El mejor a la hora "chiquita"

 


El mejor a la hora “chiquita”

I

Sandy Koufax siempre ganó el juego que había que ganar. No es una simple presunción. Es un hecho real, comprobado hasta la saciedad en la tabla de posiciones. Los Dodgers de Los Ángeles ganaron el gallardete de la Liga Nacional en las temporadas de 1963, 1965 y 1966, y en cada una de esas coronas, el encuentro que aseguró para el equipo su posesión a perpetuidad, Koufax lo comenzó y lo sumó a su registro personal. Para más señas, en septiembre y octubre, los tradicionales y emocionantes meses finales de la carrera por el título.

El 16 de septiembre de 1963, los Dodgers llegaron a San Luis para celebrar una serie de tres juegos con los Cardenales, que dadas las circunstancias, podría ser definitiva. Se hallaban en el primer lugar pero con apenas un encuentro de ventaja sobre los Cardenales. Exhibían una alentadora racha de trece victorias en los últimos diecinueve desafíos, solo que el San Luis se hallaba en el mejor de los instantes vividos a lo largo de toda la campaña. Un insignificante revés en los veinte encuentros anteriores. Sin menospreciar el detalle de estar en casa.

Resultaba evidente que San Luis requería con urgencia, al menos ganar dos de los tres compromisos. No uno, dos. Y si completaban la barrida, mejor. No sería una diferencia definitiva, pero de lo contrario, con solo dos semanas para completar el calendario regular, quizás el banderín quedaría con pocas esperanzas para los Cardenales, en posesión de Las Ángeles. Fue por eso, que después de perder ese 16 de septiembre 3 a 1 mientras los Dodgers aumentaban a dos partidos su ventaja, los cronistas calificaron el siguiente como “El juego del siglo”.

Duelo de zurdos desde el montículo. Por San Luis abriría Curt Simmons. Por Los Ángeles, Sandy Koufax. Sus respectivos destinos no podían estar en mejores manos. Nadie recordaba cuándo Simmons había perdido por última vez. Había ganado ocho de sus nueve decisiones previas, con efectividad de 2.50 y registro de 15-7 en lo que iba de campaña. Pero Koufax no estaba a la zaga. Era el líder de la liga con 23 triunfos, 10 blanqueos y 1.93 de efectividad en 289 entradas.

Con la intención de estimular ánimo y restaurar la autoestima de sus peloteros luego de caer en la apertura de la decisiva confrontación, antes del juego el manager Johnny Keane dijo a los periodistas de la casa y visitantes, “Que sí, Koufax era un gran pitcher, pero que únicamente era uno de los grandes lanzadores de la liga, y que ellos tenían cómo vencerlo”. Solo que sus palabras englobaban un “pero” que los periodistas no ignoraban. En sus cuatro aperturas previas ante San Luis en lo que iba de campaña, Koufax escasamente había concedido cinco carreras limpias en 38 entradas para una efectividad de 1.84 y alcanzado tres triunfos sin reveses.

Para conjurar el maleficio, Keane procuró presentar para el crucial instante la mejor de las alineaciones posibles: Julian Javier en la segunda base, Dick Groat en el campocorto, Stan Musial en el jardín izquierdo, Ken Boyer en la tercera base, Bill White en la primera base, Curt Flood en el jardín central, Charlie James en el bosque derecho, Tim McCarver en la receptoría y Curt Simmons como lanzador.

En el más clásico de sus estilos, en el mismo primer episodio los Dodgers ofrecieron a Koufax la carrera que necesitaba. Maury Willis abrió con un sencillo, robó la segunda almohadilla, siguió para la antesala con un wildpitch de Simmons, y hasta el plato con un doblete de Jim Gilliam. A los Cardenales le faltaban nueve oportunidades al bate pero ya el juego había terminado.

