MI ENCUENTRO CON ROBERTO CLEMENTE


MI ENCUENTRO CON ROBERTO CLEMENTE

Un día como hoy de hace ya medio siglo, Roberto Clemente me firmó esta pelota a la entrada del  hotel Caracas Hilton. Estaba en Caracas con los Piratas de Pittsburgh  para una serie de tres juegos de exhibición frente a los Rojos de Cincinnati, en medio de los entrenamientos primaverales, camino a la próxima temporada de las grandes ligas. Andaba apurado. Necesitaba subir a la habitación porque en minutos debía salir al estadio con el resto del equipo, y no contaba con mucho tiempo para cambiar su ropa por la del uniforme. Sin sonreír, sin verme a los ojos, pero con amabilidad, estampó su firma sobre la pelota.

Cómo olvidarlo. Sábado 18 de marzo de 1972.

En la víspera, dejé atrás la oficina de Seguros Caracas donde trabajaba en la esquina de Doctor Paúl, atravesé la plaza El venezolano, recorté camino por el pasaje Zingg, me sumergí en las profundidades del Centro Simón Bolívar y desemboqué en la Avenida Baralt. Frente a la Plaza Miranda entré a la tienda de artículos deportivos Miño Sports, y con veinte bolívares, compré la pelota con el firme propósito de que Clemente la autografiara para mí. Si pudieran detallar la gastada superficie, verán también los autógrafos de algunos Piratas como Willie Stargell, Manuel Sanguillén, Steve Blass, Al Oliver, Bob Robertson y Víctor Davalillo, y los de Pete Rose, Johnny Bench, Joe Morgan, Tany Pérez, Gary Nolan y David Concepción, de parte de los peloteros de los Rojos.

Muy cerca estuve de no encontrar a Clemente. Llegué al Hilton a media mañana con la McGregor 97 resguardada en su estuche. Pero Clemente había salido a visitar unos amigos con Tuto Zabala, el empresario promotor de la serie, me informó la recepcionista del hotel. Con el tiempo de mi parte, me instalé en las butacas del lobby. Aproveché para pedir la firma de los jugadores que iban y venían. Sin embargo, el tiempo pasaba y Clemente no aparecía. Ya era la una de la tarde y tenía un compromiso con Xiomara, entonces mi novia. Resolví montar guardia del lado afuera de la entrada principal y no aguardar por más de media hora.

Decidí marcharme. Un sentimiento de frustración y resignación comenzó a invadirme a medida que avanzaban los minutos. Quizás mañana tenga más suerte, pensé. Pero cuando emprendía la partida rumbo a la plaza Morelos, escuché el ruido del motor de un automóvil. Era un Ford LTD de color blanco con su tradicional techo de vinil negro, que se detenía justo frente a mí. Entonces, por la puerta izquierda trasera, el hombre hizo su anhelada aparición. Lucía una vistosa guayabera color beige, y estaba apurado. Pero se detuvo para atenderme. 

Al día siguiente, domingo 19 de marzo por la mañana, creo que fui el primero en llegar al estadio Universitario. Las puertas aún se hallaban cerradas, pero tenía la entrada en mi poder. Me senté en los bancos de la izquierda de la tribuna techada, justo encima del dugout que ocupaban los Piratas. Como tercer bate, Clemente llegó al home en la alta del primer inning, con dos outs y las bases limpias. El primer lanzamiento del veterano Tony Cloninger pasó cerca de la cabeza y debió lanzarse al suelo. Se levantó, sacudió la tierra del uniforma, miró al cátcher Bench y pareció decirle, “Qué fue eso”. 

Entonces nos dio a los presentes, una exhibición de cómo sus habilidades y su estado físico, se hallaban intactas pese a sus 37 años. Se adentró un poco más sobre el plato y afianzó los zapatos en la tierra. Como para que Cloninger y Bench pensaran que no estaba amedrentado por el envío anterior. Conectó una línea entre el jardín central y el derecho. La pelota aún estaba en la zona de seguridad al pasar por la primera base y aumentó la velocidad. Sus piernas parecían pistones que subían y bajaban. Se deslizó en la tercera base con los zapatos en el aire para un triple. Ya nos había cancelado la entrada al parque.

Lo que entonces nadie pudo prever, es que Clemente vivía uno de sus últimos momentos. El 31 de diciembre, fallecería en un accidente aéreo en su natal Puerto Rico. 

No soy un empedernido cultor de los recuerdos beisboleros, pero esta pelota tiene un lugar especial e inamovible en mi biblioteca. Aún medio siglo después, de ese encuentro con Roberto Clemente.

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