocurrir en la primera carrera de la celebérrima Triple Corona del hipismo estadounidense. Al menos en ese sector de nuestra sociedad afecto a los deportes. Pero me hallaba contagiado por el pesimismo que embargaba a la afición nacional. ¿Qué puede hacer ese tal Cañonero II, con todo y la conducción del inefable Gustavo Ávila, frente a los más notables potros de la siempre distinguida generación de tres años? Ni siquiera su dueño Pedro Baptista se tomó la molestia de viajar hasta Louisville, para al menos verlos correr en la legendaria pista del Churchill Downs.

Bueno, y allí estaban omnipresentes las grandes ligas. Disponía de todo el tiempo indispensable para hacerle seguimiento. Salvo el favoritismo por alguno de sus equipos, el pelotón de venezolanos que allí se encontraba era realmente exiguo. Sobre todo comparado con el contingente actual, que al iniciarse la presente temporada sobrepasaba los cuarenta jugadores encabezados por Miguel Cabrera y Ronald Acuña. Entonces eran solo cinco los que colmaban nuestro esmero por estar al tanto de todo lo que hacían: Luis Aparicio, César Tovar, Víctor Davalillo, David Concepción y Enzo Hernández. En el vecindario del Prado de María, como en la Universidad Central donde ya estudiaba Periodismo, como en las oficinas del Banco Unión y Seguros Caracas, simplemente era un experto en la materia.

La prolongada campaña de las ligas mayores –seis meses y 162 encuentros por conjunto como la mayoría de ustedes saben- termina convirtiendo al beisbol en un juego rutinario, común y corriente en el mejor sentido de la expresión, al contrario de lo que ocurre en otros deportes. Solo nuestro desbordado fanatismo, y el afán por darle notoriedad en los medios, nos conduce a desplegar a cuatro columnas un jonrón más de Miguel Cabrera, o tocar bombos y platillos por otro vuelacerca de Ronald Acuña, pese a que los Bravos perdieron el juego. Después de todo, ¿no es el beisbol el deporte preferido por los venezolanos? No obstante, que el primero de mayo de hace medio siglo, el simple hecho de que cinco venezolanos estuviesen aquel  día en la alineación abridora de sus equipos, era suficiente para darle el aspecto de noticia de primera plana. Tal como podía ocurrir mientras Cañonero II y Gustavo Ávila se preparaban para competir en el Derby de Kentucky.

En condiciones normales, lo hecho por Aparicio, Tovar y Davalillo, hubiese conmocionado las redacciones deportivas del patio. De entrada, en el encuentro en el Fenway Park de Boston, Tovar comenzó como primer bate y tercera base de los Mellizos, y Aparicio como primero y habitual campocorto de los Medias Rojas. En sí mismo, una circunstancia singular. Luego, camino a lo que sería su campaña más sobresaliente a su paso por la gran carpa, Tovar dio un sencillo y remolcó dos carreras. Más adelante se convertiría en el primero bateador venezolano con 200 o más imparables en una temporada de la gran carpa. Entretanto, Aparicio en su primer turno al bate, descargó un jonrón, el primero de los tres que daría en toda la campaña. Minnesota venció a Boston 7 a 3.

Y si en Boston pasó lo que pasó, no imaginan lo sucedido en Pittsburgh. Davalillo fue colocado como tercer bate y jardinero derecho de los Piratas, lo que nada tenía de extravagante. Solo que el manager Danny Murtaugh lo ubicó allí, nada más y nada menos, en lugar del astro boricua Roberto Clemente, cuando por lo general era al revés. Y conste que Clemente no estaba lastimado. Y como Aparicio, en su primera visita al plato, Davalillo sacó la bola del parque con su primer vuelacerca de la temporada. En otro instante, allí estaba la noticia para todos los periódicos del país el 2 de mayo de 1971: “Aparicio y Davalillo dieron sus primeros jonrones de la temporada”.

Pero si esa fue la intención inicial de los jefes de redacción, Cañonero II y Gustavo Ávila los hicieron desistir. Las cuartillas con sus planes originales, debieron terminar en los lugares más recónditos de los cuerpos deportivos. 

Después de comenzar perdidos en los últimos lugares, Cañonero II  y Gustavo Ávila avanzaron vigorosos por la parte exterior a través de los dos mil metros de la pista de Churchill Downs, para dejar atrás a sus rivales y culminar en un recorrido de poco más de dos minutos, en el primer lugar con tres cuerpos y medio de ventaja. Si en Kentucky los periodistas versados no terminaban de asimilar lo ocurrido, ya podemos imaginar lo acontecido esa tarde en los cuatro puntos cardinales del país.

Sí, hace medio siglo, Cañonero II “mató” al beisbol en la raya.

Comentarios

  1. A Cañonero lo preparaba Juan Arias, cuyo nombre conocían más en otras partes que en su lar nativo. Resulta, apreciado Humberto, que era yaracuyano, nacido en Marín, un pueblito capital de parroquia localizado a la vera de la carretera Panamericana, a unos 15 minutos de San Felipe, vía Morón.

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  2. Extraordinario trabajo combinado con sabor a hipismo y béisbol, que nos rememora a dos de las mas significativas figuras de nuestra historia hípica, Maestro Acosta , este trabajo pasa a enriquecer mi hemeroteca por su originalidad y por la maravillosa descripción de ese momento histórico. Para los que amamos el béisbol y el hipismo como afición, solo puedo expresar, muchas gracias.

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