Koufax eliminó a los primeros siete bateadores, pero con un out en el tercero, golpeó a McCarver. Simmons se embasó por un error del propio Koufax después de recoger un toque de sacrificio y mandar la pelota al jardín central. Sin embargo, con hombres en tercera y segunda, la defensa vino en su ayuda. Javier dio un rodado por el campocorto y Wills, “inesperadamente”, tiró al plato para retirar a McCarver. Simmons no se movió de la segunda almohadilla y Koufax procedió a eliminar a Groat con un rodado a sus manos para terminar la entrada.

Koufax retiró los tres siguientes episodios por la vía rápida, aunque Musial inició el séptimo con un sencillo al jardín central. Era el primer imparable de San Luis en la noche. Gary Kolb entró a correr en la inicial representando la carrera del empate sin outs. La multitud obvió por un momento el drama que se vivía, y se puso de pie para ovacionar a Musial que se hallaba en su campaña del adiós, y con un boleto asegurado para ingresar al Salón de la Fama. Koufax tocó la visera de la gorra en homenaje a Musial, pero enseguida dominó a Boyer con un elevado al bosque derecho, a White también con un globo al derecho, y a Flood con un rodado por el campocorto para forzar a Kolb en la intermedia.

Con un jonrón de dos carreras de Frank Howard en el octavo y un doblete impulsor de John Roseboro en el noveno capítulo, los Dodgers se alejaron 4 a 0 ante Simmons, entretanto Koufax salió del octavo y del noveno espaciando los últimos tres imparables que permitiría sin anotaciones.  El pitcher de 27 años mejoró su registro personal a 24-5, completó su undécimo blanqueo, los cuatro imparables fueron sencillos, abanicó a cuatro, no dio boletos y solo necesitó de 87 envíos en una hora y 54 minutos para materializar su joya.

Los Dodgers, que habían llegado con apenas un juego de ventaja desde la punta, también ganaron al día siguiente para barrer la serie y salir de San Luis con cuatro desafíos por encima de los Cardenales. El 24 de septiembre aseguraron el gallardete, y al concluir todo el trayecto de 162 encuentros, estaban en el primer puesto con seis por encima del propio San Luis.

Koufax recibió unánimemente el premio “Cy Young” como el mejor pitcher de la temporada en ambas ligas, y fue elegido “Más Valioso” de la Liga Nacional, después de ser el primero del circuito con 25 triunfos, efectividad de 1.88, 306 ponches y 11 blanqueos, más 311 innings, 40 aperturas y 20 juegos completos. Más adelante batiría dos veces a los Yanquis de Nueva York en la Serie Mundial. En el primer encuentro 5 a 2 con una marca para la serie de 15 ponches, y en el cuarto de nuevo andando todo el camino, 2 a 1 para rematar la barrida. 

II

La experiencia de 1965 fue mucho más dramática para los Dodgers. Tuvo un capítulo durante la temporada regular, y uno más en la Serie Mundial contra los Mellizos de Minnesota. Sobre todo porque no había margen de maniobra como sí hubo en 1963. No había mañana. Si los Dodgers no ganaban esos dos juegos que había que ganar, tal vez tendrían que despedirse hasta la siguiente temporada. 

En la víspera de ese sábado 2 de octubre, los Dodgers habían perdido con los Bravos en Los Ángeles. Aún así proseguían en el primer lugar con dos juegos por encima de los Gigantes de San Francisco. Considerando que a los Dodgers le faltaban dos desafíos y a los Gigantes también dos, las cosas no parecían tan complicadas. Les bastaba ganar uno de los dos encuentros para titularse. Y en el peor de los escenarios, concluir igualados con los Gigantes y tener que efectuar una serie extra a un máximo de tres encuentros.

 Sin embargo, el manager Walter Alston no quiso extender por 24 horas esa posibilidad. La obsesión del piloto llegó al extremo de comenzar esa tarde con Koufax, pese a que solo contaba con dos días de descanso, uno menos de su rutina habitual entre aperturas. Tampoco le importó que en sus dos salidas anteriores, Koufax completara nueve entradas en cada una. Ahora o nunca, era la consigna de Alston.

La de Milwaukee era una de las ofensivas más potentes de la Nacional. Con Henry Aaron a la cabeza, ese año fueron los líderes del circuito con 196 jonrones, tres de sus regulares dieron más de 30 cuadrangulares y seis más de veinte. Pero al margen de las consideraciones temporales alrededor de Koufax, el siniestro de los Dodgers  era el líder de la liga con 25 triunfos y efectividad de 2.97. Aún sin el reposo acostumbrado, era la mejor opción. No obstante, con la intención de prolongar un poco más la angustiosa urgencia de los Dodgers, con la única ausencia del toletero zurdo Eddie Mathews, los Bravos salieron al campo con su orden ofensivo estelar. En la tarjeta colocada en la pared del dugout para que todo el mundo pudiera verla, el manager Bobby Bragan escribió:  Felipe Alou, Henry Aaron, Gene Oliver, Joe Torre, Miguel de la Hoz, Mack Jones, Woody Woodward, Sandy Alomar y Tony Cloninger.

El primer inning fue para los Bravos una advertencia de lo que podían esperar de Koufax ese día. Alou se ponchó con el tercer strike cantado, Aaron dio un rodado a las manos de Koufax y Oliver se ponchó abanicando el tercer strike. Entretanto, los Dodgers recurrieron a su habilidad y velocidad en las bases, para perturbar la defensa de los Bravos y fabricar una carrera en ese mismo primer acto. Con un out, Jim Gilliam sacó un boleto, robó segunda, y con el tiro desviado del cátcher Oliver, siguió hasta la antesala. Un out después, anotó con un wildpitch de Cloninger.

De la Hoz con un jonrón solitario igualó la pizarra en el cuarto episodio, pero los Dodgers anotaron dos veces en la segunda mitad del quinto. El inning fue un desastre absoluto para el Milwaukee, cuando Cloninger volvió a caer en una crisis de descontrol y concedió tres boletos. En la entrada solo hubo un imparable, pero dos de las bases por bolas llegaron con las almohadillas repletas, incluida una a Koufax, el peor bateador de las grandes ligas. De allí en adelante, el escenario fue solo para Koufax. 

En las cuatro entradas finales solo recibió dos imparables, ambos sencillos, ningún corredor pisó la segunda almohadilla y abanicó a tres. Koufax le había dado al encuentro el toque de gracia que merece el juego que representó asegurar la corona. Espació cuatro imparables con 13 ponches. A esa hora, los Gigantes también ganaron, pero con una sola fecha por cumplirse, tuvieron que despedirse hasta el próximo año.

Como corolario, junto al gallardete, Koufax concluyó como el primero de la Nacional con 26 victorias, 2.04 de efectividad, 27 juegos completos, 336 entradas y 382 ponches, lo que le valió otro premio “Cy Young” con todos los votos para él. No obstante, lo vivido el 2 de octubre, solo había sido la primera mitad del drama. Todavía faltaba el acto más espeluznante.

III

Los apostadores le concedieron a los Dodgers el favoritismo para ganar la Serie Mundial de 1965 a los Mellizos de Minnesota. Preferencia sustentada en su grupo de lanzadores. Sandy Koufax había ganado 26 juegos, Don Drysdale 23 y Claude Osteen 15, mientras Ron Perranoski había salvado 17 encuentros. Asimismo, habían sido los líderes con efectividad colectiva de 2.81, con 23 blanqueos y 58 juegos completos. No obstante, todos esos logros fueron un espejismo y Minnesota se llevó los dos primeros partidos en casa. Con un agravante. Vapuleando a Koufax y a Drysdale.

Sin embargo, en Los Ángeles los Dodgers volvieron a la vida al ganar el tercero, el cuarto y el quinto juego para tomar ventaja de 3 a 2 en el clásico. Solo que al retornar a casa, los Mellizos igualaron la serie al llevarse el sexto y hubo necesidad de celebrar el séptimo y decisivo encuentro en Minneapolis el 14 de octubre, bajo un cielo nublado y una temperatura que obligó a los 50 mil parroquianos que colmaron el estadio Metropolitano, salir de sus hogares abrigados para protegerse de los embates del frío y el viento.

Temprano, a  media mañana, todo el que llegaba al vestuario de los Dodgers supo que algo ocurría sin saber qué exactamente. Nadie se atrevía a cruzar miradas y mucho menos cuchichear entre sí. Bastaba ver la expresión del manager Alston. Por lo general un hombre imperturbable, se encontraba aprensivo. La oficina del piloto estaba invadida por una atmósfera de incertidumbre, y por un entrar y salir de gente, más allá de la tradicional “normalidad” que conlleva siempre la víspera del séptimo juego de la Serie Mundial. Con un monumental dilema que lo atormentaba desde que abrió los ojos, Alston cerró la puerta tras de sí y convocó con carácter de urgencia a su Alto Mando: Preston Gomez, Lefty Phillips, Danny Ozark y Jim Gilliam, sus cuatro coaches. 

“Todavía no estoy seguro de con quién abriremos el juego, con Don Drysdale con tres días de descanso y la mano derecha estropeada, o con Sandy Koufax con solo dos días de reposo”, soltó el piloto su dilema sobre la mesa. Los cuatro hombres intercambiaron miradas de incredulidad.”Con los zurdos nos ha ido bien. Aunque cualquiera que comience, tendremos en el bullpen a Ron Perranoski con el que no abra el juego”, agregó Alston.

La duda de Alston  tenía su sustento en las estadísticas. Drysdale había vencido a los Mellizos en el cuarto juego, pero en poco más de once entradas en la serie, había recibido cuatro jonrones, dos de bateadores zurdos. Koufax había blanqueado a Minnesota en el quinto desafío para tomar ventaja en la serie y no le habían sacado la bola del parque, mientras apenas había permitido una carrera limpia en quince actos. Pero su brazo ya sumaba 351 entradas en el año. Así  las cosas, los pro y los contra fueron debatidos con la premura exigida por las escasas horas que faltaban para el encuentro. 

Luego de escuchar los argumentos de sus ayudantes, Alston sentenció: “Koufax será el abridor y Drysdale estará en el bullpen desde el primer inning. En todos estos años, nunca había tenido que tomar una decisión más difícil. Cómo enviar al bullpen a un ganador de 23 juegos en la temporada. Un hombre con el orgullo de Don”, repetía para que no hubiese reservas ante el fallo que había asumido. “Tendremos una ventaja. Con Drysdale en el bullpen junto con Perranoski, dispondremos de una secuencia de zurdo, derecho, zurdo. Además, Drysdale calienta más rápido que Koufax y también pudiera emplearlo eventualmente como bateador emergente. ”

Los periodistas que merodeaban por el vestuario a la espera de la escogencia, se hallaban tan confundidos como los peloteros. Las barbas pobladas eran por tradición el indicativo ineludible de quién sería el pitcher abridor, pero Drysdale y Koufax estaban sin afeitar. Sin decir una palabra, el propio Alston despejó la descomunal duda. Fue hasta el armario de Koufax, y sobre su silla colocó una pelota. Otra señal inequívoca de quién sería el pitcher abridor del día.

“Cuando tienes de tu lado al mejor pitcher del beisbol, a quién vas a escoger para que comience el juego que tienes que ganar”, murmuró Ron Fairly, que minutos más tarde estaría custodiando el jardín derecho de los Dodgers.

La alineación de los Mellizos, la más temible de la Americana en la campaña regular con topes para la liga de 774 carreras, 1396 imparables, 711 empujadas, 257 dobles y promedio en bateo de .254, más 150 jonrones y 42 triples, saltó al terreno con una alineación conformada por al manager Sam Mele con Zoilo Versalles, Joe Nossek, Tony Oliva, Harmon Killebrew, Earl Battey, Bob Allison, Don Mincher, Frank Quilici y Jim Kaat. Seis de ellos, bateadores derechos.

Las alarmas se encendieron en el mismo primer inning. Koufax comenzó con un ponche para Versalles y salió de Nossek con un rodado por el campocorto, aunque continuó con boletos seguidos a Oliva y Killebrew cuando su legendaria curva empezó a caer fuera de la zona de strike. Alston no salió del dugout, pero de inmediato Drysdale y Perranoski se levantaron a calentar a toda máquina. Asimismo, enseguida regresaron a sus asientos al abanicar Battey para el tercer out.

En los siguientes tres capítulos solo un bateador de los Mellizos consiguió estar en circulación, Versalles por sencillo en el tercero. En el intermedio, un jonrón de Lou Johnson que golpeó el poste de foul del jardín izquierdo, y un sencillo remolcador de Wes Parker, dieron ventaja a los Dodgers de 2 a 0 en el cuarto. Un sentimiento de frustración y resignación pareció apoderarse de la multitud, mientras en el palco de prensa, media docena de periodistas exclamaron al unísono, “El juego terminó”. El sentimiento fue tan fuerte, que en la cueva de Minnesota pensaron lo mismo. 

Ni siquiera ver cómo Drysdale y Perranoski se apresuraban nuevamente a calentar sus brazos en el quinto inning, cuando los Mellizos colocaron la carrera del empate en base, consiguió atenuar aquella conformidad colectiva.  Con un out, Quilici dio un doblete y Rich Rollins de emergente por el relevista Al Wortington, sacó pasaporte. Con disimulo, desde la cueva indicaron a Gilliam que se retrasara y se moviera hacia la raya de cal por la tercera base. Justo por allí bateó Versalles. El veterano antesalista atrapó el rodado y corrió para pisar la base antes que llegara Quilici. Cerca de cumplir los 38 años, Gilliam había desplegado los reflejos de un joven de 25.

“Sandy no tenía lo mejor de sus pitcheos”, explicó Gilliam el lance decisivo. “Sin embargo, iba a tratar de dominar a Versalles con esa misma curva que no estaba rompiendo como siempre lo ha hecho. Tenía que proteger la raya. Cuando la bola fue bateada, reaccioné.” La amenaza concluyo al batear Nossek por el campocorto para que Willis forzara a Rollins en la intermedia en el guante de Dick Tracewski.

Koufax salió de los tres siguientes innings por la vía rápida, y todavía no había llegado a la lomita para comenzar el noveno inning, y ya Drysdale y Perranoski se balanceaban en el bullpen por orden de Alston. Oliva entregó el primer out con un rodado por tercera, pero Killebrew siguió con un sencillo a la izquierda, apenas el tercero de los Mellizos en el encuentro. Con el empate en el home, y como solía actuar en situaciones de alto riesgo, Koufax apeló solo a la fuerza de su recta. Era él o el bateador. Ponchó a Battey con el tercer strike cantado y Allison se convirtió en el décimo ponche de la tarde y el out 27, sin que Killebrew pudiese siquiera moverse de la inicial. El séptimo juego que había que ganar, había terminado.

Nadie ha podido imaginar, que cuatro horas antes, aquel espacio se hallaba sumido en una pesada incertidumbre, en un incómodo silencio. Ahora el ruido era incontenible. No se podía escuchar  a quien se encontraba a un lado. Voces al más alto volumen. Gritos de extremo a extremo. Risas y más risas salpicadas de champaña y cerveza, que obligaron a Vince Scully encaramarse a una silla con Sandy Koufax sujeto por la espalda a uno de sus brazos, para poderlo entrevistarlo simultáneamente para la radio y cadena NBC Televisión.   

“¡Sandy, Sandy!”, exclamaba Scully con su voz pausada, pero no exenta de emoción. “Dos victorias en tres aperturas, blanqueos en el quinto y en el séptimo juego, éste último con sólo dos días de descanso, efectividad de 0.38 en 24 innings, 29 ponches y cinco boletes. En Los Ángeles después del blanqueo en el quinto juego, dijiste que te sentías cien años más viejo. Ahora cómo te sientes”.

Sandy solo sonreía con su proverbial dejo de timidez y humildad. Minutos más tarde río un poco más, al conocer que por segunda ocasión, había sido elegido “Más Valioso” de la Serie Mundial.

III

El 2 de  de octubre de 1966, fecha final de la temporada regular, encontró a los Dodgers en el primer lugar de la Liga Nacional. Se hallaban en Filadelfia donde celebrarían con los Filis una doble cartelera. Disponían de una ventaja no muy halagadora pero ventaja al fin. Dos juegos sobre los Gigantes y dos y medio sobre los Piratas. A los Dodgers y a los Gigantes le restaban dos desafíos para cumplir con el calendario, a los Piratas también dos. El panorama terminaba de aclararse un poco con la doble tanda que precisamente tenían Gigantes y Piratas en Pittsburgh, circunstancia que de alguna manera le facilitaba un poco las cosas a los Dodgers. Bastaba que derrotaran una vez a los Filis y ya nadie conseguiría arrebatarles el título.

Pero inesperadamente, las cosas comenzaron a complicarse. A primera hora, los Filis vencieron a los Dodgers 4 a 3, y los Gigantes hicieron lo mismo con los Piratas 7 a 3. Ahora apenas un juego de diferencia había entre el primero y el segundo, mientras los Piratas ya no tenían ninguna oportunidad. Las opciones estaban claras. A los Dodgers aún le bastaba un triunfo, o una derrota de los Gigantes. Pero si volvían a perder con los Filis y los Gigantes nuevamente derrotaban a los Piratas, se produciría un empate en la cima que obligaría a una serie extra a un máximo de tres desafíos entre Los Ángeles y San Francisco. Una historia con dramáticos capítulos en 1951 y 1962 e idénticos desenlaces, victoria para los Gigantes. 

De acuerdo con la rotación de abridores, le correspondía al novato Don Sutton iniciar por los Dodgers el desafío de la segunda tanda. Pero esta vez la duda no embargó al manager Alston. No lo pensó dos veces. Ni siquiera lo consultó con sus coaches. De una vez le entregó la bola a Koufax, quien la recibió sin importarle que únicamente tenía dos días de descanso desde su última salida, un esfuerzo de nueve entradas y 13 ponches para batir a los Cardenales 2-1. Sin importarle que ya el número de innings en la campaña sumaban 314, ni preocuparle que su brazo, sometido por la artritis en el codo, no parecía soportar más excesos, como reflejaban las fotos de esa noche en San Luis, con evidentes gestos de dolor entre envío y envío. “Ya no me aliviaré y no quiero pasar el resto de mi vida como un inválido”, había confesado rn su círculo más íntimo.

Como lo confesaría luego, ya decidido a retirarse al culminar la campaña para evitar el riesgo de dañar para siempre su brazo izquierdo, Koufax se dirigió hacia el montículo para enfrentar a unos Filis como había dispuesto el manager Gene Mauch con Jackie Brandt, Cookie Rojas, Dick Groat, Richie Allen, Harvey Kuenn, Tony Taylor, Bill White, Bob Uecker y Jim Bunning. Una concurrencia de algo más de 23 mil personas, advertidos de lo que ocurría, no tuvo reparos para ovacionar al pitcher del equipo visitante.

Entre el tercero y el cuarto inning, Koufax recibió el respaldo que necesitaría. En el tercero ya con dos outs en la pizarra, Dick Schofield sonó un sencillo impulsor y Willie Davis un cuadrangular con uno en base para el 3 a 0. En el cuarto un elevado de sacrificio de John Roseboro antecedido por un doble de Jim Lefebvre y un infieldhit de Lou Johnson, aumentó la diferencia 4 a 0. No obstante, una calamidad estaba por hacer su aparición. Koufax retiró el quinto sin inconvenientes, pero en vez de irse a sentar en el banco, corrió hasta el salón médico con un terrible dolor en la parte baja de la espalda. Enseguida los entrenadores Bill Buhler y Wayne Anderson le quitaron la franela y lo montaron boca abajo sobre una camilla. El tiempo apremiaba. Podía tener que batear en el sexto.

Buhler y Anderson aplicaron Capsolin en toda la espalda entretanto hundían sus dedos en los músculos. Los masajes no terminaban de dar resultado. Al parecer, un disco de la columna vertebral no estaba en su sitio. Entonces pidieron ayuda a Don Newcombe, el gigantesco antiguo lanzador de los Dodgers que se encontraba de visita. Newcombe tomó a Koufax por los pies y los dos entrenadores por la parte superior del torax. Lo estiraron con todas sus fuerzas hasta que el propio Koufax sintió que el disco había ocupado su espacio. Se puso el uniforme, y todavía con molestias, salió al campo. Lo único que tenía en mente, era tirar rectas. Cualquier otro envío sería ineficaz. Del sexto al octavo capítulo los Filis solo dieron un imparable.

En el  octavo, un error de Taylor en la segunda base llevó a Ron Fairly hasta el home, y en el noveno un sencillo de Fairly trajo una rayita más. Así las cosas, cuando Koufax salió para el noveno tramo disfrutaba de una ventaja de 6 a 0. Pero un error de Lefebvre en la intermedia colocó a Allen en la inicial y un sencillo de Kuenn lo llevó hasta la segunda. Taylor con otro incogible impulsó a Allen, y un doble de White remolcó dos rayitas. Dodgers 6 Filis 3 sin outs y un corredor en la segunda almohadilla. Alston, más que para justificar su condición de jefe que por otra cosa, caminó pensativo y lentamente hacia la lomita. Roseboro lo acompañó hasta el montículo a conversar con Koufax. No había nada que conversar. “Ninguno de esos tipos que está en el bullpen lo puede hacer mejor”, les dijo Koufax antes de que abrieran sus bocas”.

Sin poder emplear su devastadora curva como solía hacerlo, a punta de bolas rápidas, Koufax encaró el desafío.

Uecker se ponchó.

El emergente Bobby Wine la rodó hacia el territorio del campo corto.

Brandt también se ponchó para el último out.

Un silencio compacto que podía ser atravesado por un cuchillo, se apoderó de las 23 mil almas que habían asistido al estadio Connie Mack. Uno no sabe si por vergüenza con el equipo de la casa, por la humillación de la que habían sido víctimas, o por regocijo por la exhibición de Koufax de la que habían sido testigos, y no se atrevían a expresar en respeto a sus muchachos. 

Los Dodgers habían atrapado su segundo banderín consecutivo sin que a Koufax le hubiese importado poner en riesgo su brazo izquierdo. Un trance, que desde mediados de agosto, lo había llevado a tomar la decisión de retirarse al finalizar la temporada. Así ocurrió semanas más tarde. En la historia de las ligas mayores, ningún pitcher se ha marchado con más glamour. 

Ese año de 1966, Koufax fue el primero de la Nacional con 27 victorias, 1.73 de efectividad, 41 aperturas, 27 juegos completos, 323 innings, 317 ponches y 5 blanqueos. Suficiente para obtener por tercera ocasión y unánimemente el premio “Cy Young” como el lanzadores más sobresaliente de la temporada en las ligas mayores.

IV

Números globales de Sandy Koufax en los apremiantes  meses de septiembre y octubre de los años 1963, 1965 y 1966.

Juegos iniciados: 29

Juegos completos: 19

Juegos ganados: 20

Juegos perdidos: 5

Innings lanzados: 241

Carreras limpias: 38

Ponches: 248

Bases por bolas: 46

Hits: 160

Efectividad: 1.42

Blanqueos: 8

Salvados: 2

Hits/ 9ip: 5.97

Ponches/ 9ip: 9.26

Bases por bolas/ 9ip: 1.71 

